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Reflexiones no sensacionalistas tras las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo - ¡Zas! Madrid
El avance de las fuerzas de izquierda en las elecciones del 24 de mayo ha sido notable; pero conviene matizar los resultados, para no hacernos eco de la prensa del régimen monárquico, que ha expuesto el resultado en tono sensacionalista como un vuelco de la situación del poder en España. El PP ha perdido muchos votos, pero ese retroceso está paliado por la emergencia de un partido afín, Ciudadanos. Del mismo modo que en las elecciones autonómicas andaluzas de marzo, el resultado de la derecha en 2015 (sumando los votos de PP y C’s) igualaba al de 2007, no se puede perder de vista que si bien la derecha ha retrocedido en 5 puntos respecto a las elecciones de 2011, se encuentra más o menos en la misma situación que en 2007. Pero la sensación de derrota proviene de que no es capaz de encontrar un partido de recambio al PP, pues UPyD ha fracasado y C’s no ha cubierto las expectativas. La diferencia respecto hace 8 años es que ahora la derecha se encuentra dividida y en retroceso, mientras que hace 8 años se encontraba unida y en ascenso.
Quiere decir esto que estamos todavía al comienzo del cambio socio-político en el Estado español y que todavía queda un largo trecho para poder celebrar la victoria de las fuerzas democráticas.
Lo que está descomponiéndose es el sistema de partidos que se originó en la transición de 1978, y que ha constituido el núcleo de la vida política de la monarquía parlamentaria durante 37 años. El bipartidismo ha perdido casi el 20% de los votos en estos 8 años y más de 4 millones de votos (casi 3 millones entre 2011 y 2015). El PSOE ha pasado de más de 35% en 2007 de los votos al 25% en 2015; el PP del 36% en 2007 al 27% en 2015 (con un pico de más del 37% en 2011). Ese importante retroceso no debe ocultarnos que todavía ambos partidos son mayoritarios, y conservan importantes cuotas de poder e influencia.
Lo más notable es que el cambio ha comenzado por las grandes ciudades, hasta hace un lustro granero de votos de la derecha. Es difícil valorar el éxito obtenido porque las fuerzas del cambio se han presentado fragmentadas en dos, tres o más agrupaciones políticas; además porque Podemos no se presentaba oficialmente a las municipales. Pero el avance ha sido espectacular con las victorias de fuerzas de izquierda en las capitales autonómicas, situándose por encima del PSOE en ciudades como Madrid, Barcelona, Coruña, Santiago de Compostela, Zaragoza, Cádiz y Zamora.
En el plano de la organización territorial, hay que señalar que las fuerzas políticas partidarias del derecho de autodeterminación alcanzan el millón de votos y más de 2/3 de los sufragios en Euskadi (sumando los votos de la Comunidad Autónoma Vasca y la Comunidad Foral Navarra), tras la estrepitosa derrota de UPN, partido de gobierno en Navarra desde 1996 y los malos resultados cosechados por el PSOE, que sigue a la baja, y sobre todo por el PP, que retrocede a cifras por debajo del 10%. En Cataluña cuatro partidos que apoyan la autodeterminación (CiU, ER, CUP y Entesa) suman 56.78% de los votos, frente al 15% que suman PP y C’s –a los que se añade el 17% del PSC-. También en Galicia aumentan significativamente los votos para los partidarios del derecho a decidir, Anova y BNG, mientras que el bipartidismo monárquico-liberal retrocede de más del 70% al 62%.
Ante este panorama cabe plantear tres cuestiones: ¿Cómo interpretar los datos?, ¿cuáles son las previsiones?, y ¿qué deben hacer las clases populares para empoderarse y modificar la actual correlación de fuerzas?
La primera está en dependencia de los instrumentos de análisis que utilicemos. Nadie duda a estas alturas que estos resultados son consecuencia de la crisis, y responde a las aspiraciones de las clases más desfavorecidas por mejorar su situación, frente a una gestión desastrosa de la economía por el partido de la derecha. Rajoy llegó al poder prometiendo resolver la crisis, y muchos ciudadanos le creyeron; su éxito se apoyó en los votos de la pequeña burguesía urbana (pequeños y medianos empresarios), y también en parte de lo que podríamos denominar, siguiendo a los sociólogos universitarios, ‘clase media’ -es decir, aquellos trabajadores que por tener algún tipo de propiedad material o inmaterial (vivienda, coche, cualificación laboral, puesto de trabajo, etc.) se identifican con el orden social vigente, y no se reconocen en la transformación social con la clase obrera proletarizada (sin propiedad de ningún tipo)-.
La proletarización de ese segmento de la sociedad por la crisis es el revulsivo que ha transformado el panorama político. Se repite el diagnóstico de Marx en el Manifiesto Comunista: los pobres cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos. Hoy queda claro que esta crisis económica es muy profunda, afectando a las estructuras básicas del orden social y requiere un cambio en la formación social capitalista. Cómo se produzca el cambio depende de la correlación de fuerzas entre la clases que podamos establecer.
Nos estamos jugando el futuro y el ciudadano de a pie ha comenzado a percibirlo. Las políticas que la derecha ha estado aplicando en las últimas décadas llevan a una distribución más injusta de la riqueza, incrementado los numerosos problemas que la humanidad del siglo XXI tendrá que resolver en su relación con la naturaleza. Los millones de votos que han perdido los partidos monárquicos provienen de esa toma de conciencia. La incapacidad de construir un partido de recambio por la derecha tiene su causa en la misma realidad.
Son los jóvenes los que con más claridad han percibido este problema y los que están constituyendo las fuerzas del cambio social que vemos emerger en el panorama político de nuestro país. En primer lugar, porque están sufriendo en sus vidas el deterioro de las condiciones de trabajo y la depresión económica. En segundo lugar, porque están mejor informados que sus mayores, con mejor formación cultural y con acceso a las nuevas tecnologías de la comunicación que están revolucionando el conocimiento y las relaciones sociales. Tras una generación que ha pasado sin pena ni gloria por la historia de España, alimentando la cultura consumista y posmoderna del capitalismo tardío, una nueva generación despierta a la lucha política con ganas de cambiar los principios hasta ahora vigentes.
La hegemonía de la oligarquía española ha sido puesta en cuestión en estas elecciones, pero no se ha hundido ni mucho menos. Todavía goza del apoyo de la mayoría social conservadora, y el sistema político de la monarquía parlamentaria, que representa los intereses de esa oligarquía, mantiene altas cotas de consenso y legitimación para la población española.
Pero la gravedad de la crisis va a seguir erosionando ese consenso social conservador: los 3 billones de euros que debe la economía española (1 billón de deuda pública y 2 billones de deuda privada) pesan como una losa sobre el bienestar de la población. Conforme se desarrollen los actuales desequilibrios sociales se profundizará la crisis del Estado liberal. Y eso supone que aparecerán oportunidades para cuestionar el propio modelo del Estado monárquico y la dominación de la oligarquía financiera.
La crisis no es un problema exclusivo del Estado español, sino que afecta a toda la UE y al capitalismo internacional hegemonizado por los EE.UU. La aparición de nuevas potencias internacionales y la formación del BRICS han puesto en cuestión el modelo neoliberal de dominación capitalista, que se puso en marcha entre 1970 y 1980 a nivel mundial. La crisis ecológica muestra la inviabilidad a largo plazo de la sociedad de consumo que ha legitimado el neoliberalismo.
Un nuevo modelo histórico de sociedad, alternativa al capitalismo, está pidiendo hacerse realidad en la historia.
En las próximas elecciones generales eso debe hacerse realidad; según mi pronóstico, eso se traducirá en la creación de un triple bloque político, cada uno de ellos con un tercio del electorado aproximadamente: la derecha conservadora, el liberalismo monárquico y la emergencia política del movimiento social contra la austeridad capitalista –el bloque republicano-.
De momento, en el Estado español, el hartazgo que ha generado el gobierno del PP, empuja a acuerdos entre el movimiento social emergente y el PSOE, para reducir las cuotas de poder del partido conservador, formando gobiernos de corte progresista. Esa será también la opción de la oligarquía española para intentar sortear la crisis. Es lo que viene pidiendo El País –la voz del liberalismo progresista en España- desde las elecciones europeas. De esa manera intentarán reconducir la movilización social al redil del orden social monárquico. Pero esa maniobra no está exenta de peligros para la clase dominante, pues fortalecerá al mismo tiempo la opción por el cambio. Naturalmente que eso depende de la capacidad de los movimientos sociales para organizarse consistentemente. Y ha superado notablemente esta primera prueba de fuego, que han sido las elecciones del 24M.
Pero atención; cuando ante la radicalización de la crisis y la incapacidad del gobierno de la derecha para resolverla, la sociedad comenzó a movilizarse, el gobierno del PP reaccionó endureciendo las leyes y la represión.
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