La fábula y la realidad, la crónica personal y de viajes en 'El retrato de Doris Day', de Alfredo Taján - ¡Zas! Madrid
«Mi vida ha estado marcada por mis lecturas, y viceversa»
Alfredo Taján es autor de las novelas, El salvaje de Borneo, un relato barroco y lleno de sabiduría, El pasajero, Continental&Cía, La Sociedad Transatlántica y Pez Espada. Su última obra es la colección de relatos El retrato de Doris Day que confirma a un narrador dueño de un auténtico retablo maravilloso de obsesiones, experiencias, fobias y, sin duda alguna, ensueños que se convierten en los latidos que calan en todas y cada una de las piezas, extensas y breves. El retrato de Doris Day pone en nuestras manos un singular mago del artificio literario en que se convierte Alfredo Taján, narrador y personaje en sus historias, y de quien, en el breve e intenso prólogo, Juan Bonilla, afirma, es una muchedumbre cuya literatura breve explora casi todas las posibilidades del cuento, y en este friso, mezcla de fábula y de realidad, encontramos la crónica personal y de viajes. En la actualidad ocupa la dirección de la Casa Gerald Brenan.
Después de la novela ¿viene inevitablemente el cuento como un género distinto de expresión?
La narrativa ofrece un campo ilimitado de expansión en el género novelístico, que últimamente, por cierto, está siendo cuestionado por anacrónico, propio del siglo XIX, mientras el cuento propicia la comodidad de la concisión, la brevedad, el esquematismo, el numen de la historia. Pero resulta difícil diferenciar una novela corta de un relato largo a lo James, Wharton, Bioy Casares o tantos otros. Precisamente Estrella distante de Roberto Bolaño ¿es una novela corta o un relato largo? Unamuno intentó solucionar el problema creando el neologismo nivola, pero ese intento se quedó más en un arma para atacar a la novela realista, imperante en su época, con Blasco Ibáñez y compañía. Resulta sorprendente que el más famoso microrrelato de la literatura, el de Monterroso, se refiera a un dinosaurio que es el animal más desmedido que ha conocido la tierra, mitad reptil, mitad ave. Ese bestiario mixto le fascinaba a Juan Perucho, uno de los cuentistas más interesantes, e injustamente olvidado, de la narrativa en español y en catalán del siglo pasado, con sus historias fascinantes, sus aves bibliófilas, la Avutarda géminis o el Áurea Picuda, que forman parte de la lista de mis obsesiones, y aparecen como protagonistas —Perucho, sus trenes y sus aves—, en uno de los títulos que conforman El retrato de Doris Day. Homenajeando a Perucho, y su universo, festejo de paso aquella corriente literaria, lo real maravilloso, que tuvo, aparte de Perucho, en Álvaro Cunqueiro, Carlos Pujol, y Néstor Luján, sus principales representantes.
¿Hasta qué punto le atrae el mundo del libro para escribir toda una colección de cuentos como El retrato de Doris Day?
En Una historia de la lectura Alberto Manguel reflexiona sobre el poder, ya no solo del libro, sino acerca de los distintos soportes en que el signo, la palabra, los códigos de transmisión del saber, nos han convertido en lo que somos. Desde las inscripciones en piedra hasta el papiro, el pergamino, el papel, y desde hace unos años, los libros electrónicos, que tienen tanto ventajas como desventajas, la principal, a mi entender, la pérdida de control de la obra artística, la estafa mecanizada, el fin de Galaxia Gutenberg. Todos estos soportes han hecho que nos distanciemos de nuestra congénita ignorancia, de nuestra tendencia a la barbarie, aunque de todos estos soportes el más importante y efectivo, a mi entender, ha sido el libro en papel y su inventario vivo: la biblioteca. Otro título de Manguel, menos conocido, (con Gianni Guadalupi), Breve guía de países imaginarios, nos enseña a que indudablemente un libro puede hacernos viajar a países, continentes y ciudades inexistentes, sin movernos de la butaca. Borges, el ciego vidente, dijo que un libro es la prolongación de la memoria y, por tanto, de la imaginación.
Un catálogo de obsesiones o ¿más bien un tipo de pulsiones para construir una autoficción?
He utilizado El retrato de Doris Day para exhibir, sin pudor alguno, todo un arsenal de nombres, citas y situaciones que mantenía ocultas desde muy joven, porque, también desde muy joven, he sido consciente de que algunas armas de ese arsenal eran tóxicas, y llegado el caso, letales. Me fascina formar parte de mis relatos no sólo como creador ficcional sino además como protagonista de esas aventuras, que, en un tanto por ciento muy elevado, son ciertas, incluso en sus aspectos fantásticos o increíbles. Asumo que todo esto es resultado de una infancia de hijo único, muy sociable, pero con un mundo interior potente, repleto de lecturas, llamémosles ilustradas, que marcaron mi posterior estilo, sin ir más lejos, mi interés exacerbado por determinados pasajes de la Historia, del Arte y de la Literatura que han sido esenciales en mi producción literaria; puedo decir que mi vida ha estado marcada por mis lecturas, y viceversa.
«Me fascina formar parte de mis relatos no sólo como creador ficcional sino además como protagonista de esas aventuras, que, en un tanto por ciento muy elevado, son ciertas, incluso en sus aspectos fantásticos o increíbles»
¿Cuánto hay de placer y de terror en su vida?
Hace más de una década experimenté una sensación que responde esta pregunta. Estaba en mi casa saboreando la soberbia película Vampyr, dirigida por Dreyer en 1932, con el multifacético dandi Julian West como actor principal. Para poner en pie este complejo filme Dreyer se inspiró en uno de los relatos góticos esenciales del vampirismo literario, Carmilla de Sheridan Le Fanu, escrita medio siglo antes que el famoso Drácula de Bram Stoker. Recuerdo que estaba acompañado por mi anterior mascota, una perra de agua, Úrsula, cuando, de repente, me fue embargando una sensación de terror ante aquellas imágenes venenosas en las que se escuchaban voces en francés, inglés y alemán, que entraban y salían de aquella odisea muda; estaba aterrorizado, pero a la vez, no podía apartar mis ojos de la pantalla, hasta tal punto que Úrsula se acercó a mí y empezó a lamerme la mano, supongo que para librarme de aquel maldito éxtasis. En efecto, esto lo explica todo: para mí el placer quizá sea la sublimación del terror.
¿Existe una vocación selectiva previa para construir su libro en cuatro espacios o apartados, con personajes característicos y concretos?
Una vocación selectiva es probable, pero previa no creo. Lo que me hizo estructurar el libro en cuatro secciones fue la necesidad de darle una coherencia menos cronológica y más argumental. Los personajes, y los temas, irían juntos, pero no revueltos, a pesar de que son personajes miméticos que se inscriben en situaciones ambiguas y se prestan a casi todas las variables posibles.
Uno de los temas fundamentales de estos cuentos, ¿puede ser la identidad?
Por supuesto, uno de los temas relevantes es la identidad. Lo anuncia el título intercambiable de Doris por Dorian, y Day por Gray. Lo anuncia la portada con ese retrato collage de David Bowie en la época de Aladino el insano, un Bowie con el pelo y los pechos de Marilyn Monroe, que era menos recatada que la intérprete de «Qué será, será». Bowie canta en «Rebel, rebel», una de sus letras icónicas, que “su madre no está segura si su hijo rebelde es un chico o una chica porque su tiene un look divino y su cara es un lío, pero yo lo amo así…” ¿qué sugiere esta letra? Además, la cita con la que se abre el libro está extraída de esa novela, Cobra, de Severo Sarduy, un autor cuya experiencia estilística revolucionó el neobarroco cubano con gotas del telquelismo más hermético. Cobra, el protagonista de este retablo enloquecido, es un transexual en constante cambio, una crisálida en estado puro, un travesti rodeado de una corte de envidiosas hermanas gongorinas; Cobra utiliza diversas máscaras que le protegen de un universo donde impera la asfixia del determinismo ortopédico. Ahí es nada.
¿Se puede ir más allá de esa transfiguración terrorífica, con algún sobresalto, como leemos en el relato, “Rojo manantial de juventud”?
¿Más allá? Cuando el mal se apropia del instinto y del pensamiento lógico, ya se está pisando un terreno pantanoso. Recordemos como sufre el Doctor Jeckyll cuando se transforma, muy a su pesar, en Mr. Hyde, y pierde el control, y asesina a seres inocentes. El dualismo sin control se transforma en un trastorno grave. Pienso que Stevenson, al escribir Dr. Jeckill y Mr Hyde, otra de las cumbres de la novela gótica inglesa junto con Frankestein, Drácula o Dorian Gray, también atacaba a la hipócrita sociedad victoriana que se sustentaba en las apariencias, y ya se sabe, detrás de luminosos escaparates hay siempre oscuras trastiendas.
«El dualismo sin control se transforma en un trastorno grave. Pienso que Stevenson, al escribir Dr. Jeckill y Mr Hyde, otra de las cumbres de la novela gótica inglesa junto con Frankestein, Drácula o Dorian Gray, también atacaba a la hipócrita sociedad victoriana que se sustentaba en las apariencias, y ya se sabe, detrás de luminosos escaparates hay siempre oscuras trastiendas»
¿Se ha mirado usted en el espejo para escribir estos retratos, y piensa que el lector debe hacer lo mismo para leerlos?
Sí, en algún momento, y me ha dado miedo. Y no es broma. Con el relato «La copa del olvido», me ocurrió que debí dejar el final para más adelante porque me invadió una extraña sensación, entre espantosa y repugnante. Respecto al lector, poco puedo decir, solo que le aconsejo que disfrute y no se inmiscuya demasiado en los entresijos en que se basan algunas historias.
Si muchos de estos relatos son una suma de su propia autobiografía, ¿necesita la realidad para inventar su propia ficción?
No todos estos relatos son autobiográficos, por ejemplo, nunca he sido espía de ningún gobierno, y menos del británico, ya me hubiera gustado a mí. Confieso que en mis anteriores novelas hay más o menos páginas autobiográficas, depende de qué título abordemos. En mi próximo proyecto, del que no voy a contar nada, también quiero llevar las riendas de la Historia, con mayúsculas, seré una voz más entre distintas voces, pero una voz singular que guiará al lector a zonas pantanosas, a una terra incognita.
¿Cuánto de tradición literaria, de lecturas, de vivencias y de catálogo cultural puede apreciarse en su literatura breve?
No lo sé, supongo que hay tradiciones que se entrecruzan, de Borges a Wilde media todo un océano y dos lenguas distintas, pero paradójicamente más cercanas, en actitud y erudición, que el mustio realismo de la literatura europea de la última posguerra, sobre todo la española. En cuanto a catálogo cultural, desde muy pequeño me han chiflado las Enciclopedias, pasaba horas muertas hojeando el Larousse, la Espasa Calpe o la Británica. Después me quedé atrapado en la Antología de la literatura fantástica de Borges, Bioy y Silvina Ocampo, por poner sólo un ejemplo de tantos libros fascinantes que han pasado por mi retina, con preferencia por los títulos raros de autores más raros todavía. A esto debe sumarse que cada día detesto más la palabra catálogo.
Convertir a sus contemporáneos en personajes y protagonistas de sus cuentos más que un homenaje ¿podríamos interpretarla como una terapia?
Más homenaje que terapia. Y también agradecimiento. En el mundo cultural hay mucho odio, luchas cainitas y envidias, pero en el fondo, se trata de una Sociedad de Admiración Mutua.
El relato, “La flor pisoteada” ¿quiere reivindicar la figura de María Rosa de Gálvez como amante, y sobre todo su condición de mujer en el panorama literario del Madrid neoclásico?
Así es. María Rosa de Gálvez fue una mujer que cabalgó entre dos siglos, el dieciocho y el diecinueve, es una de las últimas escritoras neoclásicas, fue apoyada por Moratín, fue después una prerromántica. Se trata de una mujer que demostró en su producción literaria, poesía y teatro, y en su vida, planteando su separación a instancia de parte, una independencia digna del mayor elogio. Posteriormente la historiografía, avanzado el siglo diecinueve, la maltrató por estar relacionada con el omnipresente Manuel de Godoy, bestia negra del liberalismo isabelino, quien le pagó la edición de su obra poética en Imprenta Real. Su prematura muerte, con apenas treinta y ocho años en 1806, hacen que no sepamos que decisiones estéticas y políticas hubiera tomado durante la debacle de 1808, después de las abdicaciones de Bayona, y tras el apresamiento de los reyes y de Godoy.
El lector siente, al final de El retrato de Doris Day, que comparte, mitos culturales, referentes bibliográficos, literarios e históricos, artísticos, arquitectónicos y musicales, con usted, ¿se trata de un aliento tan crítico como humanístico?
Nunca hubiera imaginado ese grado de persuasión de mi prosa, conseguir una complicidad de tal calibre, aunque, ahora que me lo comenta, El retrato de Doris Day está siendo muy bien acogido, lo que no esperaba, y siempre viene bien para animarme y continuar escribiendo.
¿Sigue quedando los fines de semana con Catherine en Hampton Court?
No, ya no voy a Hampton porque me he enterado que el rey está celoso y temo que si me sorprende con ella ordene mi arresto en la Torre seguida de mi inmediata decapitación. Y, como usted menciona, me debo a mis queridos lectores y aún más a mis más queridos editores: no puedo permitir que me corten la cabeza.
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