'Diodati. La cuna del monstruo': crónica de cómo habitar un lugar, unas vidas, la esencia de un libro sobre el Romanticismo - ¡Zas! Madrid
La editorial Adeshoras, con edición de Francisco Javier Guerrero, acaba de publicar Diodati. La cuna del monstruo; un libro que recoge cuentos, ensayos, poemas e ilustraciones sobre aquel encuentro (Shelley, Byron, Polidori, Mary Shelley…), en el verano de 1816, en Diodati, una villa a orillas del lago Leman. Un pasado romántico, inspirador y creador de monstruos
El Romanticismo. Ética y Estética de una época
Hay libros que nos van a llenar de esperanza, a invadirnos de una subjetividad muy provechosa, de sueños y utopías y susurros hirientes de transgresión. Hay libros imprescindibles que no morirán nunca; libros que no pueden ni deben desaparecer de nuestro imaginario colectivo, pues es imposible no reconocer en ellos la herencia de un pasado investigador y maravilloso que desafía a la propia naturaleza, pero sobre todo de ese pasado vitalista y transformador que algunos han pretendido desahuciar de nuestra memoria.
Cuando esa capacidad de transformación no está al servicio de las mercancías que colonizan la vida social, un libro como Diodati. La cuna del monstruo, se convierte de inmediato en un obstáculo para ese progreso sometido; progreso que, en aquel Romanticismo inglés, y como se nos avisa en este libro, nos ha llegado oscurecido por la poda sistemática de todo lo que sobresalía de un rígido sistema paralizante y alienador, de todo aquello que no encajaba y no encaja, ayer y hoy, en unas reglas moralizantes y que se suponen harto innecesarias para la sociedad y el gran consumidor.
Aquel romanticismo vital, revolucionario y anarquizante, liberado en gran medida de sentimientos banales y metódicos, no quiso saber, entonces, de la razón y de esa lógica engañosa si era para utilizarla como patrocinio del orden existente. La Música y la Pintura, al igual que la Literatura, se vieron invadidas por ese apasionamiento y reafirmación de la idea de libertad como evasión de una realidad hasta entonces frecuentada.
Y hoy, este libro, publicado por la Editorial Adeshoras, les va a recordar, desde su propia estructura musical que lo conforma, que cuando la razón se sueña, y no se mediatiza con espectáculos innecesarios, puede producir monstruos tan maravillosos como aquellos que ya nos cautivaron hace doscientos años.
Comunidad de espíritus libres
Diodati. La cuna del monstruo ha sido construido o restablecido doscientos años después por un reconocido grupo de escritores y artistas plásticos que han indagado entre sus deseos ese retorno a un paraíso perdido ante tanta modernidad gloriosa. Hombres y mujeres que con sus cuentos, ensayos, poemas e ilustraciones se han rendido con verdadera pasión a la evidencia ética y estética de una época en la que este país, España, y como nos advirtió sobradamente Mariano José de Larra, aún se sumía en el analfabetismo y la censura.
El recuerdo de estos veintidós artistas, nostálgico y agitador en algunos casos, y mágico y misterioso en casi todos, hacen que aquel sentimiento enérgico y estimulante del Romanticismo perviva en nuestros días. Aunque haya sido por un breve lapso de su tiempo, estos artistas han preferido amar y festejar con sus propias palabras y dibujos ese tiempo pasado a vivir en un presente casi siempre tan poco estimulante.
Vamos a retroceder en el tiempo doscientos años, a aquel verano de 1816 y a una villa emblemática a orillas del lago Leman. Villa habitada por el eco de unas vidas literarias y admirables, que no han deseado desaparecer jamás de nuestro lado. Los Shelley, Byron, Polidori van a regresar continuamente al mundo de los vivos para arrebatarnos la sangre que les mantiene aún con vida; sangre fluida que vamos a encontrar, en esta compilación de textos tan singular como medida, por medio de una resurrección simbólica y muy representativa de aquel espíritu romántico. Todo esto ha sido posible gracias al esfuerzo y determinación de Susana Noeda, editora de este libro y siempre atenta a las buenas ideas; y su encargo al escritor Francisco Javier Guerrero −aliento incuestionable de este proyecto−, de la elaboración y coordinación de este libro.
Pero mejor que sean los textos de estos autores tan recomendables quienes ensarten nuestra piel con ese hilo ensangrentado de inspiración y fortaleza que atraviesa, de un modo sublime, la cubierta de este libro. Así nuestros sentidos y emociones se adaptaran de nuevo a aquellas sombras y vapores aventados que sobreviven hoy entre las paredes de papel de este excelente Diodati. La cuna del monstruo.
El mito, ayer y hoy
La palabra, la frase, el lenguaje literario, liberadas dentro de la propia diversidad de los textos, van a establecer, en compañía de la mirada expresiva y alucinatoria de cinco artistas plásticos, Norberto Fuentes, Soledad Velasco, Carlos Arrabal, Ana Vázquez (Anamusma) y Lola Castillo, autora también de la cubierta de Diodati. La cuna del monstruo, van a establecer, digo, una adecuada pieza musical, manera en la que se estructura el todo en dos actos y un interludio, este último de la mano de Inés Mendoza, texto magnífico y clarificador de las dificultades que se encontraron nuestros héroes románticos ante una casta obsesionada “por sepultar su irrevocable rebeldía”.
Diodati. La cuna del monstruo se abre con un prólogo de Francisco Javier Guerrero en el que se confirma, por este, la frase de Schiller en la que «no existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes más profundas». Y así condiciona la erupción volcánica en la lejana Indonesia un año antes con aquellas jornadas de 1816 en las que los Shelley, Byron, Polidori, «recogieran el hilo de las sombras para transformarlo en cuentos»; y también por las conversaciones mantenidas con Ángel Olgoso, en las que se plantó «la semilla de este hermoso proyecto» para seguir creando (doscientos años después) nuevos mitos, leyendas, y por qué no, rebeldía.
Y no es casualidad que el mismo Ángel Olgoso abra el Primer acto: «La cuna del monstruo», con un texto que alienta una vida propia para Villa Diodati, convertida en protagonista de este excelente relato. La morada se transmuta, en su longevo ensimismamiento, en conciencia de la corriente de la vida que soportan sus jardines, cimientos, paredes, galerías, enseres, dormitorios; pero también refugio y estímulo transcendental de sus ilustres huéspedes. Morada observada y observadora, que alberga el misterio de unos corazones en llamas, donde los sueños y las quimeras aumentan la energía de su propia estructura física.
Al relato de Olgoso le sigue una concisa biografía de Mary Shelley, trazada con rigor por Ana María Shua. Crónica que deja una huella significativa sobre aquella noche de desafíos creativos, «noche en la que a Mary Shelley no se le ocurre nada», para proporcionar a la Literatura, dos días después y tras una espantosa pesadilla, lo que sería el cuarto capítulo de su novela Frankenstein o el moderno Prometeo.
Manuel Moya nos sorprende después con un poema en el que una lectora ficticia le objeta con bastante severidad a Lord Byron que no vuelva a escribir sobre sus sueños tras leer el poemario Darkness. «Olvide usted la oscuridad, (le dice) / no necesita de su voz la oscuridad, pues oscuro será siempre el universo».
Óscar Esquivias, en su relato Leche, nos cuenta un suceso en el lago en el que está a punto de morir ahogado Polidori, salvado de milagro por Byron y un criado. Un orgulloso y caprichoso Byron y un Polidori otra vez humillado. Mientras la Muerte había sido evitada en el corazón del lago, en la casa se sucedieron dos nacimientos vecinos: había sido alumbrado ese mismo día un niño de cabeza roja por una muchacha adolescente, y también el parto de una perra a la que inmediatamente le quitan sus cachorros para arrojarlos al lago metidos en un saco, cobrándose la Muerte en ese momento las vidas que no pudo llevarse esa mañana. El relato de Esquivias no se detiene con estos sucesos y se ensombrece en sus manos con una interpretación cada párrafo más escalofriante.
En el relato que sigue, La cicatriz, de Carlos Guerrero, un Polidori, herido por las burlas y los malentendidos, decide marcharse a la mañana siguiente. Así conoce a un miembro del servicio, Frederick, quien le ayuda con el equipaje y termina contándole una historia de resucitados que surgen de las profundidades del lago, relato aterrador que también ha sido engendrado, como aquellas obras ilustres, de un pasado irreverente entre las cenizas de los muros de Villa Diodati.
Terceto de la luz negra, de Marina Tapia, es un poema intenso y apasionado, en el que se nos ofrecen tres momentos claves del espíritu romántico en Villa Diodati y su inquebrantable osadía.
El relato de Alfonso Cost, Le rémouleur, nos cuenta la leyenda de una posesión. Un descendiente de Giovanni Diodati se marcha de la villa para iniciar sus estudios de Teología. Su madre, ese mismo día, le pide que cuando ella fallezca debe demoler la villa hasta sus cimientos; y así evitar la maldición que recae sobre los habitantes de la casa. El resto del relato tiene la capacidad de atravesar piel y huesos, de sumergirte en un terrible silencio, y esperar, si aún es posible, a que Villa Diodati resucite de nuevo.
En El invierno suizo de la señorita Shelley, relato que cierra el Primer acto, Miguel Ángel Zapata nos arrastra desde aquel 16 de junio de 1816 a un presente de decadencia burguesa asumido por sus protagonistas. El pasado romántico, inspirador y creador de monstruos, se repliega hasta el fondo de un cajón del dormitorio donde yace un manuscrito «que susurra todas las claves para entender el mundo».
El interludio, de Inés Mendoza, ya mencionado antes, lleva por nombre El romanticismo: Tormenta y rebelión, título tan apropiado y bello como estimulante. Mendoza se centra en su artículo en desautorizar esas voces que han intentado, sin conseguirlo, reducir el Romanticismo a una cabecera en los libros de Historia. Imprescindible su lectura.
El Segundo acto: «El monstruo sigue vivo», en el que se reactualiza, con un más que evidente desparpajo, el mito romántico y sus influencias literarias. Se abre con un relato de Francisco Javier Guerrero, Otro año sin verano, que se sitúa en agosto de 2016, a pocos kilómetros de Villa Diodati. Una familia se encuentra prisionera por una catástrofe atmosférica en una casa a orillas del lago Leman. Mientras los padres mantienen la cordura delante de sus hijos, estos encuentran un manuscrito escondido en una habitación. Se trata de un borrador, con esquemas apenas esbozados, fechado también en agosto pero doscientos años antes. La rutina del encierro se ve acompañada por la lectura en familia del manuscrito, hasta que una mañana la madre observa a través de la ventana cómo se acerca una extraña visita… Francisco López Serrano, en El sueño de la razón, nos propone un ejercicio de estilo admirable. Relatado en tiempo futuro participaremos de la visita a Ginebra de un escritor para recoger un premio y de la curiosa cercanía en aquella zona de las instalaciones, por un lado, del acelerador de partículas del CERN (al día siguiente tendrá lugar en el Colisionador de Hadrones un experimento en el que se intentará descubrir el bosón de Higgs, circunstancia que podría producir «un colapso del espacio y del tiempo y destruir por tanto el universo»); y por otro, y a sólo doce kilómetros de distancia, se halla una villa en la que “una muchacha de apenas 18 años concibió la idea de un moderno Prometeo, un científico que arrebataba a los dioses el secreto de la vida y era castigado por ello siendo destruido por su propia criatura». La ciencia y la literatura fantástica de la mano, «en el hecho de que la realidad más acogedora y cotidiana puede albergar los más profundos y tenebrosos horrores”.
En el siguiente relato, el descubrimiento de las investigaciones de un antepasado del protagonista -Andrew Crosse (1784-1855)-, repudiado entonces por sus colegas científicos y condenado por la iglesia, siempre atenta a sus principios y prejuicios morales, persuade a Ricardo Reques, a imaginar una sólida correspondencia entre este y Mary W. Godwin, de casada Shelley, receptora de un secreto imposible de confesar, y en el que probablemente pudiera inspirarse para crear su obra literaria Frankenstein. El secreto guardado en Ramsons Avenue, título del relato de Reques, nos ofrece otra vuelta de tuerca de un posible suceso y traerlo al presente con unos resultados nada tranquilizadores.
Remando al viento, de Manuel Vilas, es un poema amargo, que nos revierte esa sensación de cansancio o envidia del pedagogo y su efecto dormidera en sus alumnos.
En el siguiente relato, Agua oscura, de David Roas, un escritor es invitado a participar en los festejos del bicentenario de la famosa reunión de Villa Diodati, convertida en un parque temático gótico por los organizadores. Durante esas jornadas, una compañía de actores van a encarnar con fidelidad a los protagonistas de la famosa reunión, mezclándose entre el público asistente y con quienes no se debería interactuar.
Manuel Moyano nos hace en su relato Cierta noche de junio de 1969, una analogía catastrofista de qué habría pasado si John William Polidori en aquella noche de Junio de 1816 hubiera elegido otro libro en vez de Phantasmagoria. Las consecuencias del cambio de elección resultarán algo más que alarmantes.
El relato de María José Codes, A lomos de un tigre, es el más atípico de toda la antología. Se desarrolla en Japón y nos presenta, en modo fragmentado, la transformación de un hombre desaparecido en una excursión a un parque natural y su reaparición posterior convertido en un ser extraño debido probablemente al efecto de una planta, variedad autóctona de col fétida.
A modo de coda musical con un poema de Raquel Lanseros, titulado La oscuridad y la distancia, se cierra este Segundo acto.
Ya solo me queda decirles que el poderoso aliento vital y misterioso que rezuma en este más que recomendable Diodati La cuna del monstruo contagia a este volumen de un espíritu inconfundible y único, de una extraordinaria sensibilidad, que conmemora eficazmente a aquellos héroes románticos y sus obras imperecederas.
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