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Libro de microrrelatos «Maleza viva», de Gemma Pellicer, una poética de la mutabilidad - ¡Zas! Madrid
En el primer tomo de sus célebres Diarios, Anaïs Nin afirma que todo aquello “que vive” entraña una continua necesidad de respuestas, un “movimiento dinámico de misterio en misterio”. O lo que es igual: que toda aventura vital involucra una búsqueda de conocimiento, una cadena de preguntas. Operación que, por otra parte, describe bien la esencia del oficio literario. Y precisamente una operación de búsqueda es la que acometen los sugerentes microrrelatos que componen Maleza viva, el segundo libro de la escritora y crítica Gemma Pellicer, editado con esmero por el sello Jekyll and Jill. Enigmas universales, como la ambigua percepción humana del tiempo o el prodigio que palpita bajo lo cotidiano, son tratados en estas narraciones con sensibilidad y lucidez.
Ahora bien, ¿cuáles son esas interrogantes que exploran las piezas de Maleza viva? Ahondaremos en esto más adelante, pero el tratamiento que la autora da al tema del movimiento constituye uno de los grandes hallazgos del libro. Y de hecho, ya el microrrelato “Paisanaje”, que actúa como prefacio, enuncia uno de los temas axiales del volumen: el de la mutabilidad propia de la condición humana, mutabilidad que en este primer texto toma la forma de una inquietante metáfora sobre el microcosmos que se agita en el interior de la maleza.
La obra está dividida en dos partes: “Puntos de luz” y “Herbolario”. En ellas la autora interroga con una sutileza más que notable cuestiones como el lado irracional y amenazante que esconde la realidad cotidiana (“Tiovivo enmascarado”, “Historia de fantasmas”, “La mentira del horizonte”,), la caducidad (“En caída libre”, “Consunción”, “Hipnosis”, “Emboscadura”), el vértigo del vacío (“Deseo maquinal”, “Ojos de vaca”, “Duermevela”), o la incertidumbre que encierra la noción de identidad (“La mujer que no era”, “El mismo yo”, “Pájaro emboscado”), para mencionar solo los puntos más relevantes. A este grupo de temas, la segunda sección añade otros. En primer término, una aguda reflexión sobre la ferocidad que late bajo la apariencia tranquilizadora de la naturaleza (“Cresta de gallo”, “El anhelo”, “Verano”, “Puesta de luna”), conjetura que no impide que Pellicer tome partido por ella. Así, y consumando una síntesis de contrarios que recuerda el Romanticismo alemán, la autora articula en esta serie de textos un discurso de tono irónico contra los efectos de la intervención humana en el entorno natural (“Supervivencia”, “Alimaña”, “Desbarbada”). Visto lo cual, se comprende mucho mejor el romántico componente animista del libro (“Desarbolado”, “Árbor”, “El que ahora soy”, “Piel”). Cartografías y personajes de fábulas o mitos completan el trazado de la segunda sección. El bosque, el arca de Noé, Dios, el Diablo, caperucita roja, Venus, Jesucristo, ninfas y hombres-lobo, constituyen otros tantos pretextos para meditar sobre estos temas.
Con todo, el verdadero hilo conductor de Maleza viva es el movimiento, que en este conjunto de piezas actúa como metáfora de la mutabilidad de la vida humana. Y más precisamente, como metáfora de la apariencia engañosa de la materia, el artificio que encubre la temporalidad cronológica, o la cualidad irremediablemente escindida del hombre. Ahora bien, ¿cómo se trata aquí el tema del movimiento? Para empezar, la autora sitúa la inestabilidad material en el corazón argumental de los microrrelatos, que en su mayor parte giran alrededor de las connotaciones simbólicas de este fenómeno: personajes que en un vuelo pierden o ganan algo de vital importancia; otros cuya peripecia se centra en un ascenso, caída, baile, braceo, temblor, pirueta, vuelco, y a veces en la imposibilidad de desplazarse; seres que se elevan, etc. Más aún: la omnipresencia de objetos emblemáticos del desequilibrio físico (tentetiesos, ascensores, barcos, tiovivos, norias, cunas, globos, escaleras, colgantes, etc.), y hasta la indecisión que determina el destino de varios personajes, son otros tantos motivos que apoyan esta brillante arquitectura de la inestabilidad.
Naturalmente, la exploración lírica sobre el fenómeno del movimiento no se detiene aquí. Y como el plano argumental, también el del lenguaje abunda en expresiones de la fluctuación. Es así como la poética de Maleza viva configura lo que el estudioso Antonio García Berrio ha llamado “esquemas de orientación y especialización imaginaria”. Esquemas que, grosso modo, definiremos como las formas o “dibujos” que componen los textos literarios, al acudir a palabras o isotopías que privilegian un tipo determinado de dinamismo (verticalidad, caída, balanceo, expansión, choque, dispersión, etc.) Y de hecho, el último microrrelato de la primera sección, que lleva el significativo título de “Balances”, refuerza esta lectura, y ello no solo porque esta narración parta de una enumeración de significantes del movimiento, sino porque termina con un estallido macrocósmico que hace simetría con el microcosmos que escenifica el cuento-prefacio. Además, este estallido celeste final completa un ciclo el plano del sentido, en la medida en que “cumple” la amenaza que se presiente en el texto de inicio. Y sin embargo “Marina”, la bella pieza que cierra el libro, gira alrededor del reflote de una materia compuesta por lo residual y lo misterioso, y que brota del fondo de enigmáticas aguas para abrirse hacia la dimensión de lo onírico.
Amén de todo lo dicho, es de subrayar la exquisita destreza y el minucioso oficio con que la autora de Maleza viva aborda recursos y géneros tan variados como el diálogo, el poema en prosa, la alegoría, el anuncio publicitario (“A precio de saldo”) o la narración epistolar (“Perfiles de vértigo”). Tampoco faltan textos experimentales, como el delicioso “El Frankenstein de Mary Shelley”, casi un manifiesto sobre la índole lingüística del hombre; y otros como “Puro tecnicismo”, “La mujer que no era” o “Aguas insomnes”, que exploran los límites de convenciones literarias como el personaje, el lenguaje o la fonética. Destacan por su precisión lírica, la fuerza de sus imágenes, y la profundidad de sus símbolos, los microrrelatos “Profilaxis”, especie de breve bildungsroman; “Navegación”, admirable metáfora sobre el amor; y las piezas “La señal”, “Nenúfares de flores blancas, terminales”, “Tententieso”, “Aunque sigamos a oscuras”, “Eso era (y seguirá siendo)”, “Lo real”, y “Tiovivo enmascarado”.
En suma, los microrrelatos de Maleza viva, son la huella de una búsqueda propia de la mejor literatura contemporánea, el resultado de una cadena de interrogantes sobre la estructura de lo real. A estas preguntas, la autora da respuesta lírica a través de una lograda poética de la mutabilidad, que culmina en una apertura hacia el futuro, con la incertidumbre que este conlleva. Y con sus grandes posibilidades. A fin de cuentas, la inestabilidad no deja de ser otro nombre del cambio, otra forma de ahondar en ese misterio que entraña la aventura vital y que Anaïs Nin llamó “lo vivo”. Un misterio que, como comprobará el lector atento, protagoniza la inteligente arquitectura que da cuerpo a las páginas de Maleza viva.
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