El teatro como experiencia: ‘La casa de papel de los hermanos Nadie (una historia real)’ - ¡Zas! Madrid
Sea cual sea su medio expresivo, para ningún artista es fácil crear un vínculo afectivo con sus interlocutores. Y lo es menos todavía para aquellos que se dedican al teatro, habida cuenta del desproporcionado prestigio que en nuestros días tiene el cine frente al arte de Molière y Shakespeare. No por ello este género ha perdido su potencia perturbadora. Por el contrario, en un mundo donde las pantallas protagonizan una buena parte de los vínculos sociales, la obra teatral aparece como un fenómeno que privilegia la experiencia, y en particular, la experiencia catártica.
Y justamente la capacidad de facilitar una vivencia catártica, de producir el efecto de un revulsivo para el espíritu, es lo que anima la concepción de la obra La casa de papel de los hermanos Nadie (una historia real), escrita y dirigida por Víctor Ríos, que la interpreta junto a Celia de Juan en La Caja Negra de Espacio en Blanco, de Madrid. Dicho con más exactitud, el tipo de experiencia que favorece esta pieza es el de una catarsis múltiple. Una catarsis que se despliega a lo largo de los actos que la componen y que, en un lapso de tiempo muy breve, enfrentan al espectador a una rica gama de afectos que van del estupor a la risa.
La obra narra las aventuras de dos hermanos –los hermanos Nadie- obligados a vivir como nómadas a consecuencia de una guerra en su país de origen. En un primer momento, este argumento podría producir la impresión de que La casa de papel de los hermanos Nadie denuncia la forma en que las autoridades europeas han gestionado la crisis de los refugiados. Y en efecto, nada indica que la historia no se pueda entender así. Sin embargo, más allá de la lectura actual, la pieza tiene un sentido atemporal, entre otras razones porque Víctor Ríos, su dramaturgo y director, ha tenido el buen acierto de huir tanto del sentimentalismo televisivo como de la hipocresía paternalista, dando forma a un discurso que reflexiona con inteligencia y honestidad sobre temas como el paso del tiempo o la orfandad propia de la condición humana. Un discurso que, por cierto, se enuncia con una originalidad notable. Amén de estos valores, La casa de papel de los hermanos Nadie se distingue por una estética imaginativa. Disciplinas y referentes tan diversos como los cuentos de hadas, el teatro del Absurdo, el mimo corporal o mimodrama, la música, la danza y el psicoanálisis, se dan cita a lo largo de la obra en un conjunto cuya armonía resulta sorprendente. Un movimiento escénico muy ágil, y un ingenioso uso de los objetos, son los medios de los que la pareja de intérpretes se vale para orquestar esta clarividente sinfonía vivencial. No es exagerado calificar de admirable tanto la interpretación de Víctor Ríos como la de Celia de Juan.
Ternura, crítica, risa, reflexión, La casa de papel de los hermanos Nadie es solo teatro: es buen teatro. Y el buen teatro contiene siempre la promesa de una experiencia irrepetible. Porque, como dijo la escritora norteamericana Susan Sontag, una representación teatral no deja de ser una especie de Sala de Justicia, pero una Sala de Justicia de la que el espectador ha de salir removido. Después de todo, la conmoción no deja de ser uno de los cometidos del arte, que por eso mismo ha sido a menudo la avanzadilla de bastantes cambios sociales. La casa de papel de los hermanos Nadie es una muestra elocuente de esta afirmación, capaz de suscitar en el espectador sensible una vivencia única, y de hacerle reír y pensar como solo puede hacerlo el verdadero teatro.
(Inés Mendoza es escritora y profesora de Escritura Creativa)
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