Las UVAS de Madrid que nadie quería o los guetos para los españoles inmigrantes - ¡Zas! Madrid
UVA era el acrónimo de Unidad Vecinal de Absorción, y se refería a ciertos barrios
En Madrid, fueron seis las UVAS construidas en solo tres meses en 1963, y se hallaban en seis antiguos pueblos anexionados a la ciudad pocos años antes: Fuencarral, Vallecas, Canillejas, Pan Bendito (en Carabanchel), Villaverde y Hortaleza
Salvo la de Hortaleza, las UVAS eran realojamientos provisionales para unos cinco años, pero duraron mucho más; un camino intermedio entre la infravivienda y un hogar digno, se dijo. La de Hortaleza era a pagar en 40 años, y es la única que sigue en gran parte en pie.
Sirvieron para realojar a migrantes procedentes de todos los rincones del país, especialmente andaluces, extremeños, castellanos y manchegos, que desde el final de la guerra civil se habían ido instalando en ingente número en casitas bajas, chabolas y cuevas de la periferia y en poblados que se habían ido desarrollando en lugares muy a la vista de una capital que el franquismo necesitaba floreciente, como frente a la plaza de toros de Las Ventas, en Embajadores o en las proximidades del Retiro. Se proyectaron como soluciones ingeniosas para personas «que necesitaban una adecuada adaptación para la vida de ciudadanos», expresó la Hoja del Lunes el 22 de abril de 1963, para unos «vecinos circunstanciales». Por no interesar a nadie, se fueron convirtiendo en guetos.
En 1957 había nacido el Plan de Urgencia Social de Madrid. La ciudad llevaba camino del medio millón de personas residiendo en infraviviendas. En 1961 se ideó, para poner freno a este problema, el Plan de Absorción de Chabolas, que contemplaba la edificación de 6.000 casas anuales durante un quinquenio. Las UVA se crearon una vez desechado este proyecto. Estaba previsto que las construyera el Instituto Nacional de la Vivienda, pero pasaron a manos de la Obra Sindical del Hogar.
Se construyeron un total de 6.083 “albergues” o pisos. Se utilizaron materiales desmontables y transportables, con frecuencia prefabricados, a veces de segunda mano; como planchas de aglomerado, coberturas de chapa y estructuras metálicas. Las UVA, salvo la de Hortaleza, no tenían derecho al ladrillo. La media de metros cuadrados de los hogares apenas superaba los cincuenta. Disponían de comedor-cocina con lavadero y gas butano (nada más entrar las familias solían separar las dos estancias), tres dormitorios el 80% y un cuarto de aseo con ducha. Se las dotó de edificaciones complementarias, las más significativas una cátedra de la Sección Femenina, donde se organizaban clases para las mujeres, como de corte y confección, cocina y peluquería, y una iglesia. Zonas ajardinadas anejas intentaban proporcionar humanidad al entorno.
Cada UVA tenía sus propias características. La de peor calidad era la de Fuencarral (1.180 pisos), situada en una hondonada frente a la colonia de Mirasierra. Duró diez años. A su vecindario le dieron la opción de ir a vivir a Entrevías o a la UVA de Pan Bendito, que era la de menor población de las seis (655 pisos). La UVA de Vallecas era la más grande (1.200 pisos) y la más luchadora por sus derechos, y la de Hortaleza (1.100 pisos) resultó la actuación más conseguida y la más bonita. Fue premiada en el X Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos celebrado en Buenos Aires en 1969 por sus valores humanos, con Le Corbusier en el jurado. Se reconoció el cuidado vecinal de sus rosales, macetas y enredaderas. Destacaban sus corredores, que daban la vuelta a los edificios. La UVA de Villaverde, conocida también como poblado de los Toreros (950 pisos), y la UVA de Canillejas (998 pisos), cercana a la avenida de Aragón y a la carretera de Vicálvaro, completaban unos conjuntos que transmitían una honda impresión de marginalidad.
Pese a que existían otro tipo de actuaciones urbanísticas destinadas a familias similares, como los poblados de absorción o los dirigidos, el premio gordo de la estigmatización se lo llevaron las UVAS. Las originales siglas se prestaban a la etiqueta.
Ser de la UVA «era como un baldón. Te daba vergüenza decirlo», afirmó al revisar su época escolar el escritor Manuel Rico, que vivió su adolescencia y primera juventud en la de Hortaleza.
Era rara la juventud que iba a la universidad, y la solidaridad que reinaba en los vecindarios apenas podía hacer frente al olvido de las administraciones. Las UVA se fueron deteriorando agónicamente. Entre gente sencilla que se unía para seguir adelante, vivían jóvenes, condenados al paro, que acababan en la delincuencia o en la droga. Algunos se hicieron muy populares. El actor José Luis Manzano, fetiche del cineasta Eloy de la Iglesia, creció en la UVA de Vallecas, y José Luis Fernández Eguía «El Pirri», otra figura del cine quinqui, nació en la de Pan Bendito.
La UVA de Hortaleza está llegando a su fin. Solo quedan por realojar 72 familias. Asociaciones y colectivos del barrio se mantienen fieles a un lugar desahuciado. Mientras, el campanario de la iglesia de San Martín de Porres, que parece el de una cárcel, permanece inalcanzable como si vigilara al vecindario. Su sorprendente silueta es un ejemplo de distopía. Llegarán pronto los últimos golpes de piqueta, pero antes habrá que debatir si tirar la UVA entera o dejar una parte como hito de una época, tal vez con fotografías y objetos en interiores a modo de museo. ¿Lo permitirán las destructoras-constructoras y las administraciones públicas?
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