Una nueva aventura del pesquisidor Fernando de Rojas en 'El manuscrito de aire', de Luis García Jambrina - ¡Zas! Madrid
El manuscrito de aire mantiene las constantes de las tres novelas previas, un misterio en apariencia irresoluble y una espectacular recreación histórica
El manuscrito de aire es la novela más ambiciosa y comprometida de la serie protagonizada por Fernando de Rojas
Luis García Jambrina (Zamora, 1960) iniciaba toda una saga literaria ambientada en la pícara y estudiantil Salamanca del siglo XV, eligiendo al joven Fernando de Rojas como protagonista y excepcional investigador de unos sucesos cuya trama necesitaba un agudo pesquisidor.
La historia manuscrita
La serie se iniciaba con El manuscrito de piedra, la perfecta combinación de una verdad histórica y una trama policial: a finales del siglo XV, el joven Fernando de Rojas estudia Leyes en la Universidad de Salamanca y por encargo de don Diego de Deza, obispo de la ciudad, tendrá que investigar la muerte de fray Tomás de Santo Domingo, catedrático de Prima de Teología en el Estudio General salmantino. Rojas enfrenta a una compleja trama para desvelar los entresijos de ese crimen y, sobre todo, hará un repaso a los difíciles momentos por los que pasaban los conversos en la sociedad salmantina y en el resto del reino, o los problemas de sucesión de los Reyes Católicos, una auténtica crónica histórica con que nos deleita García Jambrina para configurar plenamente la trama completa y equilibrada de una novela, o en este caso de una historia que debe leerse como una auténtica ficción. La segunda entrega, El manuscrito de nieve,repite protagonista, ciudad y ambientación, aunque profundiza en el retrato social, e insiste en el aspecto picaresco de los bajos fondos de la ciudad universitaria: embaucadores, tahúres, meretrices, buscavidas que deambulan por los barrios y se mezclaban con el clero y los estudiantes. Precisamente, la muerte de uno de ellos, con las manos amputadas y dentro de un barril, desencadenará la trama y, García Jambrina, se permite jugar con la historia literaria porque quien descubre, precisamente, el asesinato es un mozo llamado, Lázaro de Tormes. Una vez más, Fernando de Rojas, merced a su astucia y su ingenio, se encargará de las pesquisas necesarias para desvelar una ola de crímenes que asolan las calles de la ciudad. Pedro Suárez, el maestroescuela del Estudio, es quien le encarga tamaña empresa y así el lector inicia un recorrido por la arquitectura social del XV, además de desenterrar las particularidades de los clanes enfrentados: los de San Benito y Santo Tomé, y el baile de nombres que irán apareciendo en las páginas de El manuscrito de nieve, desde la reina Isabel la Católica, la inquebrantable Lucía de Medrano o las eruditas alusiones a Beatriz Galindo, la Latina o Antonio de Nebrija, incluso la saga completa de los Fonseca. Cuando Fernando de Rojas ya vive alejado de la corte y sus de intrigas, en Talavera de la Reina, es llamado por la Emperatriz Isabel de Portugal y vuelve a ser nombrado pesquisidor real y en El manuscrito de fuego descubriremos un Rojas entrado ya en años, que tiene que acudir a Medina del Campo, donde recibe el encargo de investigar el asesinato del antiguo hombre de placer del Emperador, su bufón, Don Francés de Zúñiga, quien había sido expulsado recientemente de la Corte pero que había gozado durante muchos años del cariño del rey y de la reina. Se traslada hasta Béjar, escenario del asesinato, donde comienza su investigación, aunque las pesquisas le llevarán hasta Salamanca. No será un trabajo fácil, de hecho sufrirá varios atentados contra su persona, pero su obligación es llegar hasta el final de una trama que se va complicando a medida que avanza la historia.
El manuscrito de aire es, sin duda, la novela más ambiciosa y comprometida de la serie protagonizada por Fernando de Rojas, y cronológicamente la acción de esta historia transcurre unos años antes que la novela anterior, El manuscrito de fuego, concretamente el 6 de enero de 1515, en una pequeña aldea de indios taínos muy próxima a la ciudad de Santo Domingo, en la isla La Española, Quisqueya para los nativos, arrasada por el fuego. Conmovidos por la tragedia, la pequeña congregación de frailes dominicos envía a España a dos de sus miembros para rogar al rey que envíe a alguien a la isla para que haga las pesquisas necesarias y descubra a los culpables y se haga justicia. El encargado de la investigación será Fernando de Rojas, hombre resuelto y de confianza que, obligado a dejar a su familia y su propio bienestar, acepta el encargo pese a las enormes dificultades que entraña. Una vez allí, el pesquisidor conocerá de primera mano la situación en la que se encuentran los indios, cuya población ha sido diezmada desde la llegada de los españoles, que los utilizan, entre otras cosas, como esclavos para extraer oro de sus minas. De hecho, entre los posibles motivos de la masacre se especula con el castigo y la venganza de haberse rebelado contra sus amos. Rojas recorrerá los lugares de la isla para investigar, un hecho que le lleva a vivir peligrosas aventuras a la vez que descubre hasta donde puede llegar la crueldad del ser humano, en una isla por la que se siente atraído por su naturaleza y la bondad de sus nativos. Descubrirá que una parte muy importante de esta historia son los «encomenderos», los beneficiados de la corona que otorgaba una cantidad de indios a un súbdito español como premio a los servicios prestados, en realidad se convertían en sus esclavos y vivían en unas condiciones terribles; pero pronto sabrá el pesquisidor que son los principales sospechosos, aunque no los únicos, de la masacre que se había cometido.
La novela mantiene las constantes de las tres novelas previas, un misterio en apariencia irresoluble y una espectacular recreación histórica, aventuras a las que en esta ocasión se suma una inusual historia de amor entre la cacique taína Higuemota y Rojas que quedará deslumbrado por la belleza de la nativa y de los conocimientos de su cultura ancestral, pero sobre todo de su mano conocerá los problemas de su pueblo que empieza a ser diezmado por los excesos de los castellanos. Además, una vez más se cuestiona la presencia española en la conquista, el autor no evita algunas cuestiones bastante escabrosas de la convivencia con los nativos, su relación con la Iglesia, las enfermedades que contraían los autóctonos, y la crónica de la violencia y de la crueldad de los primeros años de la conquista de América.
La galería de personajes incluye, de nuevo, hombres y mujeres reales y de ficción, el más significativo, fray Bartolomé de las Casas, uno de los protagonistas que sabemos fue un fervoroso defensor de las Indias, el gobernador don Diego Colón, entre otros que conviven con los personajes inventados que García Jambrina completa, incluso recupera a su entrañable fray Antonio de Zamora, el herbolario amigo, o caracteriza a Enriquillo el cacique que protagonizará, según la novela, un levantamiento contra la corona muchos años después de que Rojas abandonara la isla y nunca más volviera para volver a vivir su amor junto a su amada Higuemota.
La recreación de la vida en la isla de La Española y su afinidad histórica resultan deslumbrantes, tanto en su aspecto más selvático y salvaje ambiente como en la descripción de las calles de Santo Domingo, ciudad rodeada de vegetación y de peligros constantes y donde el lector, además, percibe los colores, los olores, los sonidos y la majestuosa visión donde se asentaba la ciudad en los márgenes del río Ozama y su puerto a donde llegaban los barcos desde España, que García Jambrina describe con todo detalle, como si asistiéramos a ese paraíso que en un principio se pensó eran Las Indias.
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