Universo okupa en 'Retablo', libro que reúne dos relatos de Marta Sanz - ¡Zas! Madrid
Marta Sanz certifica en Retablo los cambios que están sufriendo las ciudades
Páginas de Espuma publica, dentro de su colección de ilustrados, Retablo, dos relatos de Marta Sanz, ilustrados por Fernando Vicente
Retablo, reúne dos relatos de Marta Sanz, y completa esta curiosa edición las ilustraciones de Fernando Vicente que en el texto funcionan como un auténtico contrarrelato, porque el dibujante cuenta las historias desde otra perspectiva y recurre a estrategias narrativas diferentes pero sobre todo se caracterizan por una singular efectividad visual. Con Retablo su editor, Juan Casamayor, pretende seguir apostando por el cuento, aunque desde otra perspectiva, puesto que no se trata solo de publicar libros de relatos o antologías, sino relatos de forma individual, sin que necesariamente tengan que conformar una obra unitaria.
Los relatos
Los dos cuentos que forman parte del volumen Retablo cuentan las vivencias de diferentes vecinas y vecindades de la capital, y como se trata de un retrato cotidiano no falta algo de sorna, tintes de los abusos cotidianos, y por supuesto tienen un afilado sentido crítico porque la escritora sitúa sus relatos en algunos barrios en los que asoman personajes discordantes con respecto a la marcha habitual de las cosas; y, además, hace que las dos narraciones confluyan. En el primero, “Extraños en un tren (versión amarilla)”, evidente homenaje a Patricia Highsmith, dos vecinas, de cuyas limitaciones se nos da cuenta por medio de la visita a sus respectivos frigoríficos, botiquines y buzones, se enfrentan a problemas de diferente índole que les hace estar hasta el mismísimo moño: Ana María, está cansada de tener en casa a un hijo holgazán que para colmo de desmanes es un gastaduros, al estar enganchado al juego, un ludópata de tomo y lomo; la otra, Matilde ve como su querido perro de nombre regio, Felipe IV, resulta muerto por algún desalmado, lo que hace que sus deseos de venganza aniden en su mente y en su corazón. La policía y esa mentalidad de xenofobia generalizada carga todas las culpas a los rumanos y los albanokosovares descritos como muy bestias. Felipe V sustituirá al perro muerto, y aunque bautizado como el anterior, esta sustitución no será suficiente y el afán justiciero funciona, del mismo modo que la solidaridad entre vecinas. El desenlace, bien merece un aplauso. El segundo, “Jaboncillos dos de mayo”, nos conduce por una calle de barrio en la que todos se conocen, donde las tiendas tradicionales de toda la vida surten a los vecinos que ante la llegada de intrusos que suponen, o al menos pueden suponer, un cambio de costumbres, les resultan prescindibles para los habitantes del lugar, que son gente sencillas, que compran en las tiendas de siempre que les sirven además de para abastecerse de lo que necesitan para comunicarse con los demás y tener conocimiento de las cuitas y desvelos de sus paisanos. La llegada de los hípsteres y su cohorte de centros de yoga y pilates, establecimientos de comida vegana, lo vintage, y alguna boutique de repostería, cuyos pasteles ofrecen una presencia en formas y colores absolutamente deleznables para la mirada tradicional de los vecinos del barrio, alterará el ritmo habitual del barrio. Las tensiones surgen de inmediato, y la almibarada buena disposición de algunos de los invasores no sirve para frenar la oposición organizada de los cada vez más unidos y solidarios vecinos, un tabernero, una frutera y un anticuario, que no quieren que su barrio muera.
Curiosidades
Marta Sanz expresa, a través de estos relatos, una incertidumbre propia, tal vez compartida por algunos lectores, certifica los cambios que están sufriendo las ciudades, y cuestiona un hecho motivado no sólo por el no saber exactamente el rumbo que tomarán las políticas urbanas, sino por esa mirada negativa que le hace poner el acento en el lado más negro de las transformaciones que experimentan algunos barrios emblemáticos. Dos cosas quedan claras, la primera, la habilidad de Marta Sanz que se complementa con las ilustraciones de Fernando Vicente, la pluma acompaña al pincel en esa especie de mezcla entre tragedia y comedia; y otra la descarada vena crítica contra un ambiente de encontrada actitud, poniendo en la picota los procesos de invasión por parte de cadenas comerciales que ponen en peligro la supervivencia de las cercanas tiendas de toda la vida, algo que conlleva el desplazamiento, y la marginación de los vecinos de siempre, con sus costumbres, que pasan a ser considerados como algo anclado en el pasado, o sin duda especies en extinción.
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