Marina Perezagua publica su libro de cuentos 'Luna Park' - ¡Zas! Madrid

«La ficción no es menos verdadera ni la no ficción más honesta»

Marina Perezagua (Sevilla, 1978) es autora de las colecciones de relatos Criaturas abisales (2011) y Leche (2013), y ha publicado cuatro novelas: Yoro (2015), Don Quijote de Manhattan (2016), Seis formas de morir en Texas (2019) y La playa (2024, Premio Internacional de Novela Ciudad de Estepona). De 2023 es su primer poemario: Nana de la medusa. En Páginas de Espuma acaba de publicar Luna Park.
Se inició con una colección de cuentos, ¿para contar aspectos de una realidad social es necesario ensayar con este género?
No, en absoluto. Si me hubieran hecho esta pregunta al principio, con mis primeros cuentos, la respuesta habría sido distinta. Pensaba que el cuento tenía cualidades que no tiene la novela. Era ingenua e inmadura. Es cierto que tiene cualidades distintas, pero no son mejores, ni peores. Son aspectos técnicos, nada que ver con virtudes extraliterarias. La realidad social se filtra en todo lo que uno escribe, incluso sin querer. El cuento fue más bien un accidente. Lo elegí porque un cuento me permitía entrar y salir del texto cuando tenía poco tiempo para escribir. Y porque permite el zarpazo. Si hubiera podido pintar, quizás no habría escrito nada.
¿El cuento exige una autodisciplina y una sensibilidad que cualquier otro género?
Eso dicen siempre, pero no estoy segura de que sea verdad. Lo que exige es que uno se calle a tiempo, como en una conversación incómoda. A veces no se trata de sensibilidad, sino de saber cuándo cortar la frase. Y eso es más parecido al montaje de una película que a una epifanía poética. El cuento puede ser más quirúrgico, puede necesitar un oído más fino, pero esto es algo que también beneficia a la novela.
Sus cuentos son extremadamente visuales, ¿técnica o propósito?
Me obsesionan los detalles. Lo visual me ayuda a ordenar el caos. No es una decisión estética, es una necesidad: si no veo con precisión, no puedo escribir. Me interesa la imagen como forma de pensamiento, no como un aditivo ornamental.
Criaturas abisales y Leche, ¿fueron su campo de experimentación?
Fueron mi zona de riesgo, era lo primero que publicaba. Pero en realidad sigo trabajando de la misma manera: escribo sin miedo a la recepción. No es que en términos personales no me afecte que lo que escriba guste o no. Es que no afecta a mi escritura. Me interesa la tensión más que el resultado. No sólo me interesa, me divierte. Para mí escribir es un ejercicio muy lúdico.

Ha señalado que Luna Park es una mezcla de ficción y no ficción, ¿qué pretende decirle a sus lectores con esta afirmación?
Que no me interesa ya esa frontera. Que la ficción no es menos verdadera ni la no ficción más honesta. En Luna Park hay una voz que atraviesa ambos territorios porque lo que me importa no es el género sino la temperatura emocional del texto. No me interesa mentir bien. Me me apena la posibilidad de escribir mal la verdad. Luna Park es híbrido porque así es mi cabeza. Porque así vivimos hoy: no hay una línea nítida entre lo vivido y lo fabulado. Todo está intervenido.
¿Se necesita vivir y explorar el territorio para escribir un buen relato?
No. Se necesita obsesión. Y cierto grado de insatisfacción permanente. Hay quien ha escrito sobre Siberia sin haber salido de su cuarto. El territorio físico es una excusa. Lo que importa es la intensidad con la que uno lo imagina o lo recuerda. El territorio no tiene que ser geográfico.
¿Ha conseguido con los años, normalizar la impostura con que se vive en Nueva York?
No, ni en Nueva York ni en ningún lugar, y ojalá nunca lo haga.
¿Cree que el lector percibirá una sombra de profunda oscuridad en los relatos de Luna Park?
Imagino que sí, pero el lector lo dirá. Para mí sí la hay. Pero hablo de oscuridad no como un adorno literario, sino más bien como el humus del que nace la posibilidad de luz. La literatura que me interesa no rehuye la sombra, la atraviesa. La oscuridad está en todas partes: en las familias, en el trabajo, en la infancia. Yo no la invento. Solo me gusta entreabrir una puerta y dejarla entrar.
«La literatura que me interesa no rehuye la sombra, la atraviesa».
Háblenos del humor y la ironía que subyace en algunos cuentos.
Imagino que la ironía es una forma de ternura mal disimulada. El humor, en cambio, me interesa como herramienta de desarme. En mis cuentos, lo cómico suele esconder una herida. Me interesa ese punto donde uno se ríe y no sabe si está bien hacerlo. Pero sí está bien. Nunca he vivido una Nueva York más lamentable que la de hoy, y nunca me he reído tanto. Es tal el absurdo que la risa es un modo de entenderlo y hasta de disfrutarlo. Otras veces la risa es como un grito que no se atrevió a salir.
¿Es verdad que Nueva York, una vez que has vivido en ella, se puede ver como una recompensa y como un castigo?
Imagino que te refieres a la cita de Colson Whitehead con la que comienza el libro: «Esta ciudad es una recompensa por todo lo que te permitirá alcanzar y un castigo por todos los delitos que te forzará a cometer». Pienso que es así. Amo esta ciudad, también la detesto. Me ha dado mucho, también me lo ha quitado. Pero el balance general es positivo, hasta ahora, que es una ciudad imposible de respirar. Creo que es algo mundial, pero Nueva York siempre parece ser el paciente cero en una epidemia.
¿Una ciudad así no se agota nunca literariamente?
No se agota, pero puede volverse un cliché si no se la vive con hondura. Nueva York está tan escrita que uno corre el riesgo de repetirla. Por eso, para mí, el reto fue escribirla desde las grietas: desde lo que no sale en las postales ni en las novelas sobre Nueva York. Todavía hoy escucho a gente que dice que se va de compras a Nueva York, y me pregunto qué comprarán que no haya en el lugar donde viven. Que me lo digan, porque yo llevo más de la mitad de mi vida aquí y no he comprado nada que no haya en España, y mucho menos a mejor precio. Los más snobs siguen manteniendo a Nueva York con un halo cinematográfico. Pero si bajas al subsuelo, si entras a los apartamentos húmedos, si hablas con los que no aparecen en las películas, hay más miseria que nunca. Hace pocos años habría dicho que es una ciudad donde sólo las personas adineradas pueden vivir. Hoy ni siquiera pienso que estas personas puedan ser felices en Nueva York.
«Si bajas al subsuelo de Nueva York, si entras a los apartamentos húmedos, si hablas con los que no aparecen en las películas, hay más miseria que nunca».
Había explorado el tema de la maternidad en un texto extenso, «La playa», ¿desde qué perspectiva narrativa lo hace en estos cuentos?
Ni siquiera sé si he tratado el tema de la maternidad o si este tema es sólo un subterfugio para hablar de otros temas. Espero que así sea, porque los libros sobre la maternidad o sobre la no maternidad me aburren. La maternidad me parece azarosa en lo que escribo. Tal vez no lo sea, pero así lo he vivido yo desde la escritura.
Luna Park ¿es un relato que reincide sobre ese concepto, o por su brevedad lo concreta más?
Luna Park es el lugar donde la experiencia de la maternidad —entre otras— se convierte en una especie de montaña rusa: vertiginosa, brillante, violenta. El parque de diversiones como metáfora de lo que no se puede controlar, no sólo la maternidad, sino la vida propia, el día a día, el terrible paso del tiempo. En vez de desarrollar una teoría sobre la maternidad, lo que me gustaría hacer es pincharla con un alfiler. En esos cuentos, todo lo que parece estable tiembla. Y eso incluye también la idea de “madre”. Si tuviera que darle un símbolo a este libro no sería el de la maternidad, sino el de una de esas lavadoras de pago que mezcla toda tu ropa mientras tú estás sentada entre la sensación de una pérdida de tiempo y la de un descanso agradecido pero obligado. La contradicción, fusión, ruido, mezcla de las ropas dentro de una lavadora industrial.
Consecuentemente, la infancia, está proporcionalmente contemplada, ¿huye de una infancia al uso, o clásica?
Huyo de la infancia edulcorada. Me interesa esa zona ambigua donde los niños ya intuyen la violencia del mundo, aunque no tengan palabras para nombrarla. La infancia es también un territorio oscuro, y por eso es literariamente fértil. Creo que esto ya se sabe. No descubro nada nuevo. Pero narrarlo bien no es fácil, ni sé si lo he logrado. No hay inocencia sin amenaza. Ese contraste me interesa.
Como narradora, ¿se lleva mejor con sus personajes femeninos?
No es que me lleve mejor, pero los comprendo desde un lugar más visceral. Eso no significa que no me interese explorar personajes masculinos, pero con los femeninos hay una intimidad que no tengo que construir: ya existe. No tengo simpatías fijas. Me llevo mejor con los que están incómodos. Sean hombres o mujeres.
Su literatura se ha movido entre los parámetros de lo terrible y lo trágico, ¿siguen siendo válidas ambas afirmaciones?
Sí. Más que nunca. Aunque tal vez no lo parezca.
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