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La ficción moderna en 'El buen soldado' de Ford Madox Ford - ¡Zas! Madrid

La ficción moderna en ‘El buen soldado’ de Ford Madox Ford
Pedro M. Domene
  • On 7 junio, 2020
  • http://acabodeleerymegusta.blogspot.com/

Sexto Piso edita, El buen soldado, que Graham Green calificaba como una de las mejores novelas del siglo XX

La nueva traducción es de Victoria León

El desarrollo de la ficción moderna, como colectivo, convirtió a Gertrude Stein, F. Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway, en esos escritores cuya influencia se prolongó a lo largo de las primeras décadas del siglo XX. Stein había comenzado a publicar pronto y enseguida rompería con una narrativa lineal y las convenciones temporales del siglo XIX para convertirse en la pionera del modernismo anglosajón de una literatura vanguardista que se produjo en Europa, y desarrollada entre Londres y París; Fitzgerald triunfó comercialmente, y casi por accidente Hemingway consiguió encarnar muchas de las corrientes literarias que despertaron el interés de los escritores jóvenes de la época. Juntos contribuyeron a crear aquello que Henry James calificó de la “casa de la ficción” y su influencia llegaría hasta muchos escritores de géneros diversos y en países diferentes.

La obra de los últimos escritores victorianos quedó relegada y tanto Stein, Fitzgerald o Hemingway se dispusieron a crear esas formas proporcionales a la fuerza de la vida moderna: el verso libre en poesía, el expresionismo en teatro, o el lirismo, el impresionismo y la conciencia en la ficción, incluso una prosa austera y lacónica e intensa que caracteriza a Hemingway, aunque se hacía eco de autores como Mark Twain, Stephen Crane, Sherwood Anderson, Ivan Turgueniev y Ezra Pound y, en igual proporción, sorprendió a los lectores del siglo XX como original y genuina, ese efecto que perseguía Hermingway porque el estilo, la forma y el significado eran las partes de un todo inseparable.

Durante el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial muchas creencias religiosas tradicionales perderían su fuerza, y el orden divino dejó de caracterizar al mundo, y en semejante situación el artista estaba comprometido a descubrir un nuevo significado y crear nuevas formas, Ezra Pound, T.S. Eliot y Ford Madox Ford, escribieron, entre 1910 y 1930 cientos de reseñas y ensayos, repetían, de una manera insistente que «la literatura es la noticia que no deja de ser tal», o que, «la tarea del artista es una labor en el mismo sentido en que lo es la creación de un motor eficiente o de una jarra o la pata de una mesa», y que, «el Impresionismo te ofrece lo que es él mismo, su reacción ante un hecho; no el hecho en sí, o mejor dicho, no tanto el hecho en sí».

El narrador español, Rafael Chirles, expresaba su admiración por El buen soldado, de Ford Madox Ford, y de esta gran novela el escritor extraía una sustancial lección, «la falta de fiabilidad de cualquier narrador». En su libro, El novelista perplejo, agrega que todo narrador debe «ganarse la confianza a pulso». Martin Seymour-Smith escribió que se trata de «la novela de mayor perfección formal de la literatura inglesa», y Graham Greene afirmaba que volvía a ella una y otra vez para descubrir siempre algo nuevo que admirar. Con no poca vanidad y justificado orgullo, el propio Ford comenta en el prólogo a modo de dedicatoria: «Cielo santo, ¿es posible que yo escribiera tan bien por entonces?». También recuerda la corrección de su amigo John Rocker al exagerado elogio de un admirador que dijo que El buen soldado era la mejor novela en lengua inglesa: «Cierto, pero se ha olvidado usted de una palabra. ¡Es la mejor novela francesa en lengua inglesa!».

El escritor Ford Madox Ford, autor de El buen soldado.

Una biografía
Ford Madox Ford nació el 17 de diciembre de 1873 en Merton, Surrey (Inglaterra), y murió en Deauville (Francia) el 26 de junio de 1939. Estudió en diversos países europeos y comenzó su carrera literaria con un curioso libro, Un cuento de hadas: el búho marrón (1891), ilustrado por su propio abuelo, el afamado pintor Ford Madox Brown. Contrajo matrimonio con Elsie Martindale en 1894, al margen de esta relación fracasada, Ford mantuvo durante su vida, y tras su ruptura con Elsie en 1908, numerosas relaciones amorosas, entre ellas con las escritoras Violet Hunt y Jean Rhys o las pintoras Stella Bowen y Janice Biala.
Fundó dos importantísimas revistas literarias: The English Review (1908-1910), en la que colaboraron D. H. Lawrence, Thomas Hardy, H. G. Wells, Joseph Conrad, Henry James, Ezra Pound y W. B. Yeats, y la Transatlantic Review (1924), donde aparecieron textos de Gertrude Stein, Pound, Ernest Hemingway, T. S. Eliot, James Joyce, John Dos Passos y Paul Valéry. Colaboró con Joseph Conrad en la escritura Los herederos (1901), Romance (1903) y La naturaleza de un crimen (1923). Sus obras más conocidas son El buen soldado (1915) y la tetralogía «El final del desfile» (1914-1928), compuesta por Algunos no lo hacen (1924), No más desfiles (1925), Un hombre no podría resistir (1926) y La última posición (1928).

La historia más triste
La novela, El buen soldado, nos envuelve en una enloquecida e intrincada maraña de falsedades, rencores, pasiones, celos y venganzas, que se tamizan a través de una voz narrativa prodigiosa y se instala en la mente del lector desde el momento en que lee una primera frase: «Ésta es la historia más triste que jamás he oído». Y no se trata de una afirmación en vano, aunque iremos observando que la trama avanza de atrás hacia delante, de adelante hacia atrás, entre las aparentes torpezas y los olvidos involuntarios con los que el narrador, Dowell, va dosificando la información de que dispone, casi página a página, matizando, modulando, coloreando acciones y personajes, rememorando un pasaje conocido desde un inesperado punto de vista que, de repente, cambia por completo su sentido y su alcance. A pesar de sus vacilaciones, sospechas y lagunas, la voz del narrador disfraza una soberana lección del arte de contar. Las dos parejas protagonistas, un matrimonio británico y otro estadounidense, van girando en torno a la luz del relato como si de una partitura magistral se tratara, una aterradora fábula repleta de estupideces y engaños.
Durante los tres primeros capítulos sucede todo dentro de una linealidad explícita y cronológica, Dowell habla de sí mismo, de su mujer, Florence, de la familia de ella, de su muerte que coincide con la de su tío Hurlbird, por lo que Dowell recibirá en herencia una considerable cantidad de dinero que lo pondrá a salvo de cualquier contingencia. Recibe una angustiosa llamada de Teddy Ashburnham porque, tanto él como su mujer, Leonore, necesitan hablar con él. A su llegada a Inglaterra, encuentra a su amigo al borde de la desesperación. El relato saltará atrás, a 1904, en el balneario de Nauheim, cuando las dos parejas se conocen y, aparentemente, empiezan a intimar. Ya están establecidos los dos tiempos de la narración: el de narrador que cuenta lo que sucedió y el del momento a partir del cual se conocieron las dos parejas.
Lo que sigue es un relato inteligente que trata de esclarecer lo que había detrás de cada personaje, y lo que el lector encuentra es una historia terrible de decadencia, mentiras, engaño, pasiones desatadas, maldad, egoísmo, celos, represión y dureza que componen una tragedia de la vida contada desde los restos del desastre. Los hechos reveladores van apareciendo a conveniencia del narrador, que oculta o desvela según le parece, con saltos atrás y adelante que se atienen a su propio interés, lo que obliga continuamente a atar cabos y crea el soberbio y terrible clima de tragedia humana que atraviesa la historia.
Cuando, pasada la mitad del libro, hace su aparición la última protagonista, la dulce y joven Nancy, el cuarteto vuelve a organizarse tras un suicidio inesperado para despeñarse hacia una auténtica catástrofe. Ford hacía bien en enorgullecerse, pocas veces el arte de la novela ha volado más alto. Nunca un escritor ha retratado las desdichas y miserias de la institución matrimonial y la hipocresía de la alta sociedad con la ironía y la profundidad de esta asombrosa sátira.

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