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Su novela más reciente, La dulzura, ha obtenido el XXXIII Premio Jaén de Novela 2017, la historia de la joven Gadea que desaparece el mismo día en el que, un 11 de marzo, en la estación madrileña de Atocha, los trenes estallan. Sus hermanas y Judá, un escritor frustrado, y enamorado de ella la buscan. La dulzura narra esa angustiosa búsqueda, y los diversos personajes rememoran el tiempo pasado junto a ella, cómo influyó en sus vidas, y las circunstancias de su internamiento en varios centros psiquiátricos, y Múgica nos entrega un ejercicio de intimismo.
¿Cuando uno empieza a escribir lo hace siempre sobre posibles experiencias?
Una vez transcurrido el tiempo, literariamente hablando, ¿predomina más la emoción a la hora de plantear una historia?
Desde una primera novela, En los hilos del títere, con apenas veinte años, hasta La dulzura, ya con cincuenta, ¿qué ha pasado?
¿Y ese largo silencio literario, de alguna manera, se ha convertido en todo un proceso terapéutico?
En un principio, en su novela La dulzura, ¿debemos entender que exista mucha idea sobre el concepto del bien y del mal?
Permítame preguntarle si, ¿detrás de toda tragedia hay algo hermoso?
¿El terrorismo debemos, o quizá pueda entenderse como un sentimiento humano?
¿La referencia, inequívoca, a Pedro Casariego, es una deuda de amigo, o en realidad un tema colateral en su novela?
La desaparición de Gadea se convierte en toda una reflexión para justificar la historia de La dulzura?
El lector debe entender que predomina una historia de amor en su faceta más amplia frente al drama de la barbarie terrorista?
Gadea es, desde el principio, un personaje complicado, pero ¿la enfermedad mental de la protagonista sirve, de alguna forma, para poner en jaque a una normativa social establecida?
La actitud ante la vida de Gadea, incluso el drama de su desaparición, ¿es una forma de salvar al resto de personajes, incluidos tantos anónimos víctimas del terrorismo?
Una vez leída esta novela, ¿qué queda de aquel joven terrible?
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