Cosas que callan: la pintura de Cristina Fernández Núñez

«VGO/MAD» (VIGO/MADRID) es el título de la exposición de Cristina Fernández Núñez, que estará abierta en la Casa de Galicia en Madrid, hasta el 29 de marzo

De acuerdo con Lucía C. Suárez, comisaria de esta exposición, no es posible entender el trabajo de la pintora Cristina Fernández Núñez sin la vibración del movimiento. Para empezar, sin el viaje que es la más elemental percepción.

En principio, parece tratarse de dos exposiciones distintas. De un lado, paredes grises, molduras, guirnaldas de cantería y ventanales. Del otro, paisajes rasgados, divididos por una tenue línea de horizonte y algunas frases. La clave que comunica las dos vertientes está en el viaje. Los paisajes borrosos son el tránsito entre una solidez y otra en las dos estaciones terminales, los cuadros con primeros planos arquitectónicos de Vigo o Madrid. El verde difuminado de las vistas desde el tren recuerda la velocidad, una melancolía acuosa que también está en los edificios pintados.

En ambos registros, la solidez y lo vegetal, late un fondo natural raramente accesible. No es aprehensible en los paisajes difuminados por la celeridad, por la melancolía del tránsito.

Tampoco es accesible en el otro polo, para mi gusto el más impactante, esos detalles inquietantes de edificios de Madrid o Vigo. Y no lo es sólo por culpa de la complejidad de un hiperrealismo detallista que roza el misterio en esos adornos y molduras, en las grietas y en las cerraduras gastadas, en los colores y los tabiques desvaídos. La extrañeza de lo construido se coaliga con la indefinición de las afueras campestres porque también alude a un interior que no se ve, un fondo sombrío que apenas se deja entrever tras los cristales y visillos.

Vistos de cerca y en silencio, la arquitectura es pequeña como una maqueta. Si Hopper podría ser uno de las evocaciones en los cuadros frontales de detalles arquitectónicos, en la soledad de esas superficies claras, Turner podría serlo de los cuadros con cielos y verdes del exterior.

La pared maciza, a veces radiante ante un sol que declina, encierra un enigma. Los objetos del mediodía rozan el misterio, como sabía De Quirico. El realismo de las formas sólidas sólo parece darle forma y color a lo impenetrable. La sombra aparece después explícitamente, en esos interiores atisbados, en unas entrañas que se abisman en penumbra.

La naturaleza más cautivadora no está tanto en los motivos vegetales que Cristina Fernández recoge en los caprichos barrocos o modernos de los edificios que pinta. Quizá está más en esos umbrales que se multiplican, en los interiores apenas entrevistos y en el peso impenetrable de los muros. Hay algo en ese silencio, por no decir en esa soledad de las tapias, cercano a un umbral que se pierde en claroscuros. No existe ningún tenebrismo en Cristina Fernández, pero su pintura se tiñe de la perplejidad del ojo en un balcón, asomado al mutismo de los objetos. Así en Morandi.

Los cuadros de arquitectura urbana podrían figurar solos, por separado. Con toda la incertidumbre de un viaje, este está ya en el silencio ciclópeo de las paredes con muescas, en los ventanales que nunca podremos franquear. También en la arquitectura hay movimiento. Rectas y curvas conviven con formas orgánicas cinceladas. Los arabescos en hierro forjado, las piedras labradas con motivos vegetales sólo explicitan el laberinto terrenal que yace en unas paredes que guardan arcanos inconfesables.