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Estos cortoplacistas del crecimiento nos dijeron alegremente que “había que vivir el presente”. Tenían grandes ansias de embeberse en su fanatismo del crecimiento, a partir de los préstamos y de la creación de seudosolventes que no traían más que burbujas económicas. Pero no importaba; por encima de todo estaban las cifras macroeconómicas del crecimiento del PIB. Y nos lo creímos a pie juntillas “eso del presente”. Pero si no tienes una concepción inmovilista del mundo y de la vida, podrás comprobar que el presente no existe, hablar de él es puro engaño, él solo existe en la muerte. Es como un fotograma de la cinta de un film, como una fotografía inanimada.
Es, precisamente, este crecimiento del PIB tan vanagloriosamente valorado como lo más indispensable es, precisamente, el que nos ha robado el alma, la vida, el futuro.
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