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¡Zas! Madrid | October 8, 2024

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Hombres, drogas y autoexculpación - ¡Zas! Madrid

Hombres, drogas y autoexculpación
Olmo Morales Albarrán

Es bien sabido que, desde la mirada judicial, el consumo de alcohol y otras drogas por parte de los denunciados ha operado como atenuante en el caso de delitos sexuales

Sin embargo, no funciona de la misma forma si el contexto es un accidente de tráfico, donde el consumo de sustancias sería en cualquier caso un agravante delictivo.

Los hombres durante nuestra socialización vamos desarrollando distintas habilidades que tienen su sustento en las creencias que hemos ido incorporando sobre nosotros mismos, sobre otros hombres y sobre las mujeres. Algunas de estas habilidades son reforzadas por el afuera, por la sociedad, por cómo somos tratados.

En el fondo de las agresiones sexuales facilitadas por el alcohol u otras drogas, no tenemos que poner el foco en estas ni en quienes las sufren, las mujeres, sino en el sujeto y la subjetividad de quien las ejerce, los hombres, la mirada y subjetividad masculina.

Desde bien pequeños tenemos la experiencia de la impunidad, la falta de consecuencias cuando nos saltamos las normas, normas que en muchos casos constituyen límites éticos. De esa experiencia, los hombres asumimos la creencia de que no tenemos límites y de que, si algo no se puede hacer, nos lo tendrán que señalar desde fuera. Es más, incluso si nos lo señalan, tenderemos a suponer que esos límites no están justificados o que, en realidad, quien nos los pone no sabe bien lo quiere y lo que no quiere.
La creencia social acerca de que las drogas pueden facilitar el abuso por parte de los hombres sobre las mujeres alimenta la creencia de que si yo, hombre, violento y estoy bajo los efectos de sustancias psicoactivas, será más comprensible, más tolerable que si lo hago sobrio. Es decir, adormece el yo crítico masculino y sirve de autojustificación para quitarle importancia a dicha práctica de dominación.

Algo imprescindible a tener en cuenta a la hora de analizar lo que nos ocupa son los mecanismos internos de los hombres que favorecen el ejercicio de la violencia sexual. Hemos comentado ya la creencia masculina acerca de la autolimitación (esta no la vemos necesaria), y de cómo la impunidad social engorda dicha autopercepción. Esa impunidad no sólo la vemos en juicios, sino que la vivenciamos desde pequeños cuando las chicas no hacen públicas las agresiones que sufren, cuando entre los chicos nos encubrimos o cuando, una vez hecha pública la denuncia, nos ponemos del lado de quien tiene nuestro mismo sexo, es decir, otro hombre.

Otro de los mecanismos desarrollados tiene que ver lo que Leo Thiers-Vidal nombró como “mentalidad ideativa”. Esta habilidad, cuenta Leo, la aprendemos desde la más tierna infancia, cuando nuestras amigas, hermanas o primas estaban ayudando en las tareas del hogar o jugando a los cuidados o las familias, es decir, juegos y prácticas que las mantienen en contacto con la realidad. Mientras, nosotros, estábamos inventando mundos imposibles en donde imponíamos justicia a golpe de violencia y siempre éramos los buenos del juego. Esta posibilidad de soñar esos mundos nos genera una desconexión con la realidad. De ahí que sea una experiencia compartida entre muchos hombres el hecho de pensar “yo creo que a esa le gusto”, cuando en un 90% de los casos estábamos equivocados. Esto mismo podemos observarlo en los casos de violencia sexual, cuando aparece la autojustificación del “no es sí”. Digamos que los hombres tendemos a adaptar la realidad a lo que nos gustaría que fuese, a nuestros intereses, confundiendo la realidad con la percepción y la autopercepción.

Los hombres generamos esta serie de estrategias internas con la finalidad de mantener nuestra paz interior y la paz social en términos sexuales (el patriarcado), cerrando de un portazo la posibilidad de cuestionarnos, de hacer autocrítca y sentirnos mal por lo que hemos hecho. Es decir, para mantener intacta la idea del yo que nos permite vivir con tranquilidad, la idea de que somos justos, buenos y que no tenemos nada de lo que arrepentirnos ni nada que reparar.

Otra estrategia desarrollada por los hombres tiene que ver con alejarnos de lo explícito, lo socialmente consensuado como violencia, para así abrir grietas en la autopercepción que nos hagan pensar que somos distintos, que no somos tan machistas como los otros, por ejemplo, los que intoxican a las víctimas contra su voluntad para poder ejercer violencia sexual contra ellas. Esto es, en el caso del abuso sexual facilitado por drogas, el hecho de administrar sustancias a mujeres para anular su capacidad de expresar o no consentimiento es evidentemente un acto violento para el conjunto social. Ahí claramente se estaría ejerciendo violencia, ya que se han usado drogas intencionada y proactivamente para anular la voluntad de las mujeres Sin embargo, estos casos son extremadamente raros, por más que los medios de comunicación se estén encargando de darles bombo y rentabilizar el terror sexual que alimentan en las mujeres. Por otro lado, poco se habla del aprovechamiento masculino del consumo de sustancias por parte de las mujeres de manera oportunista (siendo estos la inmensa mayoría de los casos). En estas situaciones, los hombres que ejercen tal abuso pueden contarse distintas justificaciones. Una de ellas gira, como acabamos de decir, en percibir al machista como Otro que ejerce violencias más explícitas, un monstruo. Otra, tiene su base justificativa en el tan manido argumento de la libertad de elección, pues no obligaron a la chica a consumir nada sino que ya estaba borracha o drogada, fue ella la que decidió usar lo que fuese y no hubo violencia explícita en el abuso. Se trata de buscar las grietas a la autoexculpación para poder aplicar la culpa sobre ellas.

Otra fórmula que funciona internamente en los hombres es la autoreferencialidad. En la investigación Noches Seguras para Todas, preguntamos a chicos jóvenes si alguna vez se habían sentido obligados a tener sexo. La respuesta fue, por un lado, risas, las cuales dieron muestra del nivel de banalización de la problemática y del daño que sufren las mujeres en estas situaciones de violencia. Por otro lado, las frases que escuchamos fueron “¡ya me gustaría!” y “¡ojalá!”. Estas respuestas corroboran cómo los hombres nos tenemos de referencia, y cualquier cosa es autojustificable si a mí me gustaría que me lo hicieran. Lo que pierde de vista esto es que nunca es lo mismo pero al revés. Si una mujer va por un callejón y escucha una voz masculina que la interpela seguramente lo que sienta es miedo. Pero si es un hombre y escucha una voz femenina que le interpela, lo que hará probablemente sea girarse a ver si le interesa o no, pero nunca sentirá el miedo vivido por una mujer.

Los hombres debemos estar alerta frente a esos mecanismos aprendidos que tienen que ver con preservar nuestra posición sobre las mujeres, aquellos que lejos de animarnos a hacer un cuestionamiento propio que nos haga sentirnos mal con nosotros mismos (primer paso para no repetirlo) nos favorecen mantener la paz interior y que todo siga igual.

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