En torno a los cuentos de la escritora Ana Rosetti - ¡Zas! Madrid
«Toda mitología se expresa en clave simbólica sean cuales sean las palabras que se usen»
Una mano de santos y El libro de las ciudades, distantes en el tiempo, son dos libros de cuentos esenciales en la narrativa de Ana Rosetti
Ana Rosetti forma parte de la historia de la literatura española contemporánea desde hace más de cuarenta años, e irrumpió en el panorama poético del último tercio del siglo XX, con Los devaneos de Erato, 1980, Premio Gules, una primera obra, que la crítica calificada de apasionada, audaz, sensual y brillante, cuando en la década de los ochenta predominaba en España una corriente poética cultista que practicaban epígonos del grupo de poetas conocido como Los novísimos. Después han seguido, Devocionario, 1985, Indicios vehementes, 1985, las antologías de sus libros anteriores, Yesterday (1988), Ciudad irrenunciable (1998), La ordenación: retrospectiva (1980-2004). Poesía completa, (2004) o Deudas contraídas (2016). En 1988 entregaba su primera novela, Plumas de España, y siguieron, Hasta mañana, Elena (1990), Mentiras de papel (1994), y El antagonista (1999), y las colecciones de relatos, Prendas íntimas (1989), Alevosías, Premio Sonrisa Vertical, de 1991, Una mano de santos (1997) y Recuento. Cuentos completos (2001), El libro de las ciudades (2021), además de la novela policíaca, El botón de oro (2003). También ha escrito libros infantiles y el libreto El secreto enamorado (1993) o el ensayo, Pruebas de escritura (1998).
¿Somos conscientes y sabemos que ocurren cosas extraordinarias?
La vida ya lo es en cualquiera de sus manifestaciones. Como decía Carmen Martín Gaite “lo raro es vivir”.
Ciertas imágenes alegóricas y, tal vez, universos paralelos ¿explicarían las historias de El libro de las ciudades y Una mano de santos?
Es cierto que me he apoyado en mitologías y tradiciones pero cada historia debería explicarse por sí misma. Mi intención no es hacer relatos crípticos sino, por el contrario, dotarlos de significados comprensibles. Como ocurre con las leyendas y la poesía espero que puedan ser entendidos a distintos niveles; Siruela así lo consideró y lo publicó en la colección Las tres edades, porque van dirigidos a un arco muy amplio de edad.
Veinticinco años después, ¿qué hilo conductor uniría los cuentos de Una mano de santos y El libro de las ciudades?
Mi interés por las narraciones que han pervivido a lo largo de los siglos y su plasticidad para adaptarse a cada cultura y a cada época.
En ambos casos, ¿se trata de una recreación y de reinventar con otra mirada unos reconocidos cuentos?
Se trata sobre todo de aprovechar unas líneas maestras para entramar entre ellas otros asuntos.
Existe una socarrona e irónica visión en estas historias, donde el humor juega un papel esencial, y profundiza en una realidad atemporal, ¿es así como debe percibirlo el lector?
Una cosa es el humor en el que puede haber ironía pues sirve para desdramatizar las contradicciones o decepciones y otra la socarronería. Lamento si se percibe algún trasunto de ello en lo que escribo porque yo no pretendo estar por encima del relato que quiero contar.
Princesas, dragones y caballeros nada convencionales ¿nos obligan, de alguna manera, a reflexionar sobre la libertad y la soberbia?
No son convencionales a la manera Disney, pero en cuanto a personajes arquetípicos son de lo más ortodoxos. O al menos lo pretendo. He tenido muy en cuenta los significados simbólicos de los dragones, las espadas, las flores, las princesas, los números, las repeticiones…
El cuento “La niña extranjera”, ¿es una construcción casi arquitectónica sobre el mundo de las palabras, y ejemplo de expresión de la soledad frente a un racismo de política marginal de absoluta?
«La niña extranjera» más que de las palabras, de lo que trata es de cómo a las mujeres se nos ha negado —y se nos sigue negando todavía en algunos lugares— la libertad de movimiento y la libertad de conciencia. Sin embargo, parafraseando a Virginia Wolf «no hay barrera, cerradura, ni cerrojo…» que se pueda imponer a la libertad de la mente. Esa historia la escribí para Amnistía Internacional cuando empezaron a aparecer los talibanes. Un hecho doloroso que se extiende cada vez con mayor fuerza.
«La historia de Laurencio», una vez más, ¿es la alegoría del bien y del mal, de esos ángeles y demonios que siempre asolan nuestro mundo?
Es un relato sobre el peligro de la soberbia que puede subyacer en la búsqueda de la santidad. Lo cuenta la parábola El fariseo y el publicano del Evangelio de Lucas en la que el primero se ufana por la perfección que cree haber alcanzado menospreciando al publicano que reconoce sus faltas.
Estos cuentos ofrecen un homenaje lírico a esas historias de una dulce infancia con un lenguaje atemporal, sublime en determinados pasajes, tocado por la delicadeza, ¿es así como se invita al lector a sumergirse en ese lenguaje secreto de las narraciones y llegar a conclusiones morales revestidas del lirismo que nos dieron la ocasión de prepararnos para la vida?
Mi intención no es adoctrinar, sino solamente mostrar. A lo más, entretener. Si se sacan conclusiones, bien, pero tampoco pasa nada si no es así; no todo lo que leemos tiene que ser una lección de vida. Sin embargo, para que lo mostrado interese necesita ser presentado de una manera adecuada. Los cuentos se mueven dentro de la alegoría y de la evocación y precisan un lenguaje que refleje esa otra realidad.
El libro de las ciudades ¿convierte al mundo mitológico en una alegoría para actualizar algunos de los temas humanos que han venido desarrollándose a lo largo de los siglos?
Toda mitología se expresa en clave simbólica sean cuales sean las palabras que se usen; leerla o entenderla denotativamente es un disparate.
¿El lirismo junto a expresiones de una actualidad aplastante convierten el proceso de su escritura en una apasionada mezcla entre la ironía, sentencias y un auténtico juego de palabras?
No es el lirismo, es el habla en sí. Por ejemplo, llamar sombrero a un objeto que nos da sombra y aún más, especificar “ala del sombrero” es un magnífico hallazgo. A cuántas cosas llamamos “hoja” o “corteza” o “yema”… Decimos metáforas pero las tenemos tan naturalizadas que no las disfrutamos. La labor de la poesía es detenerse y resaltarlas.
El cuento, “La ciudad sin ciudadanas” ¿es una apuesta feminista y un claro ejemplo de democratización varios siglos después?
El episodio de la pérdida de ciudadanía de las mujeres en castigo por haber elegido a Atenea como protectora de la ciudad no es invento mío. Es un mito que explica por qué las mujeres no tenían lugar en la polis y cómo la vida sedentaria trajo consigo entre otras cosas, la división de sexos. No puede ser una apuesta feminista de ningún modo ni de democratización porque la excusa para alejar a las mujeres de la política fue que no sabían votar correctamente. Hay un poema de Carolina Coronado, Libertad, que recoge la alegría de los varones por poder votar, sea cual fuere su estatus, mientras que a las mujeres no se les concedió ese derecho fuere cual fuese su categoría intelectual, moral o social. Como escribió Adela Zamundio: “Una mujer superior/ en elecciones no vota/ y vota el pillo mayor/. Permitidme que me asombre. / Con tal que aprenda a firmar/ puede votar un idiota/ porque es hombre.”
El último cuento, “La Resplandeciente”, reivindica, aún más, el feminismo protagonista de la corte cordobesa, ¿fueron esenciales y de una importancia vital las mujeres de la época?
El que las mujeres tuvieran un lugar en la corte de los Omeyas, tampoco tiene que ver con el feminismo. No ya por anacronismo; el feminismo surgió tras la Revolución francesa cuando los hombres dejaron de ser súbditos para convertirse en ciudadanos mientras que las mujeres continuaron en su posición de subordinación. De la protesta por esa desigualdad contraria a los postulados revolucionarios, nació el feminismo. Pero volviendo a los Omeyas: cierto que hubo sultanas, como hubo reinas en Castilla, pero gobernaban bajo las leyes patriarcales. En cuanto a la población femenina, si no tenía participación activa en la política para promover un cambio de paradigma ni perseguía la igualdad colectivamente, no hay feminismo que valga. En el medievo no había conciencia feminista, ni socialista, ni anarquista ni de ninguna de las corrientes de pensamiento que se desarrollaron a partir del diecinueve. Y no hay que olvidar que, como denunciara Gertrudis Gómez de Avellaneda en su novela SAB, las mujeres hemos sido propiedad de los hombres y objetos para ser comprados, cambiados o desechados. Y en algunos países sigue siendo así.
Los cuentos infantiles a lo largo del transcurso de la humanidad, las fábulas, los poemas, las hazañas, o los milagros se contaban en grupo, se daba por hecho que no pertenecían al mundo real, pero nadie los cuestionaba, ¿quizá porque transmitían una memoria genuina y común, más allá de las convenciones del momento o de la manipulación de la historia?
Eso es lo que yo sostengo en el prólogo de la reedición de Una mano de santos.
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