'Como nosotros', primer libro de relatos de Marisa Mañana - ¡Zas! Madrid
«La identidad recorre lo político, lo emocional, lo territorial, cualquier conflicto, ya sea real o literario»
Marisa Mañana es filóloga y profesora de Escritura Creativa. Ha publicado artículos como El relato erótico para Triadæ Magazine, y ha prologado y seleccionado relatos para Tejiendo Palabras. Sus cuentos forman parte de diversas antologías: Cuadernos del matemático, Segunda parábola de los talentos, Pervertidos, La Carne despierta y Píkara Magazine. Como nosotros es su primer libro de relatos.
Aunque los relatos que comprende Como nosotros es heterogéneo, por buscar un nexo común, ¿dirías que este es la búsqueda de identidad, una identidad asentada en analogías, pero también en disimilitudes?
Me encanta esta pregunta, Emilia, y que veas el libro así. Son tres las citas que abren Como nosotros, y la primera es de Christian Bobin: «En la escritura, giramos alrededor de un mismo fuego central. Pero como giramos, las sombras cambian». En mi opinión, la identidad recorre lo político, lo emocional, lo territorial, cualquier conflicto, ya sea real o literario. Lo recorre casi todo: qué es ser mujer, qué es ser hetero, qué es ser escritora, son preguntas que me hago a menudo. ¿Soy negra per se o con respecto a otros? ¿Soy más negra o menos negra que quién, muy de España o nada de España? ¿Soy una buena filóloga por haberme leído El Quijote años después de licenciarme en lugar de cuando correspondía, para el examen de segundo año de carrera? Y si no me lo hubiera leído, ¿podría considerarme filóloga?
Así que obligo a mis personajes a que se pregunten quiénes son, qué quieren, para qué lo quieren, qué están dispuestos a hacer para conseguirlo, qué les pasaría si no lo consiguen. En general, me gusta que se encaramen a su propia incomodidad y, a partir de ahí, los lanzo a un futuro incierto. Ellos se salen con la suya porque casi siempre consiguen lo que buscan, y yo me salgo con la mía porque nunca es cuando lo quieren, ni donde lo quieren ni exactamente como lo quieren.
El libro se inicia con «Fantodio o la enfermedad de los sanos», un cuento de ciencia ficción en donde se trata lo óntico y lo ontológico del ser humano y continúa con «A ras del planeta», un microrrelato lírico que trasciende lo real. Estos contrastes se mantienen a lo largo de todo el libro…
Di muchas vueltas al orden de los relatos porque quería provocar contraluces: si uno habla de un jardinero al que le queda poco para jubilarse, el siguiente lo protagoniza una musa joven; si ahora toca el sexualmente explícito, le sigue el de la pequeña rebelión; después de un narrador aséptico, otro lírico; una mujer alegre precede a la obsesiva… Y así con todos los relatos teniendo en cuenta el tono, el estilo, el género narrativo, la extensión o el tipo de desenlace. Y todo ello sin perder de vista la parte subterránea que conecta cada narración. Esa virtud me encanta de los relatos: el libro es un universo particular que, al mismo tiempo, contiene microuniversos.
También hay variaciones entre la cronología y el orden final. «Cuando los minutos sumen nueve», por ejemplo, es el tercero, pero es el primero que escribí, allá por 2003. «Fantodio o la enfermedad de los sanos» es el primero, pero lo escribí en 2021, y «Como nosotros», que es el último y da título al libro, tardé diez años en terminarlo; nació en 2010, cuando viajé por primera vez a Guinea Ecuatorial, mi país de origen.
Pero además del orden interno, en un libro me interesa especialmente la colocación de dos relatos: el que lo abre y el que lo cierra. El primero, «Fantodio…», es el vestíbulo de la casa y el último, «Como nosotros», la habitación del fondo. El primero es muy irónico y el tono del narrador es más aséptico, mientras que el último es más emocional e íntimo. El primero transcurre en una ciudad y el último, en un pueblo. El primero es la ley del padre y te ubica ideológicamente en el universo del libro, el último es la ley de la madre y te recoloca en dicho universo y te abraza.
En resumen, componer el libro una vez escrito me ha parecido un juego literario muy estimulante.
Con referencia a los cuentos eróticos que incluyes en el libro, Georges Bataille escribió: «Podemos decir del erotismo que es la aprobación de la vida hasta en la muerte». ¿Coincides con él?
Me encanta el taller de Literatura Erótica que imparto en la Escuela de Escritores. A cada grupo que inicia el recorrido conmigo le cuento al menos dos frentes para entender lo erótico de manera extraliteraria: por un lado, como una manifestación particular de la vida humana, es decir, la experiencia erótica, la comunión directa y profunda del individuo con su propia sexualidad; y, por otro, como un fenómeno específicamente social que abarca un conjunto de temas, de mensajes, de imágenes o de objetos eróticos socialmente elaborados y difundidos por medio de la literatura, el arte, la publicidad, el comercio…
Pero me interesa más el efecto que provoca el erotismo. Si lo analizamos, pone al desnudo las inhibiciones, las desviaciones y las perversiones del individuo e incluso los mecanismos y las ideologías del control social de la sexualidad. Por ello, hay quien valora el erotismo de forma negativa: es un instrumento subversivo respecto a los valores y a las normas destinados a regular el instinto sexual, y es una experiencia que inclina al individuo al menosprecio de sus obligaciones (trabajo, familia) y a la búsqueda de lo lúdico y del goce por el goce.
Por eso, y respondiendo a tu pregunta, ¡es imposible no coincidir con Bataille! Creo que era él quien decía que, tomado en su conjunto, el erotismo es una infracción a la regla de las prohibiciones. Y más aún, si al oír la palabra «erótico» pensamos solo en la carne, dejamos fuera un montón de aspectos. Bataille diferenciaba tres tipos de eros: emocional, carnal y místico. También coincido con Octavio Paz, que diferenciaba entre sexo, amor y erotismo. O con Audre Lord, que hablaba de los usos de lo erótico como poder.
«El erotismo pone al desnudo las inhibiciones, las desviaciones y las perversiones del individuo e incluso los mecanismos y las ideologías del control social de la sexualidad».
En Como nosotros hay una preponderancia de cuentos con narrador en primera persona protagonista («A veces me pasa» posee una omnisciente fuerza). ¿Por qué la preferencia por esta persona gramatical?
Cuando decidía el orden de los relatos que iba a entregar en la editorial, me di cuenta de esa preferencia. Quería que hubiera más variedad de puntos de vista, pero después de muchas idas y vueltas, me he rendido: el tipo de voz con el que más cómoda me siento es la del yo que habla para sí o que se dirige de manera explícita a alguien, ya sea un personaje de la historia o a lectoras y lectores. Por eso también me gusta la segunda persona, pues, técnicamente, puede considerarse una primera: es un yo se dirige a un tú para contarle algo. Ese tú puede ser el propio personaje u otro distinto.
Además, me gusta meterme en la piel de los personajes, sentir que, en el fondo, soy ellos: ¿cómo vivirá un adolescente descubriendo su sexualidad, un jardinero a punto de jubilarse o una chiquilla de veinte años ingresada en un hospital? Para esa mímesis me resulta más fácil e intuitiva la primera persona. Reconozco que, en mi caso, siento cierta impostura cuando escribo en tercera. No porque me parezca mal ese punto de vista, es una cuestión de gustos. De hecho, cuando me decido por la voz gramatical en tercera, mi narrador está tan pegado al personaje que a veces parece que habla en primera, salvo una excepción, «Fantodio o la enfermedad de los sanos». Una voz así, tan alejada de un personaje, es muy poco usual en mis textos.
«Reconozco que, en mi caso, siento cierta impostura cuando escribo en tercera. No porque me parezca mal ese punto de vista, es una cuestión de gustos. De hecho, cuando me decido por la voz gramatical en tercera, mi narrador está tan pegado al personaje que a veces parece que habla en primera».
Un reclamo utilizado por la editorial MilMadres para promocionar tu libro es el del descubrimiento de la «literatura hispana afrodescendiente». ¿Qué opinas de ello?
Salvo quienes ya me conocen (familia, amistades, talleres de escritura), la gente me pregunta: ¿De dónde eres? O me dicen (ya cada vez menos): qué bien hablas español, y sin nada de acento. Y eso, que no es necesariamente malo, tiene que ver con el color de mi piel. El caso es que, hojeando libros y rastreando futuras lecturas afrodescendientes, me preguntaba lo mismo que cuando me topé con la literatura hispanoamericana en tercero de Filología: ¿se reduce a que los autores y las autoras hayan nacido en Hispanoamérica o a que sus historias transcurran allá? ¿Qué temas predominan? ¿Qué tipo de personajes escogen? ¿Qué clasificación se puede establecer sin ser reduccionista?
Por fortuna, en la escritura afrodescendiente hay ensayo (Desirée Bela-Lobedde, Moha Gerehou), poesía (Yeison García López) o narrativa (Lucía Mbomío, Oskar Kem). El color de la piel y el antirracismo son el nexo entre la experiencia, la mirada poética, el enfoque erudito o los personajes, pero también se espejea en otros temas como la historia de África (Antumi Toasijé), el black love (Deborah Ekoka) o el afrofuturismo (Vicky Campoamor).
Aún me queda mucho por descubrir, y qué bien, pero recordando siempre mis referentes afrohispánicos más antiguos: María Nsue y sus relatos basados en las costumbres de Guinea Ecuatorial y Agnes Agboton con sus transcripciones de cuentos orales de Benín.
Pero no se puede entender un arte o un movimiento aislado de otro, como tampoco se puede separar del entorno el sentido de pertenencia o la construcción de la identidad. Por eso también pienso en muchas personas que no escriben. Nombraré solo tres. Elvira Dyangani Ose es la primera mujer negra que dirige el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Silvia Albert Sopale me emocionó hasta la lágrima en una función a la que asistí en Madrid a principios de 2019; me pasé meses contando cuántas personas negras en España ocupan puestos o reflejan roles más allá de la miseria, el racismo o la migración. Y Sidney Poitier, mucho más cercano al movimiento afro estadounidense; desde que era joven, con lo difícil que debió ser siendo negro, rechazó papeles de personajes mezquinos, de delincuentes o payasos porque pensaba en sus hijos y en la facilidad que tiene el cine para parecer un espejo de la realidad.
Pero cuando yo tenía veinte años, no tenía tantos referentes como ahora (mejor dicho, no los conocía entonces, pues Donato Ndongo o Justo Bolekia ya llevaban años de carrera). Hace veinte o treinta años mis personajes no eran hombres o mujeres negros. Como mucho, tenían el pelo rizado y oscuro, y los labios gruesos. Supongo que me las apañaba para que fueran transparentes. A menudo me pregunto si no sería chocante vivir en una sociedad en la que las mujeres no existieran como personajes o como escritoras (y no entro en otras artes). A menudo comparo y relaciono la identidad de género o la elección sexual con las razas no blancas. Esas luchas tienen algo en común. Tampoco hace falta que todos mis personajes sean negros o que «aclare» su raza (y digo «aclare» en el doble sentido: hacer algo más claro o despejar dudas), pero cuando me faltaba poco para terminar mi libro pensaba en lo que decía Constantino Bértolo sobre asumir una voz pública: tienes la responsabilidad de aportar algo y de posicionarte de alguna manera. Estoy segura de que, si hubiera vivido siempre en Guinea Ecuatorial, mis personajes serían negros, punto.
Por eso, retomando tu pregunta sobre la literatura afrohispana, hasta que llegue el momento en que no hagan falta etiquetas ni listas, tendré una mirada atenta para que en nuestras bibliotecas públicas y personales haya más mujeres, más personas negras y de otras razas, más trans… Y de calidad. Eso siempre.
«Hasta que llegue el momento en que no hagan falta etiquetas ni listas, tendré una mirada atenta para que en nuestras bibliotecas públicas y personales haya más mujeres, más personas negras y de otras razas, más trans…».
Cuando digo en mis talleres que la literatura erótica es, ante todo, literatura, persigo eso mismo con mis relatos, sean eróticos o de cualquier otro género narrativo. Quiero (y ojalá haya conseguido algo de esto) que sean distópicos, carnales, obsesivos, oníricos, irreverentes, poéticos… No pongo el antirracismo en el centro, como tampoco el hecho de ser mujer o de ser negra. Pero todo ello está ahí, en el libro, porque entiendo la literatura como una mentira (una ficción) para contar una verdad, entendiendo verdad como el contagio revestido de estéticas, estructuras narrativas, espacios, personajes, conflictos y sensaciones físicas.
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