Eugenio Castro: 'La flor más azul del mundo', de Eugenio Castro: lo poético y lo fabuloso traído al plano de la vida - ¡Zas! Madrid
Entrevista a Eugenio Castro: La flor más azul del mundo
«La flor más azul del mundo es la que ha sido poseída en el instante mismo en que se ha soñado con ella»
Lo poético y lo fabuloso traído al plano de la vida, esa podría ser la esencia de La flor más azul del mundo (editorial Pepitas de Calabaza), de Eugenio Castro miembro del Grupo Surrealista de Madrid desde 1979 y fundador y coeditor de la revista Salamandra. También ha dirigido el programa de radio La Estación de Perpiñán y realiza talleres y seminarios. Entre sus publicaciones se cuentan Mal de Confín y El Gran Boscoso y H. Ha participado en la coordinación de libros colectivos como Situación de la poesía (por otros medios) a la luz del surrealismo, The Exteriority Crisis, From the city limits and beyond y Los días en rojo.
Recoges la respuesta a una encuesta sobre la poesía, escribes poemas, hay textos autobiográficos, vivencias propias y ajenas, fotografías. ¿El desembarazarse de una estructura concreta es ya en sí un gesto de rebeldía, una predisposición a la “anormalidad”?
La verdad es que me importa el modo en que un contenido puede conformar un libro. Me importa el llamado aspecto “aformal” del contenido. Así que busco casi siempre experimentar con él, en la medida en que, de antemano, esa experimentación acabará por determinarlo. Al respecto, más que de anormalidad hablaría de “aformalidad”, con todo lo que esto tiene de juego, de lujo inútil, de pasión.
La flor azul es el símbolo de lo inaccesible, de la grandeza de lo desconocido, de la unión entre naturaleza y espíritu… ¿Dónde se encuentra?
El carácter supuestamente inaccesible e idealista de la flor azul no es tal. Esa flor ha sido poseída en el instante mismo en que se ha soñado con ella. El sueño es una experiencia sensible generalmente intensa o muy intensa que se verifica durante el acto mismo de soñar. A su vez, es una experiencia de la surrealidad, o lo que es igual la realidad superiormente vivida, esto es, pasionalmente vivida. A partir de aquí la experiencia de la flor azul comienza a objetivarse, lo que acaecerá por completo en el momento mismo en que el sueño penetre en la vigilia. Enrique de Ofterdingen no lleva a cabo la búsqueda imposible de la flor azul, sino que realiza el tránsito de la flor azul: va ingiriendo sus pétalos y su vida entera va transformándose. Por lo tanto, la flor azul es tangible, comestible y nos dona su ebriedad.
Y así se convierte en “la flor más azul del mundo”, una denominación que juega a propósito con una idea de lo fabuloso traído al plano de la vida corriente para insuflarla todo su poder de encantamiento; un fabuloso que, para escapar del carácter acaso un poco elitista que tiene en Novalis, circula por las calles depositando su potencia simbólica, exponiéndose a ser aprehendida por todos y cada uno de nosotros y, de este modo, a que su vida se actualice en la de todos y cada uno de nosotros. Yo la encontré, por ejemplo, en una noticia de periódico, lo que me convulsionó…
¿Lo poético engloba lo político? O parafraseando a Trotsky, ¿la revolución es el eje invisible de tu obra?
Debo hacer, por anticipado, la siguiente observación: no creo en lo que se da en llamar “obra”. No me extenderé aquí sobre este asunto, pero sí me parece pertinente mostrar mi rechazo a tal cosa. Toda operación poética es una operación política. Participo por deseo propio de un proyecto político de vida poética, -para retomar de nuevo las palabras de Mario Cesariny- en lo individual y en lo colectivo, lo cual es una de las síntesis dialécticas más afortunadas que definen la aventura surrealista, que me anima apasionadamente. Igual que vivo a diario bajo un estado poético, vivo el sentimiento de la revolución como un estado de espíritu, o dicho de otro modo, conforme a un drama de amor con la vida. Ahora bien, en nuestros días se me hace necesario contemplar seriamente la desproporción de fuerzas entre deseo y acto, entre enunciado y práctica revolucionaria para darme cuenta de que, a mi pesar, la segunda es insuficiente o muy insuficiente en el plano de la llamada estrictamente acción política práctica y/o directa. Hecha esta observación –necesariamente autodiscriminatoria- no me hurto decir que, de manera claramente mayoritaria, me empleo en una práctica revolucionaria de las conductas mentales, esto es, de la transformación radical, y a ser posible efectiva, de las disposiciones mentales sometidas a la dictadura de la igualación tal y como ésta se produce a través la colonización de las energías humanas emancipadoras: el inconsciente, el juego, la pereza, la contemplación, el amor, la imaginación, la inutilidad y el callejeo, entre otras. Esta colonización tiene nombre propio: imperialismo mental. Contra él me rebelo violentamente, contribuyendo a su abolición por medio de lo que me considero más capaz de hacer, de lo que la flor más azul del mundo querría ser un testimonio.
“¡Quiero que el hombre se calle en cuanto deje de sentir!”, dijo Breton en su Primer Manifiesto. ¿Nada hay si no hay sentimiento?
Sé que primero se ama. Este amar dona vida a toda existencia y libera sin reservas. Ya se pensará después. Pero lo importante es amar, esa fuerza insurrecta que nos otorga dignidad incluso en los más graves desfallecimientos. Amar es una victoria exaltante sobre la vida sórdida, como sucede en la dura y bella película de Andrej Zulawski.
Por otra parte, en una época en que el culto religioso a la técnica predetermina el hacer humano de un modo que se acerca a lo totalitario, me abandono al culto profano de los sentidos, en cuyo “atraso” -para utilizar un término caro a mi amigo Ignacio Castro- advierto el porvenir aborigen de la humanidad.
La indagación sobre uno mismo, el autoconocimiento, ¿el quién soy yo?, la revelación sobre el mundo y sobre la persona, la necesidad de conocerse, ¿de qué mensaje eres portador?
Pienso que todo proceso de conocimiento del hombre de sí mismo y de lo y los demás vehicula, simultáneamente, un proceso hondo y duradero de retorno a un no saber; es decir, un proceso de desposesión de lo aprendido, no porque esto deba desaparecer de la propia experiencia, sino para convertirlo en una suerte de precipitado en el que poder distinguir -como hace el vidente con los posos del café- los mil yoes que constituyen al sujeto moderno y aprehenderlo como una escisión múltiple necesaria para superar la penitenciaría del superyo y alejarse de él tanto como para regresar convertido en mil otros.
No necesitamos profetas, y con los que existen deberíamos inventar algún juego que les desanimara a querer serlo. La humanidad no necesita de nadie que se arrogue la potestad de que querer mostrar lo que, en su petulancia e irresponsabilidad, debería o podría ser. Esto no impide impregnar con el genio de la pasión, de la libertad y de la poesía los lugares singulares y los lugares comunes por los que quien pasa puedan impregnarse de él, concediéndose una vida inspirada que le sobreponga a la depauperación de la vida cotidiana que expande por todos los rincones del planeta la civilización capitalista. Pero esto es una labor donde individuo y colectividad deben jugar un papel correspondiente (con la extrema dificultad que esto conlleva, lo sabemos); no puede dejarse en manos de nadie una tarea revolucionariamente transformadora que, con el nombre que quiera otorgarse, dé crédito a la figura del líder.
Recordando a Novalis (el amor, la noche y la visión), hablas del amor como la fuerza insurreccional más poderosa.
Sí, el amor conjuga de modo único la energía de la afirmación y la potencia de la negación. Una y otra son poseedoras de una naturaleza que se alza contra la miserabilización de los afectos y de los sentidos, a la vez que se erige en una celebración de los mismos, consecuente e inconsecuentemente: el amor-pasión abole sin ningún esfuerzo, sin ningún objetivo previo toda dicotomía; el amor-pasión, por encima de todo, ama, ante lo cual la teoría, el discurso, el razonamiento palidecen, si es que no se vuelven innecesarios del todo.
La creación de objetos como si se realizase un juego infantil, objetos disociados de lo real, con su ética antiproductivista es algo característico del surrealismo y que recoges en tu libro. ¿Qué aporta a quienes los crean?
La construcción de objetos, según nos ha dado a conocer el surrealismo, es una de las demostraciones más genuinas de que la poesía se hace por todos. Esto, que puede traducirse como que la poesía alcanza en último término su verdad práctica en su práctica común, tiene en la construcción de objetos un momento privilegiado, pues no hace falta ser experto en nada, especialista en nada, tener habilidad manual para que a través de esta práctica se desencadene la creatividad humana y para que, a través de la misma, quede al descubierto una de las expresiones más auténticas de la democratización de esa misma creatividad. Sugiero, por lo tanto, que la construcción de objetos se lleve a cabo, también, de forma colectiva: la liberación psíquica y física que esto produce debe ser un privilegio de todos.
Por lo demás, no me cabe duda de que, en tanto actividad lúdica, la construcción de objetos tiende a restituir un cierto estado de inocencia. Aquí, el productivismo no tiene cabida, y la única economía válida es la de la libido mental desencadenada.
A lo largo del libro se encuentran numerosas fotografías que ilustran los textos pero que también, y fundamentalmente, dejan constancia de la magia de lo cotidiano a la vez que se produce un vínculo entre la imagen y la palabra.
Permíteme hacer una precisión: no ilustran textos; todas estas imágenes son, por un lado, contextuales, y por otro, autónomas. Ambas condiciones hacen que no se separen de todo lo demás, sino que en su complementariedad crean una unidad integral. Esto es importante a la hora de aprehender La flor más azul del mundo como un testimonio de experiencia poética antes que de teoría sobre la poesía, lo que no impide verter una forma propia de pensamiento: el pensamiento poético, que tiene, además, su propio lenguaje. Aquí entran la reflexión y el análisis, la imagen en su diversidad, el poema, el testimonio escrito de hechos de azar objetivo, la prosa poética…
Hecha esta aclaración respondería que, en efecto, muchas de esas imágenes aspiran a ser la objetivación de una mirada subjetiva sobre una cotidianidad asistida -aun el terrible lastre del hastío, la banalidad y la miseria- por la magia del encuentro en sus diversas manifestaciones que legitiman, considerados sus rasgos liberadores, y exaltantes y deseantes, hablar de lo maravilloso-cotidiano.
Recojo este bello párrafo de tu libro: “… Es lo menos que debe esperarse del poeta, que testimonie las señales que pueden cargar a la realidad de sentido, esto es, que suscite una correspondencia para con los deseos y necesidades propios de una vida no sujeta a los dictados del productivismo y el utilitarismo, de una vida que no sea representación de una existencia ordenada y preconcebida, sino insólita, como de aventura que siempre adviene…”. ¿Es lo menos que deberíamos esperar de nosotros mismos?
Además de eso, en caso de ser cierto, podría esperarse el maridaje de la emancipación mental, tanto mental como colectiva, por medio de la realización práctica del comunismo del genio. Al igual que el marxismo persigue como condición indispensable, para alcanzar una sociedad comunista (comunista libertaria, aclaro yo), la desaparición de la propiedad privada, el surrealismo, para alcanzar una comunidad poética pasionalmente vivida, persigue la abolición de la privatización de la actividad creativa, lo que conlleva, en consecuencia, la reapropiación de la actividad creativa como hecho común. La singularidad de la actividad creativa, a mi modo de ver irrenunciable e irreducible, para no mantenerse presa de la propiedad privada (la especialización, la expertización) ha de estallar en todos y cada uno de los seres humanos y hacerse y experimentarse por todos. A esto llamamos algunos surrealistas comunismo del genio.
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