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Entrevista al maestro del cuento Medardo Fraile: ‘La escritura tiene que tener sangre’

6 junio, 2014 | 3

Medardo Fraile: «La mirada del escritor auténtico es anterior a la escritura»

«Hay muchos ejemplos de escritores con falta de sangre. Un caso crónico es Andrés Amorós. Gala es también bastante anémico»

«En mis cuentos nada es casual ni improvisado. No me perdono una palabra con la que no esté del todo conforme»

Maestro indiscutible de la narración breve, Medardo Fraile ha publicado cerca de una treintena de libros, en géneros tan diversos como cuentos literarios y juveniles, novela, crítica literaria, teatro y ensayo. Obtuvo el Premio Nacional de la Crítica, en 1964 con Cuentos de verdad, el Sésamo, el de la Estafeta Literaria y la Hucha de Oro, además del Premio Ibañez Fantoni de artículos periodísticos. Participó activamente en el primer teatro de vanguardia de la posguerra como autor y fundado del Arte Nuevo. En sus Cuentos completos muestra su estilo sobrio, con gran carga de sugerencia, con el que se aleja del realismo imperante en su época, en su disolución sutil de las reglas de la tradición cuentística.

¿Qué impresión te ha producido el carpetazo vital de la publicación de tus Cuentos completos?

En primer lugar, tengo que decir que, sin duda, hubiese sido mucho peor que nadie hubiera querido editarlos. Su publicación indica un reconocimiento, y eso siempre es muy agradable. La segunda impresión que me produce, es que es un libro demasiado gordo, y creo que al género cuento le va mejor el libro escueto. Por último, y en cuanto a la idea implícita de que este tipo de edición se suele realizar cuando uno ya está muerto o a punto, eso es algo que no me preocupa demasiado. Desde muy joven, he tenido la conciencia de que hay que morirse.
Alianza ya publicó en 1991 tus Cuentos completos aunque, evidentemente, faltasen muchos de la edición actual.
En ese caso, fui yo quien quiso que aparecieran como Cuentos completos. Quería que la gente supiera que todos los cuentos son susceptibles de ser publicados. Además, ese libro salió en una época en la que en España la gente me tenía un poco olvidado porque me he pasado más de treinta años en Escocia, y eso supuso que se borrase bastante mi nombre.
Cuando me marché, en el año 1964, yo me encontraba a la cabeza de los escritores de cuentos. Incluso Ignacio Aldecoa, al que yo considero no de los grandes, estaba prácticamente olvidado. Pero cuando me marché, mi nombre comenzó a perderse, a diluirse. Este país es muy olvidadizo: hoy te quiero mucho, pero mañana te doy una patada en el trasero.

Angel Zapata, editor de Cuentos completos, indica en el prólogo que buscas una «narratividad específica y diferencial del cuento».

La realidad es que yo no busco, solo encuentro. Me sale así. Se ha dicho muchas veces que la mirada del escritor auténtico es anterior a la escritura; y la escritura lo que hace, en cierta manera, es traducir esa mirada del escritor. Hay una especie de digestión del ojo que resulta en algo diferente a lo que hacen los demás porque, naturalmente, cada uno ve de forma distinta. Por eso digo que no busco, simplemente comencé a escribir de esa forma porque miro así, porque siento así. Es el único matiz en el que difiero del espléndido prólogo de Ángel Zapata.

El escritor Medardo Fraile y Emilia Lanzas, al final de la entrevista.

El escritor Medardo Fraile y Emilia Lanzas.

¿Cómo te definirías como escritor?

Quizá, con respecto a mi generación, me interesa más lo humano que la situación social. Estoy seguro de que mi abuelo, básicamente, tenía las mismas inquietudes que tengo yo, y que mi nieto tendrá las mismas. Eso es lo que hace a un cuento universal, atemporal. Aunque existen matices circunstanciales, todos caemos en los mismos errores, en los mismos deseos. Este enfoque me parece más universal que ponerse a escribir sobre los golfos de la política, por poner un ejemplo.

En literatura has escrito de todo un poco, ¿por qué te decantaste por el cuento?

Tuve la experiencia de Arte Nuevo que fue extraordinaria, a pesar de darme cuenta de que la literatura no interesaba a nadie, y de que había bastante censura. Escribí con Alfonso Sastre la primera obra de teatro, Ha sonado la muerte, que tuvo bastante éxito, y no solo en España sino también internacionalmente. Luego, con Paso, escribí Un día más. Después decidí que quería escribir solo, y estrené El hermano, que también tuvo muchísimo éxito. Pero, a pesar de que me gustaba y me gusta mucho el teatro, no me interesa su mundo cínico y complicado.
Aparte de lo dicho, yo era muy joven y tenía fuertes ideales y pensaba que la vida tenía que ser algo limpio. Decidí que en la calle había un aire más agradable, por eso me dediqué definitivamente a escribir por mi cuenta, sin contar con productores, tramoyistas…

En tu libro de estudios literarios La letra con sangre entra hablas de la anemia que padece la escritura de los “literatos”.

Me refiero a aquellos escritores que sufren anemia… Que no escriben con sangre, que son blandos, vacíos, sin fondo. Hay muchos ejemplos de escritores con falta de sangre. Un caso crónico es Andrés Amorós. El mismo Antonio Gala es también bastante anémico.

La letra, la escritura, tiene que tener sangre, en ella debe estar el escritor. Los autores que se pierden en las palabras, en juegos burdos, en malabarismos, no sirven para mucho. Existen escritores que se convierten en palabras; tienen que ser las palabras las que se vuelquen en el escritor, convertirse en lo que es él; y no al revés.

¿En España ha abandonado el cuento la categoría del género menor frente a la supremacía de la novela?

Creo que sí. Hay un movimiento muy favorable al cuento. Creo que la gente ha visto que el cuento tiene personalidad propia, dificultad y un mundo abierto de sugerencia y misterio que enriquecen al lector.

En tu obra está muy presente el concepto de “verdad”. Una vez dijiste que el cuento apura la verdad tanto que resulta pueril, que es sincero hasta resultar fantástico y descabellado…

En el año 1964 publiqué un libro de relatos que llamé Cuentos de verdad. Este título posee varios registros. Uno de ellos —que encerraba bastante chulería por mi parte— implicaba que eran cuentos “de verdad”, genuinos, y lo demás eran historias, otra cosa. Pero también este título encerraba la idea de que estaban sacados de vidas auténticas, registradas en la calle, en los cafés; historias escuchadas con buen oído, sin falsificar. Me parece que mis personajes, y no creo que sea vanidad por mi parte, son reconocibles, ciertos.

Y son personajes insatisfechos, siempre a la búsqueda de algo. Freud declaró que el instinto del insatisfecho busca en la imaginación lo que no obtiene en la realidad.

¿No estamos todos siempre buscando? Creo que todos tenemos otras vidas que no hemos desarrollado y que, en cierta forma, anhelamos. Todos podríamos haber sido otro. Imaginar que habría sido posible otra vida. Eso también conlleva la verdad, aunque contenga misterio.

Una vez declaraste que no sabías exactamente qué era un cuento, pero que consistía «lo más fino y personal, y lo menos manchado que puede hacer un escritor». ¿Qué es lo ineludible en un cuento?

Sigo sin saberlo. Augusto Monterroso también afirmó algo parecido: «El que sabe qué es un buen cuento, nunca lo escribe». El cuento tiene leyes propias que le rigen. En el cuento vas por un camino habitual y, de pronto, el cuento te avisa: “no es por ahí”. El cuento se va manejando solo, y eso es algo que el escritor debe respetar. Ahí está el misterio del cuento, su grandiosidad. Es un género corto que, sin embargo, puede abarcar más que una novela. En el cuento el verbo se debe hacer carne.

Pero, sin embargo, has impartido Talleres de Relato Corto en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense, ¿qué se puede enseñar?

Cansino Macías dice que se puede aprender a escribir, pero lo que no se pude aprender ni enseñar es a tener una mirada especial. Esa mirada anterior a la escritura. Yo siempre digo a quien pretende ser escritor que lo fundamental es escribir. Machacarse a uno mismo, no permitirse bonitas frases gratuitas. Mi método es ese. Corrijo, corrijo mucho. En mis cuentos nada es casual ni improvisado. No me perdono una palabra con la que no esté del todo conforme. No hay más secretos: leer, pensar y escribir.

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