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España se desertifica
Cabría imaginar que soy un indeseable al que no le importa que árboles y cultivos mueran o las personas y los animales sufran, pero quien pierda un minuto en conocer mis motivos los entenderá y los compartirá
Hace veinticuatro años cuando una gran sequía nos llevó al borde del abismo, invertí todo mi capital en idear y desarrollar un sistema capaz de desalar ingentes cantidades de agua de mar a treinta céntimos los mil litros, devolviendo energía eléctrica y sin producir salmuera.
No viene a cuenta explicar cómo funciona; baste saber que el gobierno invirtió millones en diseñar plantas que abastecerían a los agricultores de cinco regiones con graves problemas hídricos.
Me sentía orgulloso y entusiasmado pero las empresas embotelladoras corrompieron a los políticos.
Por un litro de agua embotellada pagamos trescientas mil veces más que por un litro de agua desalada y por lo tanto existe trescientas mil veces más dinero a repartir.
Me consideré estafado y estuve al borde del suicidio.
Lo había perdido todo y consiguieron que me convirtiera en objeto de burla de quienes —como borregos camino del matadero— se sometieron a pagar un euro por una botella de agua de un tercio de litro; es decir, tres veces más que por la gasolina.
¿En qué cabeza cabe pagar tres veces más por el agua que por la gasolina?
Me indigne y proteste, pero me amenazaron.
El agua embotellada es un negocio más sucio y más rentable que la prostitución o las drogas, pero sus directivos son considerados empresarios honorables
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