Nocturna Ediciones publica la última novela de Luisa Etxenike, 'Aves del paraíso' - ¡Zas! Madrid
Aves del paraíso: un ritual de la incertidumbre
Con ilustraciones de James Ellsworth, la descripción de las aves, casi un auténtico catálogo científico, sus rituales y características quedan como muestra de una naturaleza indiferente al dolor humano
Luisa Etxenike (San Sebastián, 1957) ha publicado las novelas Querida Teresa (1988), Efectos secundarios (1996), El mal más grave (1997), Vino (2000), Los peces negros (2005), El ángulo ciego (Premio Euskadi de Literatura, 2008), El detective de sonidos (2011), y Absoluta presencia (2018).
Aves del paraíso, la última entrega narrativa de Luisa Etxenike, es una historia contenida y lírica sobre la paternidad y la responsabilidad de los padres acerca de los actos de los hijos en esa edad intermedia entre la madurez y la vejez, visto a través de un personaje tan curioso como misterioso que ingiere alimentos dulces para aplacar el amargor interno que, como sabemos, convive desde hace tiempo con él. La premisa fundamental es saber quién es ese hombre, y eso es lo que se preguntan a diario los vecinos al ver a un desconocido entrar y salir de una casa a deshoras, un hombre con pinta de mendigo aunque no sea su apariencia externa lo que más impresiona sino todo lo que quiere ocultar en su interior. Ha regresado a su casa, en el País Vasco, pero allí ya no están su mujer y su hijo.
Aves del paraíso nos va desvelando cómo la vergüenza acompaña al protagonista en sus largos paseos y el azar pondrá en su mano una guía de aves abandonada en un banco, y el descubrimiento del mundo de los pájaros poco después. El propietario de la guía, un viejo en silla de ruedas, Agustín, aparecerá en la escena avanzado el relato; en realidad, Etxenike plantea una sencilla metáfora que hila a medida que vamos leyendo las páginas de este breve texto, y en un intento de que las dudas de su personaje se vayan disolviendo, aunque desde el comienzo queda muy claro que Miguel no es hombre de palabras; se muestra herido pero no parece dispuesto a confesar sus problemas y debemos interpretar que, a medida que va desarrollándose el relato y cambian sus circunstancias, empieza a experimentar una posible solución de futuro.
El planteamiento de la narradora habría que justificarlo en esa toma de conciencia de un padre y esa quiebra radical que conlleva, en una vida normal, la ilusión sobre las expectativas que siempre genera un hijo, y que en el caso que se cuenta provoca una crisis vital y se concreta en un aislamiento voluntario y en una profunda depresión. Etxenike se decanta por una perspectiva emocional frente al relato argumental de una historia a contar, quizá porque el tema de fondo es el terrorismo de ETA, aunque la misma historia podría ocurrir en cualquier ámbito geográfico distinto porque tanto la universalidad como la perspectiva de la narradora vasca resultan sumamente originales. El lector siente un curioso interés desde la primera página, una vez que descubre el origen del sufrimiento del hombre, de su exilio real y moral; sin duda porque Etxenike parte en su historia de unas insinuadas consecuencias para alcanzar la causa aunque, en realidad, la información aparece en un aparente desorden que sigue los vaivenes emocionales del padre, su vagabundeo por el sur de Francia y el País Vasco, que se describe como una tierra de una absoluta belleza convertida en un simple paisaje de dolor bajo los ojos del protagonista.
La habilidad narrativa de Etxenike hace que a medida que vamos pasando las páginas todo quede encajado aunque el lector no tenga la certeza total de lo ocurrido hasta que la autora decide mostrarlo de una manera directa, sin dejar lugar para la ambigüedad.
El reto de ofrecer un texto breve precisa una elección narrativa muy concreta: una tercera persona cercana a una primera, un narrador que se convierte en la sombra absoluta del protagonista, en gran medida sobre su vida, porque el personaje ha decidido olvidar todo aquello que no quiere ni puede asumir, aunque no deba hacerlo y, como todo humano, al final se vea obligado a asumir la verdad y las consecuencias de la misma.
La descripción de las aves, casi un auténtico catálogo científico, sus rituales y características quedan como muestra de una naturaleza indiferente al dolor humano, que prosigue su curso, hábitos tan prácticos como inmutables, y las ilustraciones en blanco y negro de James Ellsworth evocan en su estilismo a esas láminas del pasado. Ayuda la fluidez de una prosa que no deja de transmitirnos cierto aire poético, entonando un tono lírico que aporta una singular belleza al conjunto. Una vez que como lectores nos acercamos al final, Etxenique recurre a un cierre contundente, el diálogo entre un padre y un hijo destinados a la incomunicación hasta que, en una hipotética posibilidad y un futuro, si ambos siguen vivos, el hijo pueda tomar conciencia de la realidad histórica a la que se han visto sometidos.
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