Una mirada al pasado: se reedita 'Un hombre bajo el agua', de Juan Manuel Gil - ¡Zas! Madrid
La editorial Seix-Barral reedita Un hombre bajo el agua, de Juan Manuel Gil, escrita por primera vez en 2019
Juan Manuel Gil ha conseguido que la autoficción se convierta en una excelente novela que se sustenta en la memoria, aunque nos cabe imaginar que en demasiadas ocasiones la historia no coincida con lo sucedido
Juan Manuel Gil supedita su narrativa a un exigente proceso creativo que inició con Inopia (2009) una primera novela que propone una experimentación transparente, un arriesgado texto de perspectivas narrativas variadas que debe leerse con una mirada múltiple; Mi padre y yo (2012) homenaje a un irónico western; Las islas vertebradas (2017) que supone un nuevo espacio narrativo, una turbadora novela repleta de preguntas, sin las respuestas que convienen, y construida con mucho acierto; Trigo limpio (Premio Biblioteca Breve, 2021) en donde constata cómo una mirada hacia atrás nos supone que descubramos cuándo la memoria se convierte en ficción condicionada por un singular punto de vista del que nos costaría desprendernos; y La flor del rayo (2023) que cuenta la responsabilidad de buscar una historia que le permita seguir escribiendo y confirmar que es escritor.
Ahora, la editorial Seix-Barral reedita Un hombre bajo el agua (escrita por primera vez en 2019) cuyo protagonista, Juan Manuel, encuentra en una balsa de riego el cadáver de Eduardo; un hecho que se convierte en un acontecimiento personal y/o vecinal que marcará el resto de su vida, una obsesión constante que dibujará en el niño el perfil del adulto del mañana, para dejar atrás la infancia. La balsa, convertida en símbolo, le devuelve, una y otra vez, a ese sentimiento de dolor y angustia, a una turbulenta relación con quienes convive el ya adulto Juan Manuel, cuyo recuerdo amplifica la sensación de desasosiego y oscuridad cuando escribe y transmite e intenta reconstruir la historia.
En esta novela nada es verdad, y nada es mentira, todo pudo haber pasado como lo cuenta el narrador; esa es la sensación que el lector percibe a medida que se reconstruye ese complicado y extraño puzzle en que se traducen los recuerdos de una adolescencia esquiva y atormentada por miles de piezas que remiten a unos minutos, unas horas, unas semanas, unos meses, o al angustiado peso de los recuerdos con el paso de los años. La memoria, la propia y la ajena, se convierte en material de reciclaje que el escritor hilvana para transformar en relato un suceso marcado por la incertidumbre y el desarraigo que ofrece múltiples lecturas y una inquietante interpretación. El diálogo, efectivo e interesante, somete al narrador-escritor a la infancia frente a la edad adulta y muestra, a lo largo del texto, una revisión o examen de esa edad desde la perspectiva de la vida adulta, una mirada poco complaciente, lejos de otras recreaciones de un pasado inocente y feliz.
El narrador ha conseguido que la denominada autoficción, género en auge, se convierta en una excelente novela que se sustenta en la memoria y el recuerdo, aunque nos cabe imaginar que en demasiadas ocasiones la historia a contar no coincide con lo vivido/sucedido. Quizá porque Juan Manuel Gil ha planteado en su texto si a lo largo de nuestra existencia no hacemos otra cosa que recuperar una memoria y contar aquello con que estamos agradecidos. La escritura actúa entonces como un espacio de búsqueda sobre el pasado porque quien recuerda y narra desea encontrar el momento en que todo empezó, el punto en el que algo se quebró para siempre; solo así avanzará sobre la realidad. Su propósito quedará abducido por la ambición de un realismo a ultranza, y ese conjunto de pecados acumulados con el paso de los años solo lograrán salvarlo por su capacidad para responder a las muchas preguntas que son ciertas e importan en el mundo de la literatura.
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