Andrés Barba publica un texto fantasmagórico sobre la soledad: 'El último día de la vida anterior' - ¡Zas! Madrid
Un tiempo para siempre, sobre la novela El último día de la vida anterior
La novela trata de los afectos insatisfechos, de la fragilidad humana y de esa culpa que guardamos en la memoria, y nos atormenta a lo largo de nuestra vida
La nueva entrega de Andrés Barba, El último día de la vida anterior, es una novela fantasmagórica que, más allá de proponer al lector una historia al uso, propende a indagar en la soledad humana y esos extraños caminos por los que nos lleva la vida, o las dificultades que nos alejan de los afectos.
Nuestra sociedad actual se nutre, entre otras cosas, de un ramillete de carencias y desdichas, incluida la ruindad humana o la soledad, imperfecciones que acentúan la idea de que somos esa isla, en sí misma, o que vivamos en la igualdad que propaga nuestro consumismo y quienes detentan el poder. Lejos de esa quimera, asoman ciertas miserias de las que nuestra narrativa, con cierto atrevimiento, explora en asuntos tan turbios o mal vistos que solo se justificarían en la literatura y esta como si se tratara de una lucha frente a la banalidad existente. Los temas que hace unos años proponían nuestros jóvenes autores se concretaban en la incomunicación, la alienación de sus personajes, o la visión negativa de la vida.
Una mujer, que trabaja para una inmobiliaria, dedica su tiempo a reconstruir y embellecer las casas que enseña a sus clientes, vive una experiencia que la sorprende porque en la cocina de una de esas casas que visitarán unos clientes, encuentra a un niño de unos siete años, sentado en una silla, que la observa inmóvil. Percibe que no se trata de una entelequia, no es un fantasma, sino un cuerpo tan real como el resto de cosas de la cocina. Y ante ese hecho, la mujer le advierte al niño que no puede estar ahí, porque unas personas llegarán en breve. El pequeño se despide, y ya no lo vuelve a ver. Cuando quiere buscarlo al día siguiente, una vez más en la cocina se verá a sí misma repitiendo los gestos y las palabras que pronunció el día anterior. Y comprueba que tampoco ella es una entelequia, sino un cuerpo tan real como el resto del mobiliario. La novela resulta ahora tan enigmático como curiosa.
El madrileño Andrés Barba plantea temas que son esenciales en su narrativa anterior, esto es, los afectos desvalidos, la niñez, etapa de extrema vulnerabilidad, ambientes de abandono, y la existencia de lo inexplicable como un componente de la vida humana. La infancia queda entrelaza en sus novelas con el tema familiar, lo afectos o la paternidad, caso de La hermana de Katia (2001), finalista del Herralde, o el dolor en la historia de la familia acosada por el alzheimer que leemos en Ahora tocad música de baile (2004). Los amores tristes son la base de Versiones de Teresa (2006), y los vínculos familiares y sus conflictos cotidianos tratados en En presencia de un payaso (2014), incluso algunas circunstancias anómalas se mezclan con la violencia que imponen un grupo de adolescentes en República luminosa (2017), que ganó el premio Herralde.
La literatura de Barba es introspectiva e intimista, indaga en los sentimientos de sus personajes e intenta reflejar su mundo interior, los afectos, la memoria y las emociones. El último día de la vida anterior forma parte de esa tendencia, en la que es más importante la descripción de las emociones a través de unas situaciones sorprendentes, alejadas de la coherencia del relato. De una manera condensada, casi de novela corta, presenta fragmentos de la vida de un niño afligido por la culpa y de una mujer en un momento de crisis, la relación que esta mantiene con su padre, las amistades rutinarias, la historia de amor con su marido. Todo expresado a través de pequeños detalles que, habituales en Andrés Barba, cobran un significado trascendental.
El narrador juega con el tiempo de una forma enigmática. Los personajes se ven obligados a repetir cada día los mismos gestos; o viven un presente en el que ya estuvieron, incluso olvidan lo que son y lo que han hecho y se ven abocados a reiniciarse cada día. Viajan al futuro, o al pasado porque el tiempo no es una línea recta, sino curva, tal vez elíptica o laberíntica, según las dimensiones en que lo imaginemos. Barba introduce en esta novela esa consideración, haciendo que el pasado se reproduzca en el presente. Lo peculiar aquí es que la protagonista se convierte en espectadora de un pasado que vuelve ante sus ojos y se torna en algo real. Situación que el autor no plantea como una disquisición sino que concreta y expone en la experiencia de la mujer en un ámbito existencial, o sentimental. De eso trata esta novela, de los afectos insatisfechos, de la fragilidad humana y de esa culpa que guardamos en la memoria, y nos atormenta a lo largo de nuestra vida.
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