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¡Zas! Madrid | October 4, 2024

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'El peón que enamoró a la Muerte', de Luis Muñoz Almagro - ¡Zas! Madrid

‘El peón que enamoró a la Muerte’, de Luis Muñoz Almagro

La vida en el tablero

El tablero de ajedrez es el armazón sobre el que se erige la estructura de esta novela poliédrica que constituye, por otra parte, una bajada a los infiernos

Biografía, autobiografía, memorias, realidad y ficción, literatura y periodismo se dan la mano en el El peón que enamoró a la Muerte, de Luis Muñoz Almagro

El periodista y escritor, Luis Muñoz Almagro, autor de la novela El peón que enamoró a la Muerte.

El periodista y escritor Luis Muñoz Almagro se adentra en el mundo de la narración con una novela que merece la consideración y la valoración de los buenos lectores y de los críticos honestos. Veamos, pues, cómo se abrió ante mí, tras diversas lecturas, este El peón que enamoró a la Muerte, con un Cristóbal Egidio como personaje central, que es, pero que no es. Puede que nada sea aquí lo que parece o que todo sea aquí lo que parece. Discierne tú, lector atento, qué ha de ser lo verdadero.

Bajo una variante de la fórmula o recurso del “manuscrito hallado” entre los tesoros más valiosos de la Biblioteca Pública de Orihuela, Cristóbal Egidio nos introduce en un extenso relato de aventuras que cuenta la historia de Pedro el Moro, avezado jugador de ajedrez, también oriolano, y con cuya vida de superviviente encontramos no pocos puntos de contacto con algunos personajes de nuestra picaresca, tal como Guzmán de Alfarache, quien ve en el propósito de embarcarse para el Nuevo Mundo, el golpe de suerte que le hará cambiar su malhadado destino. Él será en la ficción, como probablemente en la realidad lo fue Luis Muñoz Almagro, el primer oriolano en pisar la Antártida.

Bajo la alegoría del juego del ajedrez, como en aquella famosa película de Ingmar Bergman que lleva por título El séptimo sello, en la que un caballero cruzado se juega la vida en una partida de ajedrez contra la Muerte, la cual ha venido a tomarla durante una epidemia de peste negra que asolaba la Europa medieval; el personaje de Pedro el Moro también se juega la vida en una partida de ajedrez contra la Parca. Nada más asimilable a nuestra propia vida. La partida resulta como una lucha enconada entre ambos contendientes que representan la existencia amenazada, siempre desvalida y frágil, frente a la todopoderosa e inevitable Muerte. Doy fe de que aquí no se realiza la entrega tan fácil y gratuitamente, sino en combate feroz contra la adversidad, jugada a jugada y no sin haber luchado hasta la extenuación.

Biografía, autobiografía, memorias, realidad y ficción, literatura y periodismo se dan la mano felizmente y sin rubor alguno en esta obra, que se desliza de la primera a la tercera persona, del narrador autobiográfico al narrador omnisciente, del que cuenta su vida (real, fingida o mezcla de ambas), a aquél que se sitúa fuera de la narración manejando todos los resortes de la misma. Siempre se consideró la primera persona como signo de subjetividad y la tercera como signo de objetividad.

De algún modo, El peón que enamoró a la Muerte es una novela de perdedores, todos los somos, pues vamos dejando en el camino personas, posesiones, lugares, afectos y vivencias que guardamos en la memoria o en el corazón, si así se prefiere. Pero, al fin y al cabo, somos supervivientes hasta que la vida nos permite continuar luchando. Los personajes de este libro lo son y aprendieron a vivir con sus carencias y entre no pocas dificultades. Su dimensión de autenticidad y verdad nos toca a todos de lleno por su humana condición.

¿Quién no ha tenido miedo alguna vez, si no por sí mismo por aquellos a quienes ama? ¿Y quién no se ha sentido humillado y herido por un semejante o ha tenido que agachar la cabeza en un momento determinado? ¿Quién no ha luchado contra corriente, aun sintiendo que la fuerza del agua lo arrastraba? ¿Quién no ha sentido impotencia al ver cómo la vida se llevaba a aquellas personas que más quería sin poder hacer nada por evitarlo? A todas estas preguntas responde Luis Muñoz Almagro en su libro, no con fórmulas mágicas o magistrales, sino con vivencias y emociones en la media de lo humano, a través de su propia experiencia. Su compromiso con los más débiles resulta evidente y su lección de humanidad va más allá de lo que hoy parece poder exigírsele a un escritor.

Orihuela, la Vega Baja del Segura, el sureste y el sur peninsular son los lugares más frecuentados por el autor en esta obra y en ellos transcurre la acción. La luz, el sol, el mar, los paisajes de palomas y palmeras bajo un cielo azul celeste que se bebe el zumo de los limones y aspira el olor del azahar forman el bagaje de su infancia y adolescencia. Ahí van, de su mano y con él, Miguel Hernández, Azorín, Gabriel Miró, Blasco Ibáñez y tantos otros ebrios de la luz, el sol y las palmeras del levante mediterráneo. Luis Muñoz Almagro ha sentido esa llamada de la tierra, ese desgarro telúrico que lo convoca periódicamente al regreso desde su lugar de residencia en Majadahonda.

En esta novela de novelas, o este gran compendio de relatos en íntima conexión, hay lugar para el tratamiento de conflictos humanos que fluctúan entre el amor y el desamor, las historias familiares y la lucha por la vida, tanto como para la reciente epidemia que hemos sufrido y que parece dar sus últimos coletazos. Todo ello en una obra donde las técnicas narrativas y las periodísticas se dan cita y se conjugan en perfecta armonía. Literatura y periodismo, aventura, desventura e intimidad: todo ello tiene cabida aquí y hace su aportación a El peón que enamoró a la Muerte, en ocasiones con muy sutiles pinceladas.

Dicen los entendidos que lo importante de una obra es que, aun poseyendo un andamiaje estructural por las técnicas narrativas que la sostienen, el lector no lo perciba o no repare en él; dicho de otra manera: que éste pase desapercibido y no se haga notar. Con sutiliza y maestría sorprendente se mueve Luis Muñoz Almagro por este libro, contagiándonos con la magia y el realismo de sus historias cargadas de emoción y humanidad, con un castellano ágil y bien cuidado, puesto al servicio de la eficacia comunicativa con el lector. No se piense, por ello, que su lectura no le obligará a desplegar toda su perspicacia y agudeza mental para llegar al trasfondo de estos relatos, porque el compromiso con que el autor se expresa no da lugar a equívocos, ya sea en su denuncia del neocapitalismo, de las dictaduras de nuestro tiempo o de la hipocresía y el poder clerical en la sociedad española del franquismo.

Memoria, realidad o ficción, subjetividad y objetividad, realidad y fantasía se hermanan en este libro ofreciendo al lector un caudal o reguero de profundas emociones que van del amor y el desamor a la experiencia de la enfermedad, la supervivencia o la muerte, nunca impostadas, sino filtradas y experimentadas. Por todos esos escaques del tablero de ajedrez de la vida, se mueve o se desliza con agilidad inusitada el peón, esto es: el autor, tratando de esquivar a la Muerte, revelándonos que su novela y las historias que en ella se desarrollan no constituyen otra cosa que un tablero de ajedrez en su estructura y en la concepción misma de la obra. El tablero de ajedrez es, pues, el armazón sobre el que se erige la estructura de esta novela poliédrica que constituye, por otra parte, una bajada a los infiernos; esto es: a lo más insondable y recóndito del ser humano. Por consiguiente, parafraseando a Walt Whitman, podemos afirmar con él: «Camarada, esto no es un libro. Quien lo toca, está tocando a un hombre». Y es que eso de ahondar en el alma humana debe ser cosa seria.




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