No Comments
¿El sentimiento de temporalidad está, de alguna manera, ligado a la fugacidad?
Se lo pregunto por ese proyecto recobrado, ahora, sobre la memoria de toda una comarca, Los Pedroches, ¿casi como una realidad de nuestra memoria?
Más de una década después aparece El viento derruido, ¿en realidad una revisión que, de alguna manera, elogia la naturaleza y el tiempo?
El viento derruido ¿está planteado como un ensayo para ser contado como una novela?
¿Se trata de contar una vida donde existen tantas vidas como trasfondo?
¿Las faenas cotidianas, los quehaceres y las labores desaparecen con el paso del tiempo por ese viento derruido?
La imagen de las cigüeñas, las abundantes ruinas, las hermosas colinas y los espacios de su tierra, mientras cae una fina lluvia que bendice los rincones de esa memoria, ¿es la imagen que debe retener en su retina el lector?
Una hipotética segunda parte de la trilogía, Los años de la niebla, ¿reivindica, de alguna manera, una cultura popular sobre el mundo de los pastores?
Parece que sus dos libros sobre ese mundo perdido han encontrado bastante eco en algunas comunidades del norte de nuestro país, ¿quizá porque allí se entiende mejor su proyecto?
Ahora, Los años de la niebla, se perfila como un documento excepcional que nos otorga la visión de una auténtica labor de campo, ¿se trata de un paso más en su proyecto de memoria viva?
¿Ha intentado usted escribir sobre el arte del pastoreo y, al mismo tiempo, integrarse en la narración como un personaje más?
¿El comienzo de Los años de la niebla es una auténtica invitación a sumergirse en ese silbo de un pastor que cubre los campos de serenidad, de una profunda y sutil melancolía, como usted escribe?
¿Qué nos ofrecerá el siguiente volumen de su trilogía El óxido del cielo?
Submit a Comment