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Inés Mendoza acaba de publicar 'Objetos frágiles', cuentos que siguen el rastro de los sueños - ¡Zas! Madrid
Entrevista a Inés Mendoza sobre su libro de cuentos Objetos frágiles
«A estas alturas sería de una ingenuidad irritante creer que la realidad es un decorado inocuo»
Objetos frágiles es el segundo libro de cuentos de Inés Mendoza, tras El otro fuego. Su trabajo como narradora ha sido premiado en importantes concursos nacionales e internacionales, así como recogido en antologías como Parábola de los talentos. Relatos para iniciar un siglo o Mar de pirañas, nuevas voces del microrrelato español .
El protagonista de Hopperiana no sabe por qué está en ese hotel; en Las ciudades perdidas el narrador se pregunta si el personaje trabaja desde hace tiempo en el museo. Ejemplos en donde se sugiere —»eso es el sueño»— y se cuestiona la propia realidad: ¿ambas ideas atraviesan los cuentos de Objetos frágiles?
Sí, intento seguir el rastro de los sueños. En cambio tengo poca fe en “la” realidad, lo confieso. En buena medida la realidad se crea. Leemos una noticia en un periódico porque a una persona o grupo de poder le interesa que la leamos. Otro tanto se puede decir de una exposición de pintura, el nombre de una calle, el auge de un influencer, etc. Alguien decidió que en nuestra cultura se viviría en familia, no en tríos o comunas. Hace dos décadas fumar estaba bien visto, ¿es casual que hoy tenga tan mala fama? En fin, que a estas alturas sería de una ingenuidad irritante creer que la realidad es un decorado inocuo. Pero justamente porque no está dada la realidad se puede cambiar. El psicoanálisis me enseñó que es posible rehacer el pasado. Y los sueños tienen mucho que decir en cualquier proceso individual o social de cambio; no solo porque sean parte de la realidad, sino porque tienden a lo desconocido, nos sacan de la comodidad identitaria.
Mis personajes son como sonámbulos: se hacen y deshacen, dudan de su identidad, de sus actos, se eligen, y a veces hasta consiguen habitar los sueños, qué envidia
La mayoría de estos cuentos, y especialmente los microrrelatos, están llenos de poesía. Una poesía que, como indicaban los simbolistas, no es discurso ni descripción, sino evocación de algo que está más allá de la esencia humana…
Adoro a mis queridos simbolistas, a mis románticos enragés. No lo hice a propósito, pero en una de las revisiones de Objetos frágiles descubrí que varios relatos del libro criticaban el uso del símbolo como mera imagen, como un paraíso en el se puede descansar o huir de la angustia vital. Y no se puede, no. De todas formas, sospecho que ahora ese más allá de la esencia humana que buscaron románticos y simbolistas es lo humano mismo, hoy perdido. Me temo que voy a repetirme, pero veo urgente resucitar (y reelaborar) ciertas facultades humanas en vías de extinción; facultades como la duda, la desobediencia, la provocación, la crítica, la rebelión, la invención de utopías o símbolos, la mixtificación, y la maldad creativa incluso.
La innominalidad, sobre todo de los personajes, es un rasgo característico de tu narrativa. ¿Qué función le otorgas?
Oye, pues hasta ahora nunca lo había pensado. ¿Un deseo de borrar todo vestigio de identidad? No lo sé. A lo mejor tiene que ver con que leo mucho a Kafka y a otros expresionistas como Döblin, que se resisten a dar nombres concretos a sus personajes y ciudades. No tengo claro por qué lo hago, la verdad. Tendré que pensarlo, que me mata la curiosidad.
Has utilizado para la portada de Objetos frágiles una obra de Giorgio de Chirico. Un pintor que daba un fuerte carácter narrativo a sus cuadros; un pintor que observaba el mundo como si fuera recién creado para poder captar su esencia. ¿Por qué lo has elegido?
Pues la verdad es que tropecé con esta pintura mientras buscaba imágenes en el ordenador para otra cosa. Fue ver el cuadro y captarlo con unos ojos nuevos, verlo y descubrir lo mucho que encajaba con el espíritu de mi libro. De Chirico siempre me ha hechizado, literalmente. Me gustan sus escenografías solitarias, sus ciudades desiertas, con esos rincones y plazas que tienen algo de ruinas de El Partenón, algo de decorado teatral, algo de sueño. La figura central de esta composición me hace pensar en alguien que no acaba de ser humano pero que es humanizado por su fragilidad.
El mar es evocado, directa o indirectamente, en muchos de tus cuentos: ¿un mar que representa la visión utópica?
Vaya, qué interpretación más bonita. Para mí el mar tiene muchos sentidos, (y sinsentidos). Soy hija del mar. Nací en Caracas, una ciudad que está cerca del cálido y saladísimo mar Caribe. El mar es mi niñez; es Robinson Crusoe y el capitán Nemo, es el infinito hecho carne danzante; es la expansión física –y mental, supongo–, el desorden del chapoteo, el juego, el delirio, la turbulencia, la promesa del viaje, el deseo de recorrer mundo. En realidad, me gusta el agua en todas sus formas. Me encantaría vivir en un barco, o hasta en una gabarra en el Sena, como Anaïs Nin. Imagino que en mi libro está muy presente esta parte de mi historia personal, este amor de marino. Quizá mi nexo con el mar se pueda englobar en la palabra “utopía”; ojalá. Y fíjate qué curioso: ahora mismo estoy escribiendo un artículo sobre una utopía.
Has acabado Objetos frágiles con un cuento —y perdona por el encasillamiento— erótico, Todo lo sólido. ¿En este cuento está, en cierto modo, el goce de la transgresión?
En efecto, Todo lo sólido no es un cuento erótico, no pretende serlo. Es más bien, diría yo, un cuento existencialista, aunque eso no lo pensé mientras lo escribía, claro. Tampoco buscaba la transgresión. Como diría Oliveira en Rayuela, buscaba ciertas cosas sin saber que las buscaba para encontrarlas. El sexo es una experiencia que no tiene palabras; una experiencia de lo real, al igual que el dolor. Básicamente, este relato fue como una respuesta a una pregunta que sigo haciéndome: la de cómo encarar nuestra época. Pero prefiero no revelar nada más. Son los lectores y lectoras quienes descubrirán e interpretarán esta historia como quieran. Sí diré que me siento muy identificada con ella.
En tu ensayo El Romanticismo: tormenta y rebelión, recogido en el libro Diodati, la cuna del monstruo, defiendes los aspectos de rebelión y radicalidad de este movimiento. ¿Qué hay de él en tu libro y en tu vida? ¿Todavía se sueña con la flor azul?
Yo sí, solo que hoy la flor azul va más allá de lo que entendemos por poesía, con perdón de Novalis. A veces me parece que el romanticismo es como los derechos obreros o los de las mujeres, que después de tanto tiempo no se han llegado a realizar, o no del todo. Lo que pasa es que la “nostalgia” o el anhelo de los románticos, hoy solo puede ser anhelo del espíritu humano, deseo de reencantamiento del mundo, por más que ese mundo sea un planeta abocado a la escasez gracias a los desmanes capitalistas. Por otra parte, es cierto que pienso y siento de un modo muy semejante al de numerosos autores románticos. Lo sé, parece una locura, pero es como si fuera romántica de nacimiento. Francamente, no sé por qué me ocurre, por qué siento o pienso así. He renunciado a explicármelo. Ahora, ¿que el romanticismo está agotado? Para nada.
Como sugiere el romántico Michael Löwy, en nuestros días hay unos cuantos románticos: los surrealistas, los ecologistas, las feministas, los okupas, y me quedo corta. Es decir: todos/as aquellos/as que queremos que el capitalismo se acabe de una vez y que, contra todo pronóstico, seguimos llevando un mundo nuevo en el corazón
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