Poética y simbolismo en el libro de relatos 'Terrestre océano', de Tere Susmozas - ¡Zas! Madrid
Tere Susmozas nació en Madrid. Es diplomada en Marketing y Publicidad por el IECM y Máster en Contabilidad y Finanzas. Su trabajo como cuentista ha sido galardonado, entre otros, en el XVII Premio Internacional de Relato Julio Cortázar y en el XXII Premio Ana Matute , y recogido en diversas antologías como Ellas También Cuentan, Relatos 03, La carne despierta y Relatos de mujeres 7. Terrestre Océano es su primer libro de cuentos.
«La mayoría de los cuentos que integran el libro son relatos visionarios, en los que la frontera entre el mundo real externo y el mundo interior de los personajes, se difumina hasta dibujar el paisaje simbólico que los rodea»
Los veinticuatro relatos que conforman Terrestre océano poseen atmósferas irreales que van configurando el marco emocional del libro. ¿Seleccionaste los cuentos buscando esa unidad?
La busqué, en efecto. Para mí era importante que Terrestre océano tuviera unidad, consistencia, que fuera como un pequeño universo ficcional. La mayoría de los cuentos que integran el libro son relatos visionarios, en los que la frontera entre el mundo real externo y el mundo interior de los personajes, se difumina hasta dibujar el paisaje simbólico que los rodea. Por ejemplo, en el relato Escapista de paisajes, el paisaje se inclina, se pliega, se vuelve claustrofóbico para describir así el sentimiento de duelo de su protagonista. Esas atmósferas irreales intensifican cada relato, pero considero que ganan aún más sentido en el conjunto, al ceñir mi escritura a una poética más concreta y definida. Por otro lado, siempre me ha gustado que cada cuento sea algo compacto. No me refiero a la manera de resolver el conflicto, si lo hay, o si este queda más abierto o cerrado, sino a estética, como un pequeño mundo resultante del proceso creativo. Este proceso está metaforizado en el relato Sonido cíclico que arrasa, en el que utilizo la imagen de un planeta diminuto que, aislado de su galaxia, deja al descubierto toda su belleza y desolación.
También están muy presentes lo extraño, las zonas umbrales, el encierro y un cierto sentimiento de fatalidad…
He intentando describir esas zonas de penumbra interna por las que, a menudo, transitamos, utilizando para ello el extrañamiento como recurso narrativo. La mayoría de los relatos están atravesados por una visión crepuscular del mundo, como en Sedimentos de mar muerto, en el que la llegada de una ola gigante amenaza con arrasar y destruir la vida de una familia. Y hay algunos temas recurrentes. Uno de ellos es el encierro, junto al temor a salir de él. De eso trata, por ejemplo, el relato El desamparo de los niños perplejos, en el que unos niños permanecen confinados en un hueco de escaleras por miedo a madurar. Una variante de ese encierro sería el estancamiento, como sucede en La posibilidad de un océano, en el que una pareja en crisis vive en el interior de una pecera. El temor a ver las cosas tal y cómo son, la ceguera, aparece en los microcuentos La plenitud del cíclope y Percepciones de lo ausente. Y la idea de que respiramos un ambiente social putrefacto en muchos sentidos está reflejada en el relato Lo que nos mantiene aquí, que trata sobre una ciudad levantada sobre los muertos y la ruinas de otra, en la que se respira un hedor insoportable. También hay cuentos que hablan del miedo a perder nuestra identidad, a que nuestra individualidad se difumine en la multitud, como en Tiempo muerto −uno de los relatos de textura más abstracta y conceptual del libro−, o, en el caso contrario, de la dificultad para reafirmarla, como sucede en Crespúsculo casi helado sobre un puente. Pero aunque la mayoría de los personajes parece que están dominados por la angustia y el hastío, en algunos relatos aparece una posibilidad de cambio y renovación, como en Pájaros a la deriva entre constelaciones, cuento que con cierto impulso utópico recrea otro mundo posible.
El escritor, profesor y crítico Ángel Zapata define, en el prólogo, a tu libro como netamente neosimbolista. ¿Qué opinas de ello?
Me enorgullece, por supuesto, porque eso indica que mi escritura está en diálogo con la tradición literaria. Y, en concreto, con una estética que, arrancando desde las propuestas más radicales del Romanticismo, llegó a dominar la poesía europea de la primera parte del siglo XX con grandes figuras como Verlaine, Valéry, Eliot, Rilke o Juan Ramón Jiménez. Admiro mucho a todos esos autores que destilaron una poesía que no aspiraba a explicar el mundo, sino a suplantarlo. Citando a Mallarmé, se trataba de «ceder la iniciativa a las palabras», la escritura entendida como un ejercicio poético tras el cual, lejos de la enseñanza, la falsa sensibilidad o la descripción objetiva, algo nuevo debía emerger. Principios que yo he intentado seguir, ciñéndome a unos recursos narrativos y expresivos más contemporáneos. Esos recursos los aprendí y apliqué en las clases de Ángel Zapata, mi maestro durante varios años. Con él siento que tengo una inmensa deuda, no sólo por el magnífico prólogo que acompaña al libro, sino porque me ha ayudado a ser la escritora que soy.
Terrestre Océano es tu primer libro publicado. ¿Cómo lo conseguiste? ¿Cuáles fueron las principales dificultades a las que te enfrentaste como escritora novel?
Nunca he tenido prisa en publicar, aunque sí lo deseaba. Para mí supone un impulso para seguir adelante, una recompensa al esfuerzo de leer, formarme y, por supuesto, escribir. Quizá la principal dificultad es la falta de tiempo, la vorágine del día a día a veces te impide sacar tiempo para reflexionar. Antes de Terrestre océano, publiqué algunos relatos en revistas, probé suerte en concursos literarios, como el Internacional Julio Cortázar −cuyo primer premio obtuve en su XVII edición (año 2014)−, y participé en varios libros colectivos. En el año 2010 tuve la suerte de resultar finalista en el XXII Premio Ana Matute que organiza anualmente Ediciones Torremozas. Así entré en contacto con Marta Porpetta, su editora. Cuando años más tarde les entregué el manuscrito del libro, no tardaron apenas en contestarme. Publicar con ellos es todo un privilegio. Es una editorial que lleva más de 30 años apoyando la literatura escrita por mujeres; con un fondo muy interesante, formado por autoras como Alfonsina Storni, Carmen Conde o Gloria Fuertes, entre otras. Además, Jesús Herrero diseñó para el libro una portada de lo más sugerente que está gustando mucho.
Has asistido durante años a talleres literarios. ¿Qué te han proporcionado estas clases?
Los talleres literarios han sido imprescindibles en mi evolución. Antes escribía sin demasiada continuidad. En las clases aprendí, entre otras cosas, a quitarme el miedo a enseñar mis textos, a escuchar y asumir las críticas, a que hay que ser constante para avanzar. Mi primer profesor fue Víctor García Antón, que es un gran maestro, además de un escritor al que admiro mucho. Con él aprendí las técnicas narrativas básicas en cuanto a la construcción de relatos y me acercó a lecturas muy interesantes para ayudarme en ese proceso. Más adelante me incorporé en Escuela de Escritores a las clases de Ángel Zapata, en las que maduré mucho como escritora y recibí pautas y consejos para seguir evolucionando. Una parte del éxito de los talleres es, por supuesto, del profesor, de la manera en que conectas con él y te guía. Pero también del grupo, tiene que haber cierta complicidad. Creo que he sido afortunada en ese sentido, porque me he encontrado con muy buenos compañeros. Ahora el reto está en ponerme al otro lado, como profesora, intentando transmitir todo lo que he aprendido en estos años.
Submit a Comment