'Abecedario de lector', de Adolfo García Ortega: una pasión en libertad, o guía para lectores exigentes - ¡Zas! Madrid
Un canon literario propio
Paidós reúne Abecedario de lector, de Adolfo García Ortega, publicado originalmente por entregas
Adolfo García Ortega define la lectura como el disfrute de una pasión en libertad, y con su nueva entrega, Abecedario de lector, propone un paseo literario extraordinario por algunos de los curiosos conceptos y muchos de los nombres de la literatura universal, y como el mismo García Ortega insinúa en el subtítulo, es quizá más, “Una guía personal para lectores exigentes” y, de alguna manera, reivindica y nos recuerda que debemos hacer un auténtico ejercicio de subjetividad cuando de literatura se trata, es decir, alejarnos de las aspiraciones normativas, tan alienantes e intentar cultivar una forma de ensayismo que linde con el autorretrato indirecto de pretensiones personificadas, quizá porque el vallisoletano habla de la lectura como una «exploración inagotable» y la define como el placer inigualable de ese entusiasmo por explorar la capacidad de las palabras, la invención humana o el sentido mismo de la independencia y liberación de la condición humana, un concepto que se propaga gracias a la generosa labor de quienes son capaces de ofrecer estímulos.
Un canon literario propio
Todo lector construye su propio canon literario, por supuesto, pero no todas las preferencias que ofrecen los géneros son equiparables en un mismo sentido, y sin duda establecemos ese efecto comparativo de conocimientos y de gustos entre el autor y su lector. El largo camino de toda una vida literaria pasa por una experiencia, y la lectura se convierte, como señalaba Susan Sontag, a quien García Ortega cita en el prólogo de su obra, «en una vocación, una capacidad en la que, con práctica, se está destinada a ser más experta» y, por supuesto, se trata de una vocación estimulada y alimentada con el paso de los años. Y, además, según el poeta, ensayista y crítico Valery Larbaud en «un vicio que nos ofrece la ilusión de llevarnos a una alta sabiduría, la que nos permite imaginar». En ambas premisas cifra el autor vallisoletano el propósito de su Abecedario… y la esencia de un placer que proporciona, también, «refugio íntimo», «consuelo en la adversidad» o «esa excitación derivada del amor por el conocimiento», sin duda porque, el propio Larbaud, hablaba de «lectores exigentes que son una élite en extremo democrática, los verdaderos cosmopolitas de la cultura», en la medida en que acepta a cualquiera con una necesidad genuina.
El diccionario
Adolfo García Ortega compone un curioso diccionario cuya primera entrada de un amplio repertorio se refiere a lo que este género de libros, los diccionarios de autor, tienen de aleatorios y de sorpresivos. Es la primera mención entre las casi cuatrocientas referencias bibliográficas citadas, que son recogidas en una lista cuyos títulos, conceptos y nombres propios componen lo que el compilador califica de una «biblioteca esencial». Sistematizadas por el orden alfabético, como corresponde, las entradas son de lo más heterogéneo, los nombres de autores conviven con otros de lugares o de personajes y se relacionan con temas, conceptos o expresiones significativas del ámbito literario que, a su vez, suelen remitir a otros autores concretos y a una más o menos recensión explicativa y valorativa de su obra.
El humor y la ironía sobresalen en una visión de conjunto, que queda sostenida por una mirada escéptica y descreída de ciertos aspectos de la religión, de las ideologías, de los nacionalismos, que frente a los embates de las derivas populistas y la ignorancia se apoya, de manera expresa, en la razón, mi razón, según la mejor tradición ilustrada, y a lo largo de esta páginas las muestras de conceptos como alegría, amor, antaño se suceden frente a bestiario, bueno o burro, y los nombres de James Agee, Hannah Arendt, Margaret Atwood, Max Aub, Samuel Beckett o Walter Benjamín se suceden, o términos relacionados con la gran literatura, cartuja, sin duda la de Parma, y respecto a cielo, la épica Correo del Sur, de Saint-Exupèry, un ameno, divertido, dicharachero y gratificante José Zorrilla con un libro de viajes, Recuerdos del tiempo viejo, o el mejor Humberto Eco en El cementerio de Praga, el redescubrimiento de Péter Esterházy en Armonía celestial esa abrumadora lectura, según García Ortega, que guarda cercanía con El rodaballo, de Grass, aunque supera al alemán. Los narradores españoles, Martín Casariego y Agustín Fernández Mallo ocupan un espacio significativo en el panorama actual, según el autor de este abedecedario, ambos responden a un concepto de literatura muy trabajado, ese que se requiere para una novela adulta. Margo Glanz figura como la gran dama de la literatura mexicana, y todo es bueno, pero todo es excéntrico en Juan García Hortelano, sus colaboraciones periodísticas, ácidas y cultas que nos devuelven a la memoria de uno sus mejores libros, Gramática parda, que no siempre fue y ha sido valorada por innovadora y simbólica, más se trata de esa parodia a una educación sentimental anárquica y feliz. El mundo del jazz al hilo de la literatura de Julio Cortázar y Antonio Muñoz Molina, unas obras que proceden de la atmósfera de Juan Carlos Onetti, aunque se puede rastrear la misma música en Murakami, Doctorow y Cheever, sin olvidarnos de Faulkner, Morrison, Proulx o Gadda.
Los conceptos de lector/ lectura, o persona que sabe leer, aunque podemos encontrar dos clases de lectores, los que leen la misma novela siempre, y los que no. Los que avanzan y los que se quedan; en reciprocidad, lo mismo se puede decir de los escritores; y, según Diderot, existen dos clases de entusiasmo: el entusiasmo del alma y el del oficio: la lectura pertenece al primero. Clarice Lispector, Kenzaburo Oé, Grace Paley, Orhan Pamuk, Georges Perec, Leo Perutz, Thomas Pynchon, Raymond Queneau, Henry Roth, Juan Rulfo, una larga lista como exponentes de esa sabiduría que Arendt y Ozick describen como acumulación (de datos, de tiempo, de conocimientos, de experiencias, de historias), y cuando esta consigue habitar en lo real, entonces, según Montaigne, «forma parte de uno mismo».
El triunfo dialéctico de la mujer en un contexto donde ella rompe con el arquetipo femenino de época, un texto irónico y retorcido, capaz de torturar a sus personajes, muy recomendable, La Venus de las pieles, de Leopold von Sacher-Masoch, y los textos de W.G. Sebald, Wislawa Szymborska, Louis- Ferdinand Céline, Robert Walter, Boris Pasternak y Émile Zola.
Una lista de los libros citados, pormenorizada, compone esa biblioteca esencial y cierra el libro.
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