Una visión completa del poeta y cuentista Antonio Pereira en el centenario de su nacimiento - ¡Zas! Madrid
Siruela reúne Todos los cuentos y Todos los poemas en dos volúmenes para conmemorar el centenario de Antonio Pereira
La nueva edición reúne la producción completa de Antonio Pereira, 1962-2006, e incluye un epílogo del autor, un repaso personal de su trayectoria lírica que titula, “El poeta hace memoria”
Siruela edita Todos los poemas, con prólogo de Juan Carlos Mestre, autor que afirma que «cada poema de Pereira es un melódico refugio para el abandonado huésped de la tierra, los signados con la huella de la ironía y la tristeza», y añade, «los que saben que al otro lado de la imaginaria línea crece un bosque de silbidos donde verdea el misterioso tallo de la teatralidad humana».
Los primeros versos de Antonio Pereira datan de los años 1948 y 1949, sin embargo, su primer libro de versos aparece en 1964, El regreso, un poemario de corte social con la visión de las ciudades y los pueblos de su tierra como trasfondo, los amigos, la familia o la representación de objetos minúsculos, en definitiva. A este primer poemario seguirían, Del monte y los caminos (1966), Cancionero de Sagrés (1969) y Dibujo de figura (1972). Dos antologías recogen buena parte de su obra poética, Contar y seguir (1962-1972), de 1972 y Antología de la seda y el hierro (1986).
La literatura de Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo,1923- León, 2009) surge del cotidiano vivir de unos personajes que cuentan unas experiencias concretas y se convierten en una estampa costumbrista al uso de la narrativa española de los últimos cincuenta años. Los cuentos de Pereira se pueblan de miradas que transmiten esas situaciones y descripciones de hondura de la narrativa breve castellana, porque el humor y la ironía que contienen deja paso a planteamientos mayores, cuya razón el lector nunca averiguará. O la existencia misma de estos personajes, seducidos por los imperativos de la vida, y porque sus aspiraciones y sus sorpresas son de gentes sencillas, cuyas experiencias y obsesiones desembocan en tenues insinuaciones.
El estudioso del cuento ha mostrado con cierta frecuencia un evidente desconcierto para situar generacionalmente a Antonio Pereira y su obra breve, aunque por edad se incluiría en la generación del medio siglo pese a que sus primeros relatos son más tardíos que los de sus compañeros de generación, quienes a mitad de los cincuenta publicaban sus cuentos. La narrativa de Pereira fue creciendo —en palabras de Santos Alonso— en cantidad, calidad y densidad con los años. Su nombre no figuraba en ninguna de las antologías del cuento contemporáneo de las últimas décadas, con alguna excepción, pese a su innegable talante de escritor de raza, y tampoco se ha dejado de constatar el valor de su literatura en los primeros años del XXI, caracterizada por el ingenio, la sugerencia, la libertad de formas, el sentido irónico, el erotismo o el carácter de misterio o fantasía de que están hechos sus relatos.
Con prólogo de Antonio Gamoneda, Todos los cuentos, de Antonio Pereira, edición que recoge el conjunto de su narrativa breve e incluye las versiones y variantes de los relatos publicados en vida del autor, que para la ocasión fueron supervisadas y fijadas de una manera definitiva por su viuda y albacea literaria, Úrsula Rodríguez Hesles. Desde Una ventana a la carretera (1967) a La divisa de la torre (2007), e incorpora el último cuento fechado en 2008, “Bradomín”. Pereira, que conoce muy bien el mundo, sabe que lo imprevisible puede encontrarse en todo lo que nos rodea, en los grandes acontecimientos y en las pequeñas cosas cotidianas como así lo recogen algunos de sus cuentos más significativos, «Los brazos de la i griega» o «El ingeniero Démencour»; el primero dará título a la colección de 1982. Otro de los temas usuales en su cuentística es el erotismo, pero al que se llega a través del ingenio y del humor, además del tratamiento de una singular sutileza cuya máxima expresión se concreta en variados artificios que le son sugeridos al lector, como el tono de la voz, las emociones, el lenguaje del cuerpo o la imaginación hasta llegar a esa sublimación que se requiere para un tema tan explícito; buenos ejemplos, «Palabras, palabras para una rusa», «El caso Tiroleone» o «Las peras de Dios», y de forma mucho más explícita, «Visita impía del Gulbenkian», donde se cuenta la contemplación de una estatua que en el narrador provoca unos golpes de imaginación que se entrecruzan con esa otra visión de una visitante y pone de manifiesto, el poder de la fantasía capaz de cualquier cosa. El síndrome de Estocolmo recoge una inquietud viajera del escritor o quizá esa firme voluntad de registrar las impresiones de muchos de los pueblos visitados.
Lo imprevisible puede encontrarse en todo lo que nos rodea.
Su padre era dueño de un pequeño comercio que el joven Pereira continuaría durante algún tiempo en la ciudad de León, para interesarse, en una tierra tan próspera de escritores, muy pronto por la literatura. Inició sus colaboraciones poéticas en revistas tan emblemáticas como Espadaña y Alba; sin embargo, se orientó hacia la actividad narrativa y desde hace más de cuarenta años selecciona los episodios y toda una galería de personajes que conforman su diario vivir, o, mejor dicho el vivir de muchos de los seres que han quedado grabados en su memoria. Es la suya una mirada alrededor, transmitida con esa hondura propia en la visión descriptiva de una serie de escritores, maestros en el arte del relato breve, y que, en los últimos cincuenta años, nos traen el recuerdo de algunos nombres, Fraile, Aldecoa o Fernández Santos, entre otros. Su propuesta narrativa desde Una ventana a la carretera (1967) parte de un realismo al uso donde la sencillez de la prosa sólo se ve confundida por esa tendencia del escritor leonés a los silencios y al arte de la sugerencia que pueden percibirse en muchos de sus relatos; o la ironía y el humor conforman el mundo de este narrador, cuyo segundo libro de relatos, El ingeniero Balboa y otras historias civiles (1976) supuso la constatación de una narrativa singular, porque en el conjunto de estas narraciones cortas, cuatro en total, ofrecía ahora una mayor tensión entre los aspectos formales de su narrativa anterior y donde el mundo mercantil y comercial, proponía mejores aspectos para ampliar su mundo particular hacia geografías distintas. El dominio de la voz —manifestaba el autor— equilibraba mejor todo lo que se relata en estas historias. Aparece, por primera vez, en sus cuentos la conciencia de un narrador que ordena y desordena los recuerdos de un pasado para contrastar los saltos obvios que nos ofrece la memoria. La divisa de la torre (2007) fue el último libro de cuentos publicado por el leonés, cincuenta y ocho relatos donde aparecen, a modo de memorias hilvanadas algunos personajes reales: Gamoneda, Cela, Pino, Mestre, su propia esposa, que ofrecen ese mundo metaliterario tan propio del autor.
Es la suya una mirada alrededor, transmitida con esa hondura propia en la visión descriptiva de una serie de escritores como Fraile, Aldecoa o Fernández Santos.
Antonio Pereira falleció en su querida ciudad, León, el 25 de abril de 2009, tenía 86 años, y murió en silencio, como siempre había vivido buena parte de toda su existencia.
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