Patricia Esteban Erlés: sus libros de cuentos y su primera novela, 'Las madres negras' - ¡Zas! Madrid
«La vida es algo realmente extraño, si una se para a mirar con detenimiento las cosas que aceptamos como normales, como parte de nuestra cotidianidad»
Patricia Esteban Erlés es profesora y columnista en el Heraldo de Aragón. Ha publicado tres libros de cuentos. El primero de ellos, Manderley en venta, obtuvo el Premio de Narración Breve de la Universidad de Zaragoza en 2007. Su segundo libro, Abierto para fantoches, ganó el XXII Premio de Narrativa Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal. En 2010 publica su tercer libro de cuentos, Azul ruso. Ese mismo año obtuvo el primer premio del concurso de microrrelatos organizado por la Revista Eñe.
Publicó su primer libro de microcuentos, Casa de Muñecas, en 2012. Algunos de sus cuentos han sido antologados en volúmenes temáticos, Vivo o muerti, Perturbaciones o 22 escarabajos y en antologías como Pequeñas Resistencias, 5. Antología del nuevo cuento español y Madrid Negro. En 2017 ganó el Premio Dos Passos con su primera novela, Las madres negras.
Su mundo de ficción arranca con el cuento, ¿existe un universo diferente entre cuento y novela?
Creo que son puertas comunicantes las que unen esos dos mundos, muy parecidos entre sí, al menos en mi caso. Me persiguen los mismos temas cuando quiero contar una historia breve o cuando me planteo un texto más largo. Las obsesiones que dan lugar a los argumentos que prefiero están en cada uno de mis libros de relatos y microcuentos, y se pasan a la habitación vecina, a la novela, porque no me puedo (creo que tampoco quiero) librarme de ellos. En cada historia me planteo la realidad como un terreno resbaladizo, que se resiste a se reducido a una explicación lógica. Aparece el misterio de las relaciones humanas, sus secretos inconfesables, el lado más oscuro del ser humano, el humor como estrategia de supervivencia, el monstruo como criatura que sirve al resto de personajes para afianzar discutible normalidad… Puede que todos sea un continuo y quizás solo me enfrento a un cambio al abordar la atmósfera, la intensidad, que es mayor en el cuento por razones obvias, al tratarse de una distancia más breve, de un texto más concentrado.
¿Todo cuanto tiene que ver con el “extrañamiento” forma parte de su vida cotidiana?
Absolutamente. La vida es algo realmente extraño, si una se para a mirar con detenimiento las cosas que aceptamos como normales, como parte de nuestra cotidianidad. Me gusta enfocar con un zoom implacable esos momentos, esas situaciones que muestran que nada es tan sencillo ni tan tranquilizador como pensamos. Desde el poder misterioso de algunos objetos, en apariencia inofensivos, al esqueleto que un día descubres colgado en el armario de tu pareja, tu mejor amiga, tu hijo. Me gusta plantearme esas cuestiones porque la inquietud es una sensación que me atrae y me hace pensar, da respuestas a partir del cuestionamiento de las certezas, de lo que damos por supuesto. Disfruto mucho cuando alguien me cuenta una anécdota, una pequeña historia personal que ha reventado las costuras de su forma de ver el mundo. Me siento acompañada cuando el absurdo, lo extraño, lo inexplicable, es un ingrediente en la vida de los que me rodean, algo que compartimos, que puedo entender y que me apetece contar.
En muchos de sus relatos, la tristeza es el tema recurrente, ¿es un motivo tan literario como personal?
La tristeza me parece un sentimiento del que eludimos hablar muchas veces, como si fuera un tabú, algo que nos hace poco interesantes, que lleva a los otros a cruzarse de acera y evitarnos. Pero a mí me parece sumamente literaria esa sensación, prefiero las historias tristes que muestran los aspectos menos agradables de la vida, porque creo que tiene una dimensión estética muy interesante. Hablo de la tristeza emparentada con la ruptura, la muerte, la traición, la locura, porque es un efecto secundario inevitable, que merece su propio retrato. No entiendo la literatura como un territorio del que se destierra cualquier aspecto de lo que nos caracteriza como humanos. La tristeza es un componente azul y esencial que quiero reflejar, igual que cualquiera de los otros ingredientes que hacen que seamos lo que somos. Para compensar esa presencia de la tristeza o hacerla soportable intento que el humor, en cualquiera de sus variantes, aparezca para procurar un atisbo de luz, de esperanza. La ironía, la parodia, el humor blanco o negrísimo son compañeros de viaje de la tristeza porque la vida los sienta en el mismo vagón muy a menudo.
La colección de cuentos, Azul ruso ¿supuso, de alguna manera, una constatación de su presencia en el panorama narrativo?
Sin duda, Azul ruso, mi tercer libro de cuentos, supuso un salto cualitativo en diferentes aspectos, porque pasé de presentar mis dos primeros libros, Manderley en venta y Abierto para fantoches a concursos que incluían en el premio la publicación del libro a formar parte del catálogo de Páginas de Espuma, una editorial que me encantaba como lectora y que ha hecho mucho por el relato y su dignificación. El trato que se da en Páginas al autor y su obra, además de la visibilidad en los medios que alcanzamos los cuentistas gracias al entusiasmo infinito de nuestro editor fueron factores que hicieron que Azul ruso supusiera, desde luego, un punto y aparte en mi trayectoria como autora.
Un paso más, Casa de muñecas, una colección de microrrelatos, ¿un proceso diferente en su escritura?
Un proceso de adelgazamiento, de jibarización podría decirse. Me interesó mucho el reto que supone ir talando frases hasta el límite del sentido completo. Me divertía calibrando adjetivos, buscando que el texto fuera tan ágil como concentrado. El proceso creativo tuvo mucho que ver con dos ejes fundamentales. Por un lado, la premisa de que escribí muchos de los bocetos iniciales de los microcuentos que fueron a parar a Casa de Muñecas para publicarlos en Facebook. De este modo podía acceder a una recepción a tiempo real, los lectores eran mis contactos de esa red social y enseguida podía constatar cuáles interesaban más o menos, valorar los comentarios que se iban haciendo sobre temas, estilo, etc. Cada día buscaba una imagen del mundo de la moda que mostrara a la mujer como una muñeca viviente y escribía en torno a lo que la foto me sugería. El hieratismo, la inmovilidad forzosa, la máscara del maquillaje, los obstáculos que suponen un vestuario aparatoso o unos tacones altos… Casa de Muñecas es en el fondo una crítica a la educación que hemos recibido todas las niñas que creímos que las muñecas eran nuestras primeras maestras, los modelos que debíamos seguir. El otro eje importante fue la colaboración, o segunda escritura, esta vez en imágenes, que hizo la ilustradora Sara Morante de un buen número de relatos. Fue interesantísimo contar a dúo, enriquecer la palabra con imagen, brindar otra interpretación, la de Sara, a los textos que yo escribía. El verano de 2012 yo me despertaba ansiosa por mirar el correo porque ella trabajaba de noche y solía enviarme sus últimas creaciones. No se descartó ni una sola de sus propuestas. Todas fueron brillantes, expresivas, muy audaces y a la vez respetuosas con el espíritu del libro.
Un premio y un salto a la narrativa extensa, Las madres negras, ¿una novela fruto de un largo proceso creativo?
Sí, lo cierto es que echando la vista atrás me doy cuenta de que tomaba notas de historias que formaron parte de la novela mucho antes de que las incluyera en ese universo narrativo de Las madres negras. Hay obsesiones, personajes, tramas, que me persiguen incesantemente, van y vuelven y al final acaban ocupando el espacio de mis libros. Esos hilos no encontraba la manera de trenzarlos con coherencia hasta que cayó en mis manos una novela de Shirley Jackson en cuyo prólogo se contaba la historia de la casa Winchester, una mansión encantada, la de la viuda del fabricante de rifles, que ella fue ampliando durante cuatro décadas con nuevas alas, incontables corredores, habitaciones, sótanos…, en un intento vano de escapar de sus fantasmas, todos los indios y soldados muertos gracias al eficaz mecanismo de repetición que había patentado su esposo. Ese edificio, las posibilidades que brindaba, apareció como por arte de magia y vi enseguida que podía servirme la idea de la casa infinita, laberíntica, como cuartel general del horror que persigue a las niñas. Así nació Santa Vela, una metáfora del infierno, en realidad, de todos los lugares que implican la tortura, el encierro, el sometimiento de unos seres frente a otros que los dominan caprichosamente. Una vez tuve el escenario fue fácil y muy divertido mezclar todas las vidas de los personajes, huir de la localización espacial o temporal concreta. Santa Vela es en realidad el mundo y el tiempo de mi novela, un personaje con vida propia que rige los destinos de quienes van a parar allí.
De entrada, el lector se encuentra con una atmósfera asfixiante, un orfanato y cuanto ocurre allí dentro ¿sigue siendo válida la fórmula, el bien frente al mal?
Es una lucha eterna, una oposición de contrarios que resume bien, creo, el propio interior del ser humano. Todos somos una Santa Vela en miniatura, con atisbos de luz y sombras que en ocasiones preferimos no ver. Me interesa mucho que el lado oscuro aparezca reflejado en lo que escribo, señalas su existencia, normalizarla como algo que tenemos que ver previamente para combatirlo. La avaricia, la locura, el amor obsesivo, el ansia de poder, la traición, conviven pared con pared con la bondad, la generosidad, la belleza…
La infancia, la crueldad y la locura, ¿conforman el argumento de Las madres negras?
Son varios de los núcleos narrativos que me parecen más importantes, pero creo que ante todo Las madres negras es una metáfora atemporal del mal uso del poder, de lo nocivo que es el fanatismo en cualquier ámbito, sea la ciencia, la religión… Quien comprende que posee ese poder y no lo administra con justicia tiene una responsabilidad con los demás que muchas veces pasa desapercibida, que no se reclama ni denuncia. Así es como triunfa la imposición del fuerte, porque el vencido no conoce siquiera la posibilidad de rebelarse, de luchar, como hace Mida en mi novela.
El elemento fantástico, tan característico en su prosa, ¿permite al lector que en esta novela profundice más en esa realidad, tan aparentemente, ajena?
Creo que la realidad está llena de pozos misteriosos, de habitaciones secretas. Difuminando los contornos de lo que es y de lo que parece ser me resulta sencillo construir mis mundos, los dilemas a los que se enfrentan los personajes.
«Lo fantástico es un lenguaje que me parece sumamente eficaz para contar la visión fragmentaria, escurridiza, equívoca, con que lo real se presenta ante nosotros tantas veces. Es un ropaje que me concede una gran libertad narrativa y que encierra un enorme valor simbólico»
El convento tiene su propia voz, ¿es realmente el protagonista de esta obra coral?
Es una más, es la casa que habla, que siente, recuerda, ha escucha historias… Como mi obsesión por las casas es proverbial me parece lógico que en este punto de mi trayectoria una de ellas empiece a comportarse como un ser vivo. En este sentido me resultó muy interesante algún apunte de la vida de Shirley Jackson, que decían que se cruzaba de acera para no pasar cerca de cierta mansión neoyorquina a la que consideraba perversa. En ciertos lugares yo he tenido sensaciones parecidas. Las casas encierran muchas más cosas que muebles y fotografías. Hay algunas en las que sientes un escalofrío o en las que parece que las propias paredes, el reloj de pared, un jarrón, te acogen con agrado. Santa Vela está viva y es un lugar desgraciado, porque su destino no tenía que haber sido el que finalmente fue. Estuvo concebida como villa familiar, como espacio de felicidad de una pareja enamorada y sus hijos. Pero las cosas sucedieron de otra forma y la propia casa padeció la maldición de los Corven.
Luego estaría Dios, ¿qué papel hay que atribuirle como personaje?
El papel de cualquier representante del poder que abusa de su situación privilegiada. Dios es todos los jefes de planta, todos los presidentes, reyes, todos los dictadores que no asumen que cuidar de otros es un acto de responsabilidad. Lo imaginé como un ser humano hipertrofiado con todos los defectos que tenemos los mortales elevados a la enésima potencia. Dios es una mezcla de las caprichosas divinidades de la mitología y el colérico Yahvé del Antiguo Testamento. Es poderoso y cobarde, arbritrario y feroz. Alguien que se aburre inmortalmente porque el tiempo es su enfermedad.
La novela está repleta de “dualidades”, las pequeñas protagonistas, las hermanas, los padres, ¿conforman esas dos caras de luz y de sombra en el relato?
Sí, el tema del doble es uno de mis favoritos, me sirve para crear contrastes y analogías, para contar lo inestable que resulta la propia individualidad, para mostrar de forma sencilla las diferencias básicas que enfrentan a los seres que habitan mis ficciones. La dualidad me permite también enfrentar a los personajes, porque otra idea fundamental que me persigue es la de la dificultad que entrañan las relaciones personales. En la novela la familia es con frecuencia una pequeña sociedad que expulsa al débil, que lo descarta como si fuera un material defectuoso, sin más contemplaciones. Las relaciones conflictivas se dan también entre las hermanas del convento, que representan valores contradictorios. Priscia es el amor torpe, el sufrimiento que se arrastra desde el pasado. La oscuridad. Pola es la belleza absoluta, la inocencia. Una luz insoportable en el universo de Santa Vela.
Los personajes Coro y Mida ¿refuerzan esa idea de dualismo?
En cierta forma sí. Son dos piezas inseparables, dos niñas que llegan a la vez al convento y eso las une casi como hermanas expulsadas en el mismo parto al mundo feroz del orfanato. Ambas son separadas de sus padres y sellan una alianza silenciosa, que se romperá porque al mismo tiempo son diferentes en su forma de vivir el amor. La entrega de Mida y el rencor de Coro serán decisivos en esta fractura.
Finalmente, ¿el lector puede sentir miedo al terminar su novela?
Espero que sí. A mí me atrae generar sensaciones relacionadas con la inquietud, la desazón. Estar incómodo con lo que se lee quiere decir que hemos detectado el funcionamiento defectuoso de algo y es el primer paso muchas veces para iniciar una reflexión, una crítica constructiva de la realidad que debe cambiarse. El miedo es en ocasiones un mecanismo preventivo, que nos ayuda a evitar el peligro. También un sentimiento que tiene su lado placentero cuando podemos controlarlo, administrarlo a placer. Algunos lectores me han echado la bronca porque han sentido un escalofrío permanente, una angustia casi real en algunos tramos de la historia. Que se lea mi novela y sus fantasmas se queden flotando dentro de quienes se acercaron a ella es para mí un terrorífico honor.
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