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Hace pocos días un veterano de la aviación española, antes del inesperado giro que tomó más tarde la catástrofe de Germanwings, sugería que los últimos accidentes aéreos obedecía con frecuencia a una misma tipología: la velocidad de crucero del aparato, el abandono del control manual de la aeronave a la implementación tecnológica, y un cambio brusco en las condiciones externas que hace imposible que los pilotos puedan ser capaces de recuperar el control de la aeronave. Este mismo experto reconocía también que la capacidad de control manual de la actual generación de pilotos es preocupantemente baja, fenómeno que nos resulta familiar.
Nadie, cualquiera. Imagínense que un día, después de diez crisis y diez recaídas, se despiertan con el interior convertido en pulpa. Enajenación repentina, se dirá. Trastorno de personalidad, esquizofrenia, depresión severa, enfermedad psíquica, trastorno psicótico: se hará todo lo posible para ocultar el simple hecho de que un ser humano perfectamente dueño de sus actos (en algún caso, ha sido incluso preparado sólo para controlar) se hace responsable de su muerte y de la muerte de decenas de personas que ni conoce. De cualquiera, un alguien que tal vez represente el cualquiera en el que, en versión siniestra, se ha convertido uno mismo, una común condición mortal que (imitando el modelo de la fluidez «americana») nos hemos prohibido atender.
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