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Ponga un gato en su vida: a propósito de la novela de Paloma Díaz-Mas - ¡Zas! Madrid
Hablemos de los escritores y de sus gatos
Quien conviva con un gato habrá notado muchas veces que no tiene un gato en su casa, como se pueda tener, en realidad, un perro, un canario o una tortuga. Sin duda alguna, podemos asegurar que esas personas viven en la casa del gato. El columnista y escritor, Antonio Burgos, que ha dedicado varios libros al tema, dice que el gato es un animal políticamente incorrecto, pues no es condescendiente con nadie. Si uno trata de llamar a un gato como se suele llamar a un perro por su nombre, a ese felino que uno realmente quiere, cuida y alimenta, no recibirá más que la indiferencia por su parte. Aunque haya quien sostenga que el “flechazo” entre escritores y gatos proviene del carácter solitario, sedentario e individualista de la escritura en sí y de cuanto rodea a este proceso creativo, nos cabe creer que el fundamento de esa singular alianza se explica por la actitud de libertad suprema del felino, que podría traducirse: “Si te hago compañía es porque yo quiero, no porque me lo pides”. El escritor argentino, Borges, los calificaba como anarquistas, siempre “hacen lo que quieren”, y establecen una alianza entre dos seres libres: escritores y gatos, o viceversa.
Los gatos en la historia
En Egipto siempre fueron considerados criaturas sagradas, y cuando morían se los momificaba y sus dueños se afeitaban las cejas en señal de duelo. Las tribus hebreas que abandonaron la tierra del faraón Thutmosis III en busca de la Tierra Prometida, no compartían esa reverencia y se alejaron de ese rito. En el Antiguo Testamento se los menciona en dos ocasiones y en ambos casos de modo negativo; sin embargo, Noé los admitió en su Arca pero al desembarcar, después de los cuarenta días, no cambiaron sus costumbres. Por este y otros motivos, tampoco aparecen a lo largo del Nuevo Testamento, aunque su peor momento se registró a comienzos del primer milenio: los hombres sabios de aquella época decidieron que la belleza de esos felinos, su independencia, su altanería, su elegancia en todos y cada uno de sus gestos, disimulaban a una bestia diabólica, y no en vano las numerosas iconografías los mostraban acompañando a las brujas. El hombre, según la Teología, había sido creado a imagen y semejanza de Dios, por lo que se hacía difícil aceptar a esas criaturas capaces de realizar proezas imposibles que nunca podrían hacer los humanos. Los clérigos del medievo decidieron aniquilarlos, no comprendieron que con ese disparate rompían el equilibrio ecológico. Hoy ya puede asegurarse que aquellos clérigos poco sabían de ecología y, menos aún, del equilibrio natural, pero lo cierto es que el exterminio de gatos produjo el aumento de ratas y estas, como se sabe históricamente, fueron las portadoras de la peste negra en Europa, una calamidad registrada entre los años 1347 y 1350 que puso fin a la Edad Media y llevó a la muerte a cerca de veinticinco millones de personas en el mundo conocido, es decir, casi el cuarenta por ciento de la población.
Los gatos en la Literatura
Si uno curiosea en la biografía de Borges, hay algo que llama la atención, y es su extremado amor por los gatos. Cabría pensar que la compañía de estos felinos, cruzándose de repente por los pasillos o enredándose entre las piernas del escritor, no sería una opción demasiado recomendable para un anciano achacoso y ciego durante buena parte de su vida; pero “un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo”, comentaría Osvaldo Soriano, y seguramente tenía razón. En cualquier caso, Borges sentía debilidad por sus gatos Odín y Beppo (nacido Pepo pero rebautizado posteriormente en homenaje al gato de Byron); de este último, en particular, narró innumerables anécdotas a lo largo de las muchas entrevistas que se le hicieron en su vida, e incluso le dedicó uno de sus más conocidos poemas, “Beppo” y, literariamente hablando, lo mismo hizo, Pablo Neruda con su “Oda al gato”, Charles Baudelaire, “Ven, bello, gato, a mi amoroso pecho…”, o el asombroso y conocido relato de Poe, “El gato negro”, también Rudyard Kipling consagró su pluma a este doméstico y tituló unos de sus cuentos, “El gato que caminaba solo”. La lista de escritores que alguna vez han tenido y disfrutado de “estos animales de compañía” es interminable: H. G. Wells, Tennesse Williams, Charlotte y Emily Brönte, Alejandro Dumas, Charles Dickens, Mark Twain, Lord Byron, Victor Hugo, F. Scott Fitzgerald, Terenci Moix, Truman Capote, Patricia Highsmith, de todas las épocas y países, sin olvidar, El gato con botas, de Charles Perrault, el cuento “El gato bajo la lluvia”, de Ernest Hemingway, “Orientación de los gatos” de Julio Cortázar, Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, la novela Kafka en la orilla, de Haruki Murakami, o Soy un gato, de Natsume Soseki, el clásico español, El bosque animado, de Wenceslao Fernández Flórez, o las recientes recopilaciones, Las mejores historias sobre gatos (Siruela), El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos (Nórdica).
Lo que aprendemos de los gatos
Pero su “majestad el gato” vuelve a ser noticia en estos días porque, Paloma Díaz-Mas (Madrid, 1954) Licenciada en Filología Románica y Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, donde se doctoró con una tesis sobre poesía sefardí, profesora de investigación del Instituto de Lengua, Literatura y Antropología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de Madrid, catedrática de literatura española y sefardí en la Universidad del País Vasco y profesora visitante de la University of Oregon (Estados Unidos), cuyas investigaciones se orientan preferentemente hacia la literatura sefardí, la literatura de transmisión oral en el ámbito hispánico (con especial atención al romancero) y la poesía judía castellana medieval, además de una notable narradora, El rapto del Santo Grial (1983), El sueño de Venecia (1992), La tierra fértil (1999), y los libros de cuentos, Nuestro milenio (1987), Una ciudad llamada Eugenio (1992) y Como un libro cerrado (2005), acaba de publicar una última y no menos curiosa narración que ha titulado, Lo que aprendemos de los gatos (Anagrama, 2014), en realidad, un auténtico tratado sobre el curioso animal y su mundo, sobre los felinos y sus dueños, sobre los que nos enseñan y aprendemos, o sobre nuestra equivocada relación con ellos.
Lo más curioso de este nuevo libro de Díaz-Mas es su profusión a que guste a propios y ajenos; es decir, a quienes no tienen interés alguno en tener o conocer el mundo de los gatos, y su singular capacidad para desplazarnos de nuestro hábitat y su propensión a sobrevivirnos ante cualquier eventualidad; cariñosos (cuando quieren), nunca sumisos, nos muestran a diario que debemos pactar con ellos nuestra convivencia desde el mismo día que los adoptamos, así como cada segundo, minuto, hora, día o semana, mes o año de su existencia y tan solo nos creeremos dueños, si alguna vez conseguimos conquistarlos con la misma paciencia que ellos nos transmiten. Provistos de unas garras mortíferas, de una cuerpo atlético y de una rapidez impresionante, debemos dejarlos campear por sus dominios, pese a que los veamos dormir plácidamente y a pata suelta sobre nuestro sillón favorito que desde el momento que lo descubren, pasa a su propiedad.
Paloma Díaz-Mas les otorga la potestad de adjudicarles nuestra Razón porque según el mundo felino, los humanos padecemos esta enfermedad congénita degenerativa que, sin duda, afecta gravemente a nuestra calidad de vida. A partir de aquí establece una serie de teorías que entre la visión más seria y absoluta que nadie pueda imaginar, el humorismo con que debemos sospesar nuestra lectura y la ironía con que la narradora expone su convivencia con el protagonista, Tris-Tras, irá proyectando una secuencia de imágenes sobre él para que de esta forma lleguemos a la conclusión que “de todos los animales domésticos, es el gato el único que no ha sido domesticado por el hombre”.
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