El 'Ulises' de Joyce cien años después de su primera edición - ¡Zas! Madrid
El Ulises de Joyce cumple cien años
La editorial Galaxia Gutenberg publica una monumental edición de Ulises, traducido por José Salas Subirat e ilustrado por Eduardo Arroyo
El paralelismo homérico de La Odisea nos sirve como ejemplo de ese conjunto de símbolos y de construcción lingüística que viene a ilustrar una historia en donde cabe toda la humanidad.
¿Quién es James Joyce?
El 2 de febrero de 1882 nacía James Joyce en el seno de una familia numerosa que vivía en Rathmines, un suburbio de Dublín. Fue el primero de seis hermanos y de cuatro hermanas. La lengua de Joyce fue el inglés porque en su tiempo el gaélico no se utilizaba en la vida institucional, que dependía de la administración británica y había sido sustituido en casi todos los niveles de la vida diaria.
La madre, Mary Jane, debía pasar apuros para criar a los hijos y darles de comer. El padre, John, un hombre divertido, amante del deporte y de los juegos, con inventiva y buena voz, inclinado a la bebida, bastante disperso y mal negociante, trasladaría a la familia de casa en casa, a un ambiente cada vez más humilde. La formación entre los jesuitas le serviría más tarde para sistematizar y racionalizar este torrente de lengua, revestido con las sutilezas y considerandos del tomismo, la escuela filosófica y teológica que surgió como un legado del conocimiento y el pensamiento de Santo Tomás de Aquino. En el University College profundizó en las literaturas francesa e italiana. Sus lecturas eran amplias y variadas, desde sencillos folletines y novelas populares hasta el estudio de los clásicos, y poseía el hábito de enfrentarse a una obra con exactitud escolástica, al servicio de una intuición privilegiada. Cuando acabó su periodo de formación, fue leyendo, de manera aleatoria, libros de autores que conocía personalmente o en los que encontraba afinidades y sugerencias para su posterior obra.
Un autor universal
La historia de la literatura universal ha venido evidenciando que existe una extraña relación entre el lector y la novela Ulises (1922), la obra monumental de James Joyce. La literatura, la religión y la política se transmutaron en estímulos literarios para el irlandés, incluso el erotismo tendrá un componente de pasión verbal, nunca de delirio camal. El mejor ejemplo de esta actitud estuvo en Nora, le interesan sus cartas, como voz de una mujer, o el resto de su vida en común, bastante agitada y convencional pese al aspecto novelesco de su fuga y posteriores andanzas. Los escasos amores adolescentes tienen mucho de imaginación platónica y de excitación de colegial amante de la literatura; le atrae la plasticidad de la situación, la posibilidad de convertirla en literatura, y para eso su instinto era irrepetible.
En París
La primera estancia del joven irlandés en París, con veinte años, se interrumpió por la muerte de su madre. Regresó a Dublín y un año después, el 10 de junio de 1904, conocerá a Nora Barnacle; su primera cita, el 16 de junio, quedó inmortalizada en la acción de Ulises. El 8 de octubre huirían a Europa, lejos de Dublín, donde pudiese recrear su ciudad a distancia, en un auto impuesto exilio artístico, un ejercicio espiritual para que madurara su obra.
Zúrich y Trieste le acogen, sigue teniendo dificultades, daba clases particulares. Realizó dos breves escapadas a Irlanda: en 1909, quiso introducir el cine en Dublín, cualidad cinematográfica reflejada en su estilo; y en 1912. No regresó nunca más. Las clases de inglés no solucionaban sus problemas económicos, pero Joyce tuvo siempre la gracia de suscitar el instinto de protección de amigos clarividentes que le ayudaban literaria y económicamente; reconocían una fuerza creadora de primera magnitud: Ezra Pound, Valéry Larbaud, Harriet Weaver, Sylvia Beach o la Royal Literary Found, con Yeats que aliviaban su situación, agravada por sus problemas en la vista y las numerosas intervenciones quirúrgicas que necesitó.
En 1914 consiguió que le publicaran Dublineses, y en la revista The Egoist, Retrato del artista adolescente, publicado como libro, en 1916; escribió el breve Giacomo Joyce y empezó a dar forma a la idea del Ulises. Viajó a París, donde la admiración y el esfuerzo de Sylvia Beach harán posible la edición de la novela en1922, y en 1923 trabajaba en su gran obra, Finnegans Wake, a cuya redacción se dedicó hasta la fecha de su publicación, en 1939.
Cuando, en 1931, tras muchos años de convivencia, contrajo matrimonio con Nora, su prestigio estaba consolidado y contaba entre sus amistades a T. S. Eliot y a Beckett. Vería la publicación del Ulises en Nueva York (1934) y Londres (1936), y si la Gran Guerra le había expulsado de Italia, la Segunda le hizo salir de Francia, poco antes de su muerte. Se trasladó a Zúrich, y murió el 13 de enero de 1941.
Un edición singular
La editorial Galaxia Gutenberg pone en manos del curioso lector una monumental edición de Ulises, cien años después de su primera edición, traducido por José Salas Subirat e ilustrado por Eduardo Arroyo. Una edición de coleccionista de gran formato y cuyas ilustraciones convierten a esta obra en una singularidad que completa la aventura de dejarse llevar por la magia de la escritura de un Joyce universal que rinde homenaje a la literatura clásica y a la expresión sobria con una prosa exquisita.
En Ulises vuelve Stephen, el protagonista de Retrato del artista adolescente, consciente de que en Irlanda será el sirviente de dos amos: el Imperio Británico y la Iglesia católica. El renacimiento irlandés le atrae de forma transitoria, busca un padre, un modelo, quizá literario, y entramos en la novela de Bloom, un Ulises cotidiano viajando a lo largo de un día en Dublín. Leopold Bloom se levanta, prepara el almuerzo de Molly, teme su infidelidad, recoge la carta de una amante epistolar, su trabajo de agente publicitario le lleva a la redacción de un diario y a la biblioteca, compra una novela erótica para su mujer mientras pasa la cabalgata del virrey, come y bebe algo en un local público, se enfrenta a un nacionalista xenófobo, aparece en la playa, no quiere volver a casa. Se acerca al hospital para preguntar por una conocida; encuentra a Stephen, por quien siente simpatía, y que pretende dar una vuelta por los prostíbulos con algunos amigos. Le acompaña y participa en la juerga. Cuando Stephen acaba en el suelo, del puñetazo que le da un soldado, Bloom lo recoge y se lo lleva a su casa. Hablan durante un rato y se separan. Bloom se va a la cama, donde todavía está la huella del amante de Molly, y medio despierta se produce el monólogo adormilado de sus pensamientos, que la dibujan como una mujer sensual que acepta la vida, la suya, en concreto, tal como es; la metáfora de Penélope, al fin.
Joyce ensaya una línea argumental, limitada, que no dice gran cosa del lenguaje empleado, un tema constante que consideramos más allá de la simple forma, una compleja colección de registros y referentes antropológicos. Y la curiosidad de encontrar en cada capítulo un paralelismo homérico, símbolos religiosos, orgánicos, artísticos, colores y evocaciones. Los personajes representan a Irlanda, los romanos, la Edad Media, los judíos, el mundo y los hombres más significativos de la Historia o la ficción: Adán, Elías, María, Cristo, Judas, Hamlet, Ulises y Penélope, don Juan o el holandés errante. Una obra clásica y moderna, suma de referencias con un lenguaje nuevo. El viaje, la ambigüedad, la visión de la mujer, son temas novelescos universales; basta pensar en los viajes del Quijote, de los picaros, de Pickwick; en la ambigüedad de muchos de los personajes creados por Dostoievski, los protagonistas en un mundo real y en otro ideal, rémora de esa dualidad entre Sancho y don Quijote, y no menos importante aquellas cosas que la mujer aún debe decir, evidencia que recuerda a Emma Bovary.
El paralelismo homérico de La Odisea nos sirve como ejemplo de ese conjunto de símbolos y de construcción lingüística que viene a ilustrar una historia realista, casi banal, donde cabe toda la humanidad.
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