'Cuentos', de Thomas Wolfe: la solidez literaria de un escritor - ¡Zas! Madrid
Cuentos, de Thomas Wolfe, publicado por Páginas de Espuma, reúne en un solo volumen toda la narrativa breve del escritor estadounidense
Cuarenta y tres relatos y novelas cortas, traducidos por Amelia Pérez de Villar, que conforman una prueba más que definitiva de la desbordante y elaborada prosa de Thomas Wolfe. Una literatura que hizo que William Faulkner le señalara como el mejor autor de su época, y cuya influencia configuró a la Generación Beat
«…La certeza de que esta tierra, este tiempo y esta vida son más extraños que un sueño»
(Cuento «La campana que recuerdo», de Thomas Wolfe)
La mirada de Thomas Wolfe es la de un maduro observador que percibe un mundo diferente al vivido, algo sorprendente si se tiene en cuenta que el escritor murió días antes de cumplir los 38 años. Un joven que ya parece haberlo habitado todo. El narrador de estos Cuentos observa, escucha, describe y transcribe con minuciosidad. Lo vital y la pesadumbre conviven al unísono en una misma mirada poética; también la soledad y la extrañeza: el lirismo y la extranjería en una múltiple expresión de su sublimidad literaria.
Estados Unidos junto a su propia existencia son los grandes pilares temáticos de estos cuentos. Tanto el entorno rural, en donde se crió el escritor, como el gran New York, adquieren la categoría de personajes. La América rural contiene la épica de sus colonos, la honradez; la ciudad, en cambio, es el lugar de la muerte y del pálpito, de la degradación y del triunfo, de las posibilidades y el fingimiento. Wolfe también escribe sobre su viaje a Europa y su estancia en Francia y Alemania.
Thomas Wolfe estaba apasionadamente obsesionado con el tiempo. Entre otras muchas cosas nos muestra su preocupación por el concepto filosófico del tiempo. Wolfe intentaba expresar en sus relatos ese sentido de mutabilidad que el tiempo posee, de cambio humano, con todo el peso de la influencia del pasado sobre el presente.
La mayoría de los relatos de Wolfe, se podrían definir de invertebrados. Estos no siguen un hilo conductor desde el principio, la historia inicial fluye por diferentes derroteros, renegando de una estructura convencional y coherente para abarcar, como en un poema, una multitud de significados. Pero también abundan los cuentos canónicamente construidos, como es el caso del magnífico «El sol y la lluvia».
La pluralidad de las historias de los Cuentos suponen un ejercicio de autoficción que evoca la niñez de Wolfe en Carolina del Norte, su padre, la adolescencia, su hermano muerto, la aversión al mundillo literario —resumido en el divertido «El señor Malone»—, la soledad y el sueño; frente a los escasos relatos que tratan el tema del amor en la pareja, apenas dos: «Abril, finales de abril» y «El cumpleaños».
La solidez literaria de Wolfe muestra una prosa lírica y compacta, una manera firme de escribir que excluye cualquier otra: su estilo narrativo posee una contundencia que anula cualquier otra posibilidad de expresión diferente. Su densa fluidez parece dictada, es concluyente. Wolfe es uno de esos escritores natos —no un escritor entendido en su aspecto de profesión u oficio, sino como alguien que vive la escritura como una sublime exigencia—, dotados con la genialidad intrínseca de la palabra.
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