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¡Zas! Madrid | April 29, 2024

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'Fuegos reunidos. Comentarios contra la sociedad del simulacro', de Ángel Zapata - ¡Zas! Madrid

‘Fuegos reunidos. Comentarios  contra  la  sociedad  del  simulacro’, de Ángel Zapata
Israel Prados

Fuegos reunidos. Comentarios contra la sociedad del simulacro, de Ángel Zapata, publicado en Ediciones Fantasma

Fuegos reunidos, de Ángel Zapata, es una recopilación de comentarios críticos sobre la actualidad (2014-2022) publicados por el autor en Facebook

Las visiones del centinela

Del mismo modo que la Historia del arte salvaguarda y celebra las deslumbrantes prefiguraciones del espíritu que albergan las criaturas de El Bosco, algunas metáforas de Juan de Yepes o las fábulas de Kafka, la Historia del pensamiento también atesora sus visionarios geniales, sus brotes proféticos, aunque de entrada es más refractaria a desvelar trampolines que a consignar peldaños, en aras de un supuesto continuum en el progreso intelectual de la especie.

El mayor peligro de esa ingenuidad evolutiva es que se lo pone demasiado fácil a los funcionarios de lo convencional y a los señores del statu quo, que enseguida colocan el marchamo selecto de “obras de culto” a las que precisamente nacen con una vocación pública de alcance universal.

Uno de esos artefactos incendiarios, de esas -digámoslo ya- revelaciones del pensamiento político se aloja en una suerte de panfleto de menos de 20 páginas escrito en 1548 por un muchacho de 18 años, Étienne de la Boétie. Se trata del Discurso de la servidumbre voluntaria y su apariencia de obra marginal no fue impedimento para que se constituyera desde su alumbramiento como una cumbre fundamental de la dignidad humana, y así lo supo apreciar el gran Montaigne, que fue el primero en publicarlo, en 1572.

El ensayo defiende la tesis de que si las tiranías sobreviven y se legitiman es gracias a quienes permiten ser esclavizados, puesto que toda servidumbre es, a la postre, voluntaria. Por muy aplastante que sea el sometimiento, un simple acto de volición bastaría, según el francés, para defender el bendito deseo del libre albedrío.

Pero si traigo aquí a colación el precedente laboétiano no es por su valor como documento de denuncia política en un determinado contexto de escritura, sino sobre todo por su proyección hacia esas otras regiones más profundas y oscuras que explican cómo el individuo asume el poder político en cualquier época, también en la nuestra; especialmente en la nuestra. Por un lado, el autor apela a la valentía personal necesaria para pensar por uno mismo y abandonar la “minoría de edad culpable”, como un Kant avant la lettre. Por otro lado, se apunta a que la inclinación humana a la sumisión obedece a pulsiones tan ancestrales, a un miedo tan cerval, que es más poderoso aun que el deseo de libertad que la secuestra, por eso el individuo no solo se deja dominar, sino que además lo hace con gusto, prefiere entregarse al Uno dando lustre a sus cadenas. El mensaje nos suena ahora más cercano, claro. Con esta obra La Boétie despejó la senda, en efecto, por la que transitaron Spinoza, Simone Weil, Adorno, Henri Bergson, Hannah Arendt, Max Stirner…

Pues bien, hijos de esa misma estirpe libertaria (valga la imprecisión pero también la polisemia) son el escritor Ángel Zapata y Ediciones Fantasma, que se han conjurado para publicar Fuegos reunidos, una recopilación de comentarios críticos sobre la actualidad (2014-2022) publicados por el autor en Facebook.

La extensa contextualización con la que he querido presentar este opúsculo no tiene como objetivo cubrir con la consabida capa culturalista la obra menor de un escritor reputado. Ni a Ángel Zapata le hace falta (ha publicado al mismo tiempo el magnífico conjunto de textos literarios Pleroma) ni -lo que es más importante- el libro lo necesita. Cualquier crítico honesto sabe, por otra parte, que para recomendar o desaconsejar con fundamento la lectura de un libro en la actualidad no basta, como hace unas décadas, con hacer ruido en torno a él. Más bien al contrario, se necesita generar un espacio de sosiego desde el que interpretar y juzgar su relevancia.

En este sentido, el propio Zapata demuestra conocer bien las traicioneras aguas por donde navega, tanto cuando escribe desde las redes sociales sobre el catastrofismo ridículo de los periódicos, sobre el cinismo y la traición de la clase política o contra la pérdida (consciente y cobarde) del sentido común, como cuando echa al mar sus artefactos literarios. Lo sabe, lo denuncia y advierte de los arrecifes de la mistificación cultural, porque resulta más que evidente que el sistema cuenta con su propio nicho de mercado para la excentricidad y ha creado incluso su propia cuota de disidencia para que, como las excepciones, confirmen la regla.

¿Por qué debemos leer entonces los comentarios de otro “yo” más que se desnuda en el cabaret triste de las redes sociales para darnos su opinión sobre lo que ya conocemos y sobre lo que seguramente tendremos una opinión muy clara y formadísima? Me limitaré a señalar los que a mi juicio son los dos motivos más importantes.

El primero radica en que Zapata consigue huir del narcisismo en el escaparate menos propicio para hacerlo, una red social, y eso sin tener que atrincherarse en los lugares comunes o renunciar a un cosmovisión muy sui generis (que bebe en las fuentes del surrealismo y las vanguardias históricas) que a menudo se interpreta desde el histrionismo provocador.

Porque sólo acompañado por la fanfarria del circo y del arte y por la llamita de ética que aún pervive en las conciencias de quienes no se resignan a la esclavitud de pensamiento, parece pensar Zapata, puede uno sobrevivir dignamente sin caer en las trampas de la “sociedad del simulacro”, que incluso ha inventado sus propios enemigos, bufones tontos y villanos de película, para que en momentos críticos encarnen el papel de chivos expiatorios y a quienes no se duda en premiar o reciclar después, sin necesidad siquiera ya de “depurarlos”, en los espacios de comunicación públicos.

La mayoría de los comentarios del autor se centran, por tanto, en desmontar y desenmascarar con las armas de la tradición artística, cultural y política (en un sentido amplio) un imaginario social y cultural preconcebido con alevosía para aislar a los individuos en una soledad creciente, cobarde, orwelliana (los fragmentos de sus obras le sirven a menudo a Zapata para rectificar los titulares de los periódicos) e incluso delatora (recordemos que Japón e Inglaterra cuentan desde hace años con ministerios dedicados al tratamiento de esa patología tan rentable para el neoliberalismo llamada soledad). El detonante de esas resistencias nace a menudo de las portadas catastrofistas y ridículas de los grandes medios de comunicación; otras veces, la estridencia reside en los afeites cosméticos que se aplican para maquillar los rostros de los mercaderes más falsarios y sus proyectos; muchas otras, es el uso capcioso del cientifismo fariseo el que se lleva la parte del león.

Mediante el humor negro (¿se acuerdan?), la desautomatización lingüística, la paradoja escéptica o el juego entre texto e imagen -en una especie de collage irónico-, en cuanto a la forma; y gracias al recuerdo de autores y obras románticos, idealistas, revolucionarios, a las grandes obras de la libertad humana, como la Declaración Universal de Derechos, en cuanto a los contenidos, consigue el autor madrileño sortear los cantos de sirena de la polarización ideológica, esa que llena las redes de opinólogos tan radicales como previsibles de un lado, del otro e incluso del extremo centro. Y lo que es más importante, el voltaje de los comentarios de Ángel Zapata a partir de marzo de 2020, es decir, en tiempos de la llamada “pandemia”, es casi inédito en el panorama cultural de nuestro país, sometido a un silencio o bien cómplice o bien cobarde en el que se ahogaban las dudas sobre los derechos y las libertades fundamentales. ¿Por qué no posicionarse, ni siquiera a posteriori, cuando fue declarado ilegal, sobre la pertinencia del confinamiento?; ¿por qué no se obligó a los “antivacunas” o “negacionistas” (alguien debería actualizar La lengua del Tercer Reich) a vacunarse pero sí se permitió su linchamiento en forma de amenazas y coacción públicas?; ¿por qué la obligación sin excepciones de tener que ponerse una mascarilla en la soledad, verbigracia, del Desierto de los Monegros, frente a lo que pasaba en los países del entorno, o de no poder invitar a casa a quien se quisiera? Sería suficiente con plantearse qué tipo de nuevo orden mundial es este en el que la conciencia colectiva de una sociedad democrática puede sobrevivir después de consignarse que murieron muchas más personas menores de 50 años por suicidio que por Covid-19.

Pero las respuestas ya descansan, tal vez sin remedio, donde habita el olvido. Sin embargo, las preguntas, al menos las de quienes como Ángel Zapata se atrevieron a formularlas, siguen muy vivas (y tal vez despierten conciencias), y con ellas sobrevive también toda una tradición intelectual que aún prefiere indagar en las posibilidades de la libertad, en las requisitorias de la inteligencia, que solazarse en el marasmo del conformismo. Pues uno puede estar en desacuerdo con las opiniones del escritor, pero no con la pertinencia de sus dudas. Y es precisamente ahí donde radica el asunto principal y donde se legitima la escritura.

La convicción de que Fuegos reunidos es una pieza más de un proyecto artístico, y no solo su brazo armado, es la segunda razón por la que recomiendo su lectura. Para no ser demasiado prolijo, me limitaré a señalar como ejemplo la utilización de la literatura aforística mediante la que Ángel Zapata comenzó a depurar su estilo a partir de Materia oscura (2015) y que ha continuado su avance por la senda de la esencialidad lírica con Luz de tormenta (2018) y Pleroma (2023).

Si la elección del aforismo como medida de la respiración del autor me parece significativo es porque planta cara, sin ignorarlo y en su propio terreno, a ese otro discurso de la banalidad y la manipulación que pretende desactivar la disensión y la controversia. Es decir, se vale de las herramientas del amo para destruir las casa del amo, con lo que contradice en parte la máxima de Audre Lorde y da la razón a Adrienne Rich (éste es el lenguaje del opresor / y sin embargo lo necesito para hablarte) en una dicotomía muy querida por Belén Gopegui. Es así como, gracias a la excelencia de la escritura y al conocimiento de la tradición, estos comentarios en apariencia ordinarios se cargan de acrimonia clásica, de conceptismo quevediano, de pólvora vanguardista.

Pero el género aforístico supone algo más que la adopción de un recurso útil. De hecho, su auge desde comienzos del siglo XXI tiene más que ver con que es el hijo redivivo de una época que aún puede explicar la ruina de la posmodernidad desde sus pecios (fragmentarismo, brevedad, mistificación…) al mismo tiempo que propone vías de superación mediante la vuelta a la agudeza, a la especulación ensayística o a la ironía.

En ese sentido hay que celebrar el feliz encuentro de Ángel Zapata con Ediciones Fantasma, pues el espíritu libertario, el rigor moral y el descaro político se han hermanado con tanta naturalidad como lo hacen el aforismo clásico y el fanzine, sus respectivos vehículos naturales de expresión, que ahora navegan juntos en una botella lanzada al proceloso mar de la actualidad por un mismo espíritu náufrago, inconformista, esteta y soñador.

Fuegos reunidos no es un libro de análisis político, queda claro, pero sí propone, como toda la obra de Ángel Zapata, otra forma de vivir, otra política, a partir del reconocimiento de “la vida ausente”, esa otra que nos constituye de verdad, a todos (La Boétie solo veía como remedios la cultura y la amistad) aunque no se vea. Nuestra némesis, se propone en muchos comentarios, no es la frustración, sino, como le pasó al ingenioso hidalgo en el palacio de los duques, el simulacro de una satisfacción falsaria, esa que los grandes poderes económicos transnacionales intentan imponer. Los aforismos de Zapata, sus bromas o su escepticismo no buscan, por tanto, el didactismo o la moraleja lapidaria, sino que se esfuerzan en dibujar el vector de la duda, que es hermana del deseo, motor de toda su obra y, como definió Cernuda, una pregunta cuya respuesta no existe.

Frente el implacable escepticismo que afecta a quienes no se tragan el credo de la “sociedad del simulacro” solo queda abrazar la vocación del centinela, que desde la oscuridad de su puesto al menos se ha ganado el derecho a preguntar: “¿¡Quién vive!?”.




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