Entrevista al escritor Luisgé Martín: «La homofobia es fundamentalmente un acto de ignorancia, de desconocimiento de la realidad» - ¡Zas! Madrid
Luisgé Martín (Madrid, 1962), licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y MBA por el Instituto de Empresa; galardonado con el Premio Ramón Gómez de la Serna de Narrativa, el Antonio Machado y el Vargas Llosa de Relatos, y el Premio Llanes de Viajes. Publicó su primer libro en 1992, Los oscuros, una singular colección de cuentos, y las novelas La dulce ira (1995), La muerte de Tadzio (2000) y Los amores confiados (2005). En Anagrama ha publicado sus últimas novelas La mujer de sombra (2012), acogida unánimemente como una obra maestra, La misma ciudad (2013), La vida equivocada (2015) y recientemente, El amor del revés (2016), la autobiografía sentimental de un muchacho que, al llegar a la adolescencia, descubre que es homosexual. Sobre la historia narrada en El amor del revés, ha declarado su autor: «En 1977, a los quince años de edad, cuando tuve la certeza definitiva de que era homosexual, me juré a mí mismo, aterrado, que nadie lo sabría nunca. Como la de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, fue una promesa solemne. En 2006, sin embargo, me casé con un hombre en una ceremonia civil ante ciento cincuenta invitados, entre los que estaban mis amigos de la infancia, mis compañeros de estudios, mis colegas de trabajo y toda mi familia. En esos veintinueve años que habían transcurrido entre una fecha y otra, yo había sufrido una metamorfosis inversa a la de Gregorio Samsa: había dejado de ser una cucaracha y me había ido convirtiendo poco a poco en un ser humano».
Por fin, y después de muchos años, se considera un ser humano.
Hace ya tiempo que creo que llegué a ser un ser humano, pero costó mucho esfuerzo. La metamorfosis en este caso no fue, como la de Kafka, asunto de una noche. Tuve que ir cociéndola.
Tanto tiempo para poder arrepentirse le llevan a El amor del revés (2016).
Para poder arrepentirme y para poder, sobre todo, construir la identidad. Todos tenemos una larga fase de moldeamiento personal en la adolescencia. En mi caso fue más extraña y más difícil porque tenía que luchar contracorriente, como los salmones.
¿Se necesita ser valiente para firmar tan descarnada confesión, o tal vez es el final de un tortuoso camino del había que dejar constancia?
Yo creo que es más un desenlace que un acto de valentía. La valentía es la de aquellos que confesaron cuando el peligro era real, cuando corrían el riesgo de arruinar sus vidas, de perder afectos, de ser excluidos. Mi única valentía es la de mostrar mi fragilidad y sus causas.
¿Por qué esa insistencia en curarse de sus miedos y de sus contradicciones?
Esa insistencia es la de todos. Todos querríamos curarnos de nuestros miedos, vivir con despreocupación. Y todos querríamos no tener contradicciones, o al menos contradicciones graves. Lo que me diferencia de la mayoría es que mi miedo era pánico y mis contradicciones durante muchos años eran esenciales: me negaba a mí mismo.
Tras poner el punto y final a este libro, ¿ha dejado de sentirse cucaracha?
Hace mucho que no me siento cucaracha, que vivo con normalidad. Pero en El amor del revés dejo constancia de que lo que ha sido nunca de ser del todo. O, en otras palabras, que las grandes carencias que uno siente en el periodo de formación nunca desaparecen, aunque se haya curado. Es como las enfermedades que dejan cicatrices en la sangre: uno puede estar libre de la tuberculosis, pero si le hacen un análisis de sangre descubren que la tuvo.
De todas formas, permítame señalar que usted nunca ha dejado de manifestar su condición homosexual en sus relatos y novelas, Lo que no se dice (2014) y La vida equivocada (2015), ¿es así?
Mi segunda novela, La muerte de Tadzio, hablaba con claridad meridiana de la homosexualidad, y en todos mis libros ha estado de una u otra forma presente la sexualidad oscura, el amor que tenía que ocultarse. Los amores confiados, que era mi novela más autobiográfica, tampoco dejaba lugar a dudas. En la literatura nunca he podido traicionarme mucho.
Sus relaciones con una educación religiosa marcaron su futuro, ¿en la España de su adolescencia esta institución formaba parte de ese “franquismo sociológico” que controlaba nuestras vidas?
Sin duda. El nacionalcatolicismo, sostenido sobre todo por las personas que decían ser apolíticas, que creían no tener ideología, era el pensamiento del que brotaban todas las incontinencias de aquella España. La Iglesia estaba detrás, acechante, marcando el paso. Toda la moral sexual viene de los púlpitos, huele a incienso.
¿Alguien puede considerar El amor del revés como una cura a la homofobia?
Ojalá. Yo quiero evidentemente que el libro sea algo más que eso, pero desde luego me encantaría que los homófobos los leyeran y que pudieran comprobar que todos sus juicios son sólo prejuicios. La homofobia es fundamentalmente un acto de ignorancia, de desconocimiento de la realidad. El amor del revés cuenta la historia de un niño que de repente se despierta y descubre lo que es.
¿Cómo enmarcaría su condición sexual juvenil, transcurrido el tiempo, con su futuro como escritor?
Siempre he creído que la creatividad exige tristeza. Los seres felices —en un sentido laxo, al menos— no escriben ni hacen sonatas ni pintan cuadros. En cualquier artista hay un desgarro. A veces ese desgarro nace porque el mundo te ha excluido de sus planes, como en el caso de los homosexuales, y a veces nace de asuntos más invisibles. En este sentido, en todo caso, mi condición sexual tuvo que ver en mi perdurabilidad como escritor. Pero yo empecé a escribir a los ocho o los nueve años. Y por entonces no tenía sexualidad.
¿Y la familia?
La familia tiene poco o nada que ver con mi actividad literaria. Ni como espejo ni como modelo. Mis padres me dieron todas las herramientas que necesitaba para vivir con una cierta libertad intelectual y para desenvolverme en el mundo, pero no eran grandes lectores.
¿Esta autobiografía sentimental, por definirla de algún modo, servirá para construir una nueva sociedad?
Sería muy soberbio por mi parte pensar algo así. En realidad no creo que ahora, por desgracia, haya ningún libro que pueda construir mucho, los escritores somos pequeños parias sin influencia. Pero si El amor del revés sirviera para cambiar algún código de conducta y para crear en una pequeña medida una sociedad en la que el recelo hacia las minorías desapareciera, yo sería feliz.
Finalmente, ¿ha traspasado esa oscuridad de su juventud, ha dejado de sentirse engañado, menos extraño y despreciable, y sobre todo ha vencido su soledad?
Está claro que sí. Podría hacer literatura existencial y decir que a partir de una determinada edad no hay nadie que no sepa que está solo, que nació solo y que morirá solo. Pero más allá de eso, en lo que se refiere a los asuntos que trata El amor del revés, es evidente que aquel niño cucaracha y este escritor son personas distintas.
Una última pregunta, ¿y ahora qué?
Ahora muchas cosas. Estoy viviendo mi mejor momento creativo, estoy lleno de proyectos y de ideas. Quiero descansar un poco porque necesito tiempo para reposar, pero me están esperando varias novelas y varios proyectos literarios que no son novelas.
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