Los dos bribones - ¡Zas! Madrid
Un repaso histórico por los bribones españoles ilustres
Denominar “bribón” a algo inanimado, como es el caso de un barco, en contraste con quien es “real”, en la doble acepción del término, es un brindis a que las connotaciones peyorativas en lo negativo que acompañan al calificativo de “bribón” le sean aplicadas al citado regio personaje por parte de aquellos contemporáneos que asumen, o que asumimos, firmes convicciones republicanas
Habrá, por supuesto, a quienes todo esto les importe más bien una higa, pero por nuestra parte estimamos que el asunto merece dedicarle alguna atención en coincidencia temporal con los erráticos deslizamientos, a nivel mundial, del “Emérito hoy desmerecido” que avivan los sentimientos republicanos, siempre latentes en una buena parte de la población española actual.
Podemos decir, ante esta situación, que bienvenidos sean tales mimbres si con ellos se favorece lo que eventualmente pueda venir a constituir, quizás, nuestras propias convicciones republicanas. No obstante, posiblemente habrá quienes, a imitación en su día de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, prefieran actualmente que todo cambie justamente lo preciso, pero no más, para que todo pueda seguir siendo igual.
Y es que en la memoria colectiva de muchos, o de todos los españoles, permanece imborrable la trágica memoria de todo lo que supuso en su momento —y por mucho tiempo después, también— la cruenta ruptura del entonces vigente régimen republicano español mediante una fratricida contienda bélica. Quienes así piensan —o pensamos— quizás estimen que no es malo que el bribón de carne y hueso deambule y se asiente, a su voluntad y placer, donde buenamente le plazca, dentro o fuera de nuestras fronteras, con tal de que eso permita mantener libre de sobresaltos y terremotos constructivos al cotarro institucional español.
Pensemos que a fin de cuentas hay algo, por lo menos, respecto de lo que debiéramos de tenerle eterno agradecimiento al encarnado bribón de marras, y que no es otra cosa que su comportamiento y resuelto posicionamiento con ocasión de los acontecimientos coloquialmente denominados como “el 23-F”. Aunque nuestras republicanas tripas se revuelvan con ello, eso al menos, sí que debiéramos de reconocerle siempre, salvo que se llegara a ratificar fehacientemente que sí hubo, por parte del citado bribón regio, al menos un cierto grado de connivencia y complicidad en la preparación y desarrollo de semejante “susto” colectivo de todos o casi todos nosotros, los españoles que llegamos a vivir personalmente el precitado sobresalto del conjunto de nuestra española sociedad.
Piénsese en general que los plumíferos del aquel entonces, y también los posteriores con su silencio cómplice, hicieron la vista gorda a los devaneos amorosos del bribón monarca reinante, a su estable y arbitraria ocupación de diversas dependencias urbanas del patrimonio nacional y a las comisiones percibidas en el ejercicio de sus funciones de representación nacional en compañía de las diversas “corinas” habidas a lo largo de su dilatada trayectoria vital, con o sin forzado “aterrizaje” desde la grupa de algún exótico elefante.
Devaneos amorosos de los que la dinastía borbónica tuvo, como mínimo, a dos ilustres representantes, Isabel II y su hijo Alfonso XII. De “crápula” lo tildó el que en su momento fue el alcalde de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), calificándolo así, al padre del monarca restaurado tras el obligado paréntesis en la sucesión dinástica impuesto por la irrupción de la excepción dictatorial franquista.
Pecar es de humanos y el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Por lo demás, a las mencionadas comisiones señaladas habría que añadir, también, los valiosos objetos recibidos como obsequios de las diversas representaciones diplomáticas acreditadas en España y cuyas respectivas prebendas donadas eventualmente no hayan sido devueltas por el “monarca-urraca” hispano, acreditado como bribón, restituyéndolas al patrimonio público del pueblo español.
La mayor bribonada española fue, durante siglos, el expolio colonial para boato y disfrute predominante de nuestra clase social superior, generando allende de nuestras fronteras prosperidad estable vehiculada por el comercio de paños, telas, joyas, etc.
La corrupción en España ha sido una constante temporal desde tiempo inmemorial. Desde, por ejemplo, cuando Roma no pagó a traidores al caudillo lusitano Viriato, quizás el primer mártir de la corrupción en nuestra “piel de toro”. Presumiblemente en otras naciones también ocurrirá algo similar. También ellos tendrán su respectiva corrupción patria, esto es, teniendo sus propios bribones.
A partir de tal comienzo, el rastro de la corrupción en España se ha venido deslizando hasta nuestros días. El seguimiento por nuestra parte de ese rastro, caso a caso y en orden cronológico, será a grandes rasgos nuestra próxima tarea, a partir del presente momento de nuestro relato. Tendremos así, en primer lugar, el de un caso acontecido durante el reinado de Felipe III. Encontramos los primeros vestigios históricos de corrupción en el Siglo de Oro, por medio de lo narrado en la literatura picaresca castellana. El período en que el duque de Lerma ejerció el gobierno de España en nombre de Felipe III, fue uno de los más notoriamente corruptos. Se destacaron los casos de Pedro Franqueza y, finalmente, el del propio duque de Lerma.
Pedro Franqueza y Esteve, conde de Villalonga, fue un burócrata español que, con el favor del duque de Lerma, ascendió en la administración de Felipe III hasta acumular las secretarías de los consejos de Aragón, de Castilla, de la Inquisición y de Estado y de las juntas de Hacienda de España y Portugal. La utilización que hizo de sus cargos para su enriquecimiento personal motivó que fuera inhabilitado y condenado a prisión perpetua, por fraude, cohecho y falsificación.
Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, más conocido como Francisco de Sandoval y Rojas, fue el V marqués de Denia, Sumiller de Corps, Caballerizo mayor y valido de Felipe III (1598-1621), I duque de Lerma (1599), I conde de Ampudia (1602) y cardenal (1618). Gómez de Sandoval-Rojas nació en Tordesillas y fue educado en la corte de Felipe II. Su abuelo materno era Francisco de Borja (es decir, San Francisco de Borja) y pertenecía a una familia con tradición en el cargo de Adelantado de Castilla, desde el año 1412. Fue el hombre más poderoso del reinado de Felipe III. Se hizo inmensamente rico a costa de saber manejar el tráfico de influencias, la corrupción y la venta de cargos públicos.
En el siglo XIX la reina regente María Cristina de Borbón se hizo célebre por su participación en negocios turbios que favorecieron el rechazo entre el pueblo y los políticos. Participó en operaciones de especulación con la sal, con los ferrocarriles, e incluso con la ilegal trata de esclavos, en los que participaba también Narváez. Se llegó a afirmar que no había proyecto industrial en el que la Reina madre no tuviera intereses. Su fortuna se estimaba en 300 millones de reales.
El 5 de octubre del año 1931 Joaquín del Moral, posteriormente Inspector de Presidios y Prisioneros durante la dictadura de Franco, implicado en el golpe militar del año 1932 e íntimo amigo de Sanjurjo, dio una conferencia titulada Inmoralidad Política, en el Ateneo de Madrid (y posteriormente recogida en su obra Oligarquía y enchufismo) dando cuenta de las sumas acumuladas por las minorías del Gobierno, en total el PRR, el PSOE, el PRS, AR y ERC se repartían 24 millones de pesetas, anualmente.
El escándalo del estraperlo y el asunto Nombela (1935) supusieron el derrumbe del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux. El origen de este acrónimo, estraperlo, está en un escándalo político, producido como consecuencia de la introducción de un juego de ruleta eléctrica de la marca Straperlo, nombre derivado de los apellidos de quienes promovieron el negocio y que habrían aportado al acrónimo letras en cantidad proporcional a la participación en la empresa (otras versiones, afirman que el término procede solamente de los dos primeros nombres).
Durante esta época el Gobierno republicano, enfrentado al embargo de armas impuesto por el Comité de No Intervención, tuvo que recurrir a dudosos canales de compra, lo que hizo que sus agentes tuvieran que gastar enormes sumas de dinero parte del cual se desvió de forma irregular en la compra de armas y suministros en el extranjero, siendo los casos de corrupción más sonados los de la Comisión de Compras de París y de la CAMPSA Gentibus. Indalencio Prieto, Juan Negrín, y varios de sus hijos, habrían estado presuntamente implicados en estos casos de corrupción.
Según el anarquista Diego Abad de Santillán «Si el Gobierno Negrín hubiese tenido que responder de su gestión política, económica y financiera, habría tenido que terminar ante el pelotón de fusilamiento».
Según don Francisco Largo Caballero «El señor Negrín, sistemáticamente, se ha negado siempre a dar cuenta de su gestión (…) de hecho, el Estado se ha convertido en monedero falso.
¿Será por esto, y por otras cosas, por lo que Negrín se niega a enterar a nadie de la situación económica (…)?
Diversos autores califican también de corrupción el episodio del Tesoro del yate Vita contado por el socialista Amaro del Rosal, exdirector de la Caja General de Reparaciones. El Vita fue un yate construido en el año 1931 en Kiel (Alemania) por la firma Germania Werft GmbH con el nombre de Argosy. Se trataba de un yate de propulsión diésel con una eslora máxima de 62,20 m, por 9,20 de manga. Fue vendido a un ciudadano filipino navegando bajo pabellón estadounidense. En el año 1934 cambió su nombre al de Vita, siendo adquirido durante la Guerra Civil Española, por Marino de Gamboa, simpatizante del nacionalismo vasco que lo puso al servicio de las autoridades republicanas en los momentos finales de la fratricida contienda española. Fue empleado para transportar objetos incautados por la Caja General de Reparaciones al término de la Guerra Civil Española a instancias del presidente del Gobierno republicano Juan Negrín.
Durante la guerra España sufrió un hundimiento de la producción agrícola e industrial adquiriendo una gran importancia el mercado negro, llamado estraperlo, en recuerdo de aquel famoso escándalo.
La corrupción económica, el clasismo y el nepotismo fueron rasgos básicos de la dictadura franquista y estuvo muy extendida la implicación política en los mismos hasta los máximos niveles. Fue absoluta. En algunos casos por la propia participación directa de altos cargos y en otros por la protección que los estraperlistas recibieron desde el poder. Todo ello, en medio de una total impunidad. Las repercusiones de la corrupción fueron socialmente muy graves. Para los corruptos y su clientela supuso un rápido enriquecimiento, mientras que para la mayor parte de la población implicó privaciones de todo tipo: carestía, ignorancia, hambre, ruina y miseria.
Los bribones de turno dispusieron siempre en España de “espejos” en los que poder verse reflejados. Así tendremos, por ejemplo, que la lasciva ninfómana reina Isabel II, con su irrefrenable apetito sexual, presumiblemente ponía en un compromiso, con los eventuales remilgos, por parte de sus seleccionados “amantes temporales” forzosos, doblegados, hipotéticamente, ante la perspectiva de previsibles represalias en el supuesto de un potencial rechazo a la fugaz coyunda fáctica.
Nos fijaremos, finalmente, en esos monos que habitan cornisas y tejados de templos y palacios de la India y de otros similares destinos exóticos. Centremos nuestra atención en uno cualquiera de tales animalillos. Roba, pero no mata. Él también es un bribón. Es un bribón incardinado entre todos los poseedores de carne y hueso, como ocurre con todos nosotros los humanos, y entre los que se encuentra también, por consiguiente…“el emérito bribón” o “bribón emérito”, que aquí también el orden de los factores no altera el corrupto producto.
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