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"La niña que se tragó una nube tan grande como la torre Eiffel" nos devuelve fantasías de niñez - ¡Zas! Madrid
Otro cuento para adultos de Romain Puértolas
En una serie de lecturas propuestas, para los largos y calurosos días pasados, descubrí La niña que se tragó una nube tan grande como la torre Eiffel. Y ha resultado una lectura tan sorprendente como estimulante.
El autor, Romain Puértolas, de origen franco-español, nació en Montpellier, antes de tropezarse con la literatura había sido DJ, traductor-intérprete, auxiliar y coordinador de vuelo de El Prat de Barcelona, empleado de Aena en Madrid y limpiador de tragaperras en Brighton. De regreso a Francia, trabajó durante cuatro años como inspector de policía en un servicio especializado en el desmantelamiento de redes de inmigración ilegal.
Puértolas debutó en el mundo literario con El increíble viaje del faquir que se quedó atrapado en armario de Ikea, y antes de su exitoso lanzamiento en Francia, la novela ya había conquistado a más de cuarenta editoriales extranjeras convirtiéndose en un fenómeno mundial conocido como «faquirmanía». En la actualidad, Puértolas reside en Málaga y se dedica en exclusiva a la escritura. Hasta aquí, la biografía de ese fenómeno que llaman: autor de best-seller, aunque si en parte esta novela se vende bajo ese calificativo, tendrá asegurado un buen puñado de ejemplares y, una vez transcurrido si ciclo vital, terminará en la mesa de saldos de una gran superficie. Pero nada más lejos para un texto que provoca sonrisas, muestra ternura y amor, mezcla realidad y fantasía, y no pocas muestras de una irónica visión de un mundo despiadado porque desde el comienzo al final, este cuento para adultos descola a cualquiera y muestra hasta donde pueden llegar los límites humanos, sobre todo, a través de se ese sentimiento que se traduce en amor.
El argumento de La niña que se tragó una nube… Es la historia de una niña enferma, Zahera, que lucha desde el momento en que nació por sobrevivir en un hospital marroquí, afectada por una extraña enfermedad que Providence, la cartera protagonista, describe de un modo muy poético:
“Tragarse una nube era la expresión para hablar de su enfermedad, la mucoviscosidad. Era de lo más acertada. Lo que la niña sentía en el fondo de los pulmones era un poco eso, un dolor vaporoso y malvado que la asfixiaba lento pero seguro, como si un día, por descuido, se hubiera tragado un gran cumulonimbo y desde entonces lo tuviera atrapado dentro”.
Las primeras páginas no permiten imaginar hasta que punto el amor es uno de los argumentos más sobresalientes de esta novela. Y no se trata, precisamente de una historia de amor entre el controlador de Orly y la cartera, sino sobre todo, la historia de amor entre Providence y la niña enferma en Marruecos. Una historia de amor madre/hija capaz de vencer cualquier imposible, sobrepasar cualquier barrera, incluida la nube de cenizas que provocaba un volcán de Islandia y paralizó todos los aeropuertos europeos durante unos días. Y no menos, importante, porque aunque Providence nunca podrá ser madre, consigue la adopción de la niña y el amor que las une es tan fuerte como el de cualquier madre e hija aunque provenga, como el caso, de un encuentro casual en un hospital marroquí. La historia de Romain Puértolas no sería posible si no se apoyara en unos personajes tan “humanos” que es imposible que a cualquier lector no le lleguen al corazón. Especialmente el personaje de Providence, descrita con una ternura contagiosa:
“Providence era adulta ahora, pero conservaba un lado infantil, una cosa que los adultos llaman “credulidad”, y eso a pesar de los palos que le había dado. Volar. Era una locura creer en una cosa parecida pero, en el fondo, ¿por qué no? ¿Qué le impedía soñar con los ojos abiertos? Soñar no estaba prohibido, era gratis”.
Y la misma humanidad permite, más allá del humor, plantearnos la realidad de la vida y sus circunstancias: somos seres mortales, a los que un día la enfermedad nos llevará a un viaje sin retorno, y así leemos:
“Una vida no pesa nada. Tampoco en nuestra Tierra sometida a la gravedad. Vivimos un tiempo, hasta que le enfermedad viene a buscarnos y nos sube con ella hacia ese techo de estrellas”.
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